¿CÓMO HAN CAMBIADO LAS CAMPAÑAS ELECTORALES?

Se acabaron las elecciones, ¡por fin!, tres veces hemos ido a las urnas los que vivimos en Andalucía o Cataluña en 2015, si le unimos las del Parlamento europeo de 2014, en apenas dieciocho meses hemos tenido que votar cuatro veces: un empacho.

Y es un empacho porque no está el horno para bollos, observando el nivel de la clase política de este país, entre corrupción, poltronas inamovibles y el «tú, pues anda que tú» a más de uno le echa para atrás ejercer su derecho al voto y otros, como yo, acudimos al colegio electoral con muchas reticencias, casi pensando que votas a lo menos malo, partiendo de la base de que nuestros políticos no nos solucionan nada de verdad, que prometen mucho y cumplen poco.

No es mi propósito sacar conclusiones de lo acontecido en 2015 aunque hay un resumen muy fácil y automático. En este país llevamos décadas de bipartidismo, del rodillo político, de pactos evidentes y consecuentemente subvertidos por privilegios a partidos nacionalistas catalanes y vascos (de aquellos barros estos lodos). De tal manera que ahora que el músculo del bipartidismo ha perdido vigor, todo el mundo se echa las manos a la cabeza, y parece un escollo infranqueable, tal cual la subida al Tourmalet para un aficionado, el sentarse a hablar, no sólo a pactar sino a dialogar y debatir todo, todo y todo en los próximos cuatro años.

Que no, que no vamos a ir a votar otra vez, que nuestra misión como electores es votar cada cuatro años, que somos soberanos, y ya hemos hablado, ¿o es que cambiaría radicalmente nuestro voto en apenas cinco meses? Lo que deben hacer sus señorías, nuestros políticos a la sazón, para ganarse alguno nuestro respecto y más justificadamente sus habichuelas, es aprender a gobernar en minoría, sin pactos, y trabajar de manera incansable durante la legislatura para que toda ley o cambio de rumbo en nuestro país esté siempre consensuado. Si en cuatro meses nuestros políticos no son capaces de ponerse de acuerdo para que gobierne quien sea desde la minoría es que hemos suspendido como país y nuestros políticos los primeros, entonces parad el mundo que ahora sí que me bajo.

Sí que es mi propósito en esta entradilla hacer una breve reflexión acerca de lo que han cambiado las campañas electorales y el impacto de las mismas en el electorado. Es obvio que dichas campañas han cambiado y mucho, lejos quedan aquellos mítines fiesta multitudinarios y no necesariamente en grandes capitales, a los que yo personalmente acudía a ver al cantante o grupo de turno, más que a escuchar un discurso que me interesaba de soslayo.

Eran aquellos mítines que se celebraron tras el fin de la dictadura, de hecho, me interesaba tan fugazmente el discurso político que iba con la fiesta porque yo era menor de edad. Las primeras elecciones en las que voté fueron las elecciones generales de 1986, aquellas de la segunda mayoría absoluta de Felipe González (la década de los 80 fue marcadamente socialista en nuestro país). Hasta ese momento yo me limitaba a la fiesta, a ver si pillaba alguna chuleta y una Fanta, una baraja de cartas, un mechero, una pegatina o una camiseta, y por supuesto, escuchar de gratis a algún artista reconocido.

Aún recuerdo uno impresionante en Linares, sería finales de los 70, venía un Felipe González por aquel entonces en la cresta de la ola, acudieron cientos de autocares que atestaron los alrededores del Estadio de fútbol de Linarejos, un despliegue que jamás volví a ver. Recuerdo a los simpatizantes del PSOE acudiendo en tropel con sus banderas al viento, había una necesidad de respirar aire democrático, de cambio radical y estaban más que justificadas estas escenificaciones y estas demostraciones de fortaleza partidista e ideológica.

Eran aquellos mítines en los que dar voces para arengar a la tropa era algo consustancial, no se permitía no vocear. Ahora ya se vocea menos pero de vez en cuando, los jefes de campaña, auténticos gurús del entramado mediático, dicen en qué momento debes gritar o en qué momento debes dar el mensaje clave (sobre todo cuando conecta el noticiario de alguna televisión). Antes se pretendía dejar mensajes más que ahondar en lo que se prometía, primaba la forma sobre el fondo. Ahora, sin desdeñar la forma, los políticos cuidan cada vez más el fondo, mensajes sí, pero con contenido comprensible y de calado.

También quedó atrás aquella época en la que se lanzaban octavillas por las calles a mansalva, por coches, e incluso lo vi alguna vez con una avioneta; alguien se dio cuenta de que aparte de que no servía para ganar votos, ensuciaba mogollón y obligaba a disponer de un extra de operarios para limpiar las hojas del árbol artificial de la política.

Esa inundación de papel también se reflejaba en los espacios autorizados y no autorizados para la pega de carteles, y es que las famosas pintadas de la década de los 70 fueron el fiel reflejo del sentir de toda una generación que pretendía ofrecer mensajes indelebles y perdurables en el tiempo.

No obstante, y haciendo de esta entradilla un remembranza del pasado, mi periplo infantil y juvenil por mítines, pues probablemente haga más de dos décadas que no voy a ninguno, se resume en diversos hechos, recuerdos, anécdotas, vivencias..., que se han quedado alojadas en mi devenir.

Las muestras de aquellos regalos publicitarios de los partidos se materializa en una baraja de cartas de la UCD con la que estuvimos jugando muchos años en mi casa. Mi tío vivía en un piso de profesores con uno que fue en su momento teniente de alcalde del ayuntamiento de Granada. Pero también tuve pegatinas del PSOE, del PCE (cuando llamarse comunista no era pecado, y es que a base de tanto cambiarse el nombre a Izquierda Unida o desunida, ya no saben ni quiénes son); mecheros de PSOE y AP; pines del CDS o de la Federación de la Democracia Cristiana...

¿Y mítines fiesta? Seguro que muchos, pero los que más huella me dejaron fue Los Morancos con el PSOE en Linares, y la Orquesta Mondragón con IU en Granada. De hecho, el caché de los grupos que acompañaban a los líderes políticos no era moco de pavo, y eran de bastante calidad.

Si tuviera que quedarme con algún recuerdo del fondo, de lo que se decía, pues yo diría que por su cadencia al expresarse y su claridad de ideas, al famoso «profesor» Tierno Galván lo vi en Linares con ocasión de una campaña de elecciones locales y sinceramente pensé que ese hombre brillante era el prototipo de todo menos de político, donde los improperios y la crítica, por muy bien que lo hagas, están a la orden del día.

¿Qué son hoy los mítines y las campañas electorales? La globalización y el posicionamiento de los medios de comunicación ha ido modificando sustancialmente las filosofías de campaña, y si no que se lo digan a Pablo Iglesias. La aparición en debates televisivos y programas de opinión de las cadenas generalistas han supuesto el punto de inflexión para la captación de votos. Por eso ya casi ningún político que se precie, salvo Rajoy, se niega a aparecer en estos programas donde hay un semillero potencial de votos.

En cuanto a los mítines hace ya varios años que se han quedado como una reliquia, como un apoyo, como algo necesario, no para captar votos, sino para la autocomplacencia. A esos mítines que ya sólo son multitudinarios en las grandes capitales, asisten la cúpula de los partidos, los afiliados y simpatizantes que son votantes convencidísimos.

Si esos mítines los trasladamos a un pueblo o localidad media, si antaño Felipe González llenaba auditorios, pabellones, campos de fútbol, ahora los políticos provinciales y locales intentan buscar escenarios pequeñitos y acogedores porque tienes el peligro de que se vean demasiadas sillas vacías.

Y lo de la pega de carteles es una tradición, porque tampoco interesa mucho ni la foto, ni los eslóganes, ni quién se presenta; ahora todo se cuece en otros foros y el que no se entere de todas estas premisas es que no está en el mundo. Por cierto algunos no se enteran.

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