EL SORPRESÓN DE COREA DEL NORTE EN EL MUNDIAL DE 1966

Mi pasión por el fútbol ha ido decreciendo a medida que he conocido otros deportes y he observado la pureza de estos y la artificialidad de aquel. El fútbol está cada vez más volcado a la corrupción, el mercantilismo, la morosidad, el endiosamiento, y definitivamente a tal marrullería que todo parece un teatro y son escasos los jugadores que son deportistas totales, que no protestan ni engañan. Y los medios de comunicación que jalean al fútbol son una feria.

No obstante, mi vida sí que ha estado tocada por el fútbol, un niño español en la década de los 70 y 80 del pasado siglo, apenas podía practicar otro deporte más que aquel de pegarle patadas a un balón o a algo que se le pareciera, e ir detrás de él en masa. Con dicha pasión mamada desde el vientre de la barriga de tu madre era difícil escabullirse de este deporte, no había nadie en el cole que no jugara, ni los más tiernos.

En ese estado de embriaguez balompédica, vitaminado con las correspondientes dosis de partidos de la Liga, la Copa de Europa, la Recopa, la UEFA y la actividad de nuestra selección, difícil era dar la espalda a esto. De tal manera que más aborregado que otra cosa, uno se sabía, para no ser el rarito, todos los jugadores de cada equipo de 1ª División, ahora me sé los jugadores del Real Madrid, Barcelona, y poco más.

Si llegaba el Mundial, acontecimiento que es cada cuatro años, pero que a mí se me antojaba de niño que había pasado medio siglo desde el último, pues ahí que me ponía a aprenderme las alineaciones de todas las selecciones competidoras. De hecho, aún me sé de memoria algunas del Mundial 82, aquella cita en la que nuestra selección fracasó vilmente.

Pues viene esto a colación por el hecho de que fue con ocasión de ese Mundial cuando me empapé bastante de la historia de los Mundiales, saqué algunos libros de la biblioteca municipal de Linares, vi programas de televisión que eran la antesala del gran acontecimiento deportivo, y casualmente Danone en uno de sus famosos álbumes coleccionables (álbumes que juntábamos de niños y que ya han pasado a la historia, a la historia escolar) fue el que me desveló una de las mayores sorpresas de la historia del fútbol en particular y de las más curiosas historias del mundo del deporte en general. Por cierto, aquel álbum se llamaba «Fútbol en acción» y creo que lo llené casi entero, y lo sorprendente es que no recuerdo muy bien cómo, pues en mi casa no consumíamos Danone, porque nuestra economía no nos lo permitía.

La historia que voy a contar está archirrepetida en Internet, no obstante, algún dato curioso que no he visto en los artículos que he leído en la Red se obvia y sólo venía en aquel álbum, que es la curiosidad que intento trasladar hoy en este humilde articulillo.

Nos situamos en el año 1966, el del Mundial de Inglaterra, jugado en la cuna del balompié y única vez en la historia del fútbol en que la selección inglesa se alzó con el título de campeona del mundo, en una final que tuvo mucha polémica. De entre las dieciséis selecciones aspirantes a la copa Jules Rimet, se coló una de las más exóticas que por entonces pudiera existir y si hoy ocurriera continuaría siendo exótica, Corea del Norte, una de las naciones más desconocidas y aisladas de este planeta, por no decir que es la primera.

Por cierto que aquel Mundial ya empezó con otra polémica precisamente con el trofeo que en ese momento se llamaba Jules Rimet, pues unos meses antes había sido robada de una exposición filatélica en Londres y encontrada envuelta en periódico una semana más tarde en un jardín de la capital inglesa por el perro Pickles (a Pickles y su dueño les llegarían a invitar al banquete de celebración por el triunfo inglés en el Mundial y dice la historia que al can se le permitió lamer los platos de tan insignes comensales).

Corea del Norte entraría casi «de chorra» en el Mundial, la FIFA decidió que en la clasificación habría una plaza que se tendrían que disputar entre Asia-Oceanía y África; los africanos, críticos con tan exigua cuota, renunciaron a jugar partido alguno; por lo que respecta al grupo clasificatorio asiático-oceánico se componía de Corea del Norte, Corea del Sur, Australia y Sudáfrica. Sudáfrica no podía competir en África por su política racista y precisamente por el apartheid fue excluida antes de empezar las eliminatorias. Corea del Sur se solidarizó con los africanos y decidió retirarse. Así que todo quedó entre norcoreanos y australianos, y no hubo color, los asiáticos vencerían la doble confrontación que tendría lugar en campo neutral, en la capital de Camboya; el global de la eliminatoria reflejaría un global de 9 – 2.

Ante el gran reto, la selección de Corea del Norte tuvo siete meses para prepararse en conciencia. Mucho se ha hablado y escrito acerca de las maneras de entrenar del equipo, de la planificación paramilitar y de las condiciones que impuso el recalcitrante régimen comunista de Kim Il-sung (abuelo del actual presidente plenipotenciario Kim Jong-Il); condiciones que básicamente se centrarían en lograr alguna victoria y no desentonar.

Sea como fuere lo cierto es que aquella preparación en conciencia surtió efectos porque la participación de Corea del Norte no fue ni mucho menos testimonial. Enclavada en el grupo D junto a Unión Soviética, Italia y Chile, tenía a priori todas las de perder. Los partidos se disputaban en Middlesbrough y Sunderland, y en la primera cita sucumbían ante la potente Unión Soviética, selección que estaba en la cresta de la ola pues fue en la década de los 60 cuando obtuvo sus mejores prestaciones; el resultado final de 3 a 0 dejaba bien a las claras el dominio sin apelativos de los soviéticos.

En el segundo partido los norcoreanos consiguieron un honroso empate ante Chile, toda vez que fueron perdiendo durante la mayor parte del choque y un postrero gol de Pak Seung-Zin lograría la igualada a apenas dos minutos del final.

Es relevante destacar que la característica que sobresalió en ese equipo asiático en los dos partidos disputados, es que se trataba de un equipo de jugadores de corta estatura y con una condición física inmejorable; es sabido que en el fútbol un equipo que corre mucho por poca calidad técnica que tenga puede poner en serios aprietos a un conjunto superior.

Y llegó el tercer partido contra Italia, a los transalpinos, haciendo sus cuentas, les valía el empate para pasar a cuartos; los norcoreanos necesitarían ganar y que Chile no venciera a la Unión Soviética; pero claro estábamos hablando de Italia, una de las históricas grandes potencias del fútbol mundial, casi nada al aparato. Los norcoreanos fieles a su estilo derrocharon físico a raudales y al filo del final de la primera parte conseguían perforar la portería italiana. En la segunda parte aguantaron estoicamente los embates de sus rivales y al final les valió ese gol y se convirtió en una de las mayores sorpresas de la historia del fútbol. Lo que comentaba aquel álbum de cromos es que los italianos muy heridos en su amor propio trataron de justificar con posterioridad que los norcoreanos eran todos tan parecidos que en el descanso habían cambiado al equipo por completo sin que nadie lo advirtiera, algo que sinceramente no es muy creíble.

La sorpresa pudo haber tenido una extensión de proporciones siderales, pues Corea del Norte accedería a los cuartos de final donde tendría enfrente a la Portugal de Eusebio, el mejor jugador portugués de siempre (con permiso de Cristiano Ronaldo, de hecho, Eusebio tiene mejor promedio goleador por partido disputado en su selección). Y es que antes de que los espectadores del estadio Goodison Park de Liverpool se hubieran sentado en sus asientos, los norcoreanos ya se habían adelantado en el marcador en el minuto 1. La sorpresa pasó a ser mayúscula cuando en el minuto 22 y en el 25 habían vuelto a incrustar el esférico en la portería rival. Un asombroso 0 – 3, que mostraba bien a las claras el espíritu del equipo asiático, les iba la vida en ello, corrían, se multiplicaban y eran eficaces como mosquitos asediando el marco ajeno.

Muchas lecturas hay acerca de lo que ocurrió después, y es que con una ventaja tan sustancial, la verdadera sorpresa sería que en apenas una hora los lusos pudieran darle la vuelta a un resultado tan adverso, teniendo delante a un seleccionado que no se caracterizaba precisamente por bajar los brazos.

Pero Portugal era mucha Portugal y Eusebio un portento de la naturaleza nacido para ser futbolista. En el minuto veintisiete anotaba para su selección y poco antes del descanso y de penalti colocaba un momentáneo 2 a 3 en el marcador.

Un período por delante y tanta historia por escribirse, los lusos creyeron en sus posibilidades y no se agobiaron por el nefasto inicio. Los norcoreanos probablemente no supieron administrar un resultado que jamás se hubieran imaginado ni en el mejor de sus sueños, y aparte aunque el fútbol no es una matemática, por una vez se reflejó que el equipo más grande suele ganar al pequeño.

Eusebio seguiría a lo suyo, anotaría en el 56 y en el 59 (este también de penalti), y con el 4 – 3 a Portugal le dio tiempo a gestionar el choque a su modo, desactivando a sus contendientes por completo; a diez minutos del final Augusto anotaría el definitivo 5 a 3. La lógica se cumplió y Corea del Norte no pudo consumar el redoble de la más mayúscula sorpresa en la historia de los mundiales de fútbol, pero se fueron con la cabeza bien alta. Y, por cierto, para decepción de los italianos, también se les cayó aquel endeble argumento del cambio de equipo en el descanso, porque ante Portugal esa supuesta estratagema no funcionó.

En cualquier caso, como digo, la historia se escribió el día del partido contra Italia, los «chollimas» (caballo alado de la mitología norcoreana) había escrito una página de oro en la historia del fútbol. Tal hazaña quedó reflejada en una película documental de 2002 titulada «El partido de nuestras vidas».

Algunas anécdotas más se pueden contar de esta sorprendente selección, así el hecho de que llevaran a doce hinchas elegidos previamente por sorteo, al menos eso es lo que se dice en la Red, porque no he encontrado fotos de tan exclusivo grupo. También se comenta que no habían previsto el pase a cuartos de ningún modo y no había presupuesto para continuar en Inglaterra, así que para la cita ante Portugal fueron alojados en una institución religiosa de Liverpool.

Corea del Norte volvería a un Mundial en 2010, el de Sudáfrica que ganó nuestro país, y aunque tuvo un comienzo prometedor, perdiendo por un meritorio 2 a 1 contra Brasil, en el segundo partido se volvería a ver las caras con Portugal que le endosó un 7 a 0, y en el tercero caería por 3 a 0 ante Costa de Marfil. Se dice en Internet que los jugadores sufrieron las iras (encarcelamientos) del gobierno norcoreano de vuelta a su país, pero dado el aislamiento de esta nación esto es difícil de probar, por no decir de creer.

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