"SI YO FUERA PRESIDENTE", FERNANDO GARCÍA TOLA SIGUE ESTANDO PRESENTE HOY

Tal vez en 1984 a un jovencito como yo, le parecía que la democracia en España estaba suficientemente consolidada. Apenas habían pasado unos ocho años desde el fin de la dictadura y se percibía que nos habíamos acostumbrado a esta nueva situación política; se tenía la sensación, o esa es la impresión que me daba a mí, de que una sociedad que venía de tantos años de ostracismo, había madurado con la rapidez con la que Usain Bolt atraviesa la recta de un estadio de atletismo.

A la vista está que era solo una impresión muy aventurada, el pueblo, la sociedad española ha avanzado, y nos creemos la democracia, no obstante, nuestros políticos parecen jugar a las máquinas tragaperras con sus votantes, nos afean nuestras decisiones en las urnas y se empeñan con sus corrupciones en hacer que el pueblo crea menos en ellos; porque, y este es el contrasentido más grande de este país, en este sistema democrático los partidos políticos son profundamente antidemocráticos; así nos va.

Pues en esa democracia incipiente surgió este programita de Fernando García Tola que pretendía algo tan noble como pulsar a los que nos regían, como un modo de ir perfilando esa democracia que todavía era imperfecta. Y Fernando colocó en un plató de televisión un decorado muy básico, con una tela o unos paneles que simulaban la plaza de un pueblo; y allí la gente del pueblo hablaba, hablaba de todo y de cualquier cosa y también del gobierno.

Era un programa que se emitía en la Segunda cadena, pero a pesar de estar teóricamente recluido a ser un espacio minoritario, lo cierto es que la gente se aficionó a verlo. Los programas eran muy comentados y aun con la distancia en el tiempo me atrevería a decir que Tola proporcionaba algunas de las claves de los programas de éxito de hoy en día.

Para empezar era un programa entretenido, el nudo gordiano de la producción televisiva, pero es más, salía gente normal, cada ciudadano se veía reflejado en ese otro que aparecía por la pequeña pantalla y muy probablemente pensaba y decía lo que tú mismo dirías si estuvieras allí.

También era espacio para tertulianos, el anticipo de lo que hoy es el sancta sanctorum de cualquier magacín televisivo que se precie. Curiosamente hubo una polémica muy singular, pues un grupo de esos opinantes criticaron en el programa a la Iglesia Católica, y la Conferencia Episcopal puso el grito en el cielo, no estaban acostumbradas las altas instancias eclesiásticas, después de tantas décadas de amor y concordia franquista a que el pueblo le pudiera decir las cosas bien dichas (que la Iglesia Católica es una institución ordenada por hombres imperfectos, y como tal con designios imperfectos). Probablemente al programa hasta le vendría bien que se generará esa polémica porque así perduraría. No olvidemos que la muerte de Franco estaba todavía muy reciente y hasta los colegios de monjas (verdad verdadera) todavía a mediados de los 80 visitaban el Valle de los Caídos como lugar de peregrinación.

Luego, por encima de todo, estaba Tola, un antecedente preclaro, del que fue el Loco de la colina y posteriormente Jesús Quintero, un tipo de aspecto afable, muy de la calle, que con su facha y trato cercano hacía que la gente perdiera los nervios, se desnudara delante de las cámaras, de tal guisa que exprimía toda la esencia de sus entrevistados.

Había otro aspecto singular del programa, y es que entre entrevista y entrevista, entre cogotazo al gobierno o al ayuntamiento de turno, pues había actuaciones musicales; pero no había artistas invitados; Fernando García Tola contaba con un selecto grupo de cantantes. Como programa del pueblo y para el pueblo, qué mejor representación musical en España que la de los cantautores. Ahí fue donde conocimos, entre otros, al inefable Javier Krahe, también estuvo un jovencito Sabina al que el éxito ya le comenzaba a aporrear su puerta, pero también estaban Patxinger Z, Bartual y, sobre todo, un tal Alberto Pérez, experto en versionar canciones populares, de las de toda la vida, pero muy a su manera, con un deje cansino y casi bobo; recuerdo que a mi madre no le gustaba nada, a mí tampoco, porque provocaba aburrimiento, aunque imagino que esa puesta en escena formaba parte del efecto de llamar la atención.

En cierta forma Tola fue el anticipo de los programas espectáculo de medianoche que con las televisiones privadas se fueron haciendo hueco en nuestra caja tonta, muy al estilo de los programas de similar perfil en Estados Unidos, así «Esta noche cruzamos el Mississippi», «Crónicas marcianas», y después vino Buenafuente hasta nuestros días, aunque desde luego la propuesta de este periodista era mucho más profesional que la de todos estos programas, al menos los presentados por Pepe Navarro y Javier Sardá, que buscaban mucho el morbo y el espectáculo fácil, tirando de lo chabacano.

Tola tuvo diversas incursiones en la televisión, aunque esta fue la más personal, una especie de programa de autor, permítaseme la licencia; de tal grado que hoy su programa ha quedado en el recuerdo casi como una deseada reliquia, un producto de culto del que se puede disfrutar hoy con la genial herramienta que es Internet. Pero lo que es más importante y que desde luego ha sido un resorte para traer aquí este recuerdo es que tenía una dimensión de servicio público y a la vez de crítica constructiva. Como la televisión pública no tenía más que dos canales, todos veíamos lo mismo, y no se dispersaban los recursos. Hoy sería imposible llevar un programa de este carácter y que impactara en nuestros políticos, que siguen a lo suyo, primero yo y a mucha distancia el país y sus habitantes.

Lamentablemente Tola nos dejó de forma prematura en el año 2003 por la terrible lacra del cáncer; para los restos se quedó como un periodista singular y cabal, un tipo noble que trató de poner su granito de arena en la consolidación de nuestra denostada democracia.

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