"LOS TATUAJES NO SE BORRAN CON LÁSER", DE CARLOS MONTERO

Con la etiqueta o subtítulo de «El libro que tus hijos no querrán que leas...», a modo de eslogan para captar la atención del lector, se nos presenta esta novela de temática actual que, precisamente por esa frase captó mi atención y saqué de la biblioteca de mi localidad. He de decir que la he leído en tiempo récord, primero porque es fácil de leer y segundo porque es una temática que efectivamente llama la atención, aunque tengo ciertas reservas.

Previamente hay que señalar que el autor es un habitual guionista de series de televisión, entre ellas, «Al salir de clase» y «Física y química», de esta última fue su creador. Y la novela se enmarca en esta estela, las historias de jóvenes interactuando con adultos, donde la moral se relativiza a raudales.

Si he de ser sincero la obra está muy bien escrita y engancha, lo hace porque es una especie de culebrón fino, en el que tienes que seguir leyendo porque quieres enterarte de todos los trapos sucios, de todo lo que va a suceder, de cuál va a ser el final; pero no me gusta tanto el enfoque que se le da a los personajes, con esa moral muy laxa.

Cabe explicar esto y hacer una reflexión que no es sencilla, ni probablemente breve, esas series y otras más actuales, llámese «La que se avecina», gravitan sobre una sociedad irreal, no digo que las conductas que en ellas se reflejan no ocurran en la sociedad, pero se trata de una imagen exagerada, no todo el mundo se acuesta con todo el mundo, no todo el mundo tiene como principal «valor humano» el egoísmo o no todo el mundo se dedica todo el tiempo a rajar de su vecindad.

Bien es cierto que la realidad supera muchas veces la ficción, pero es algo puntual, por más que los informativos nos hagan pensar que porque una mujer muera a manos de su esposo, existe un virus generalizado en la sociedad de violencia hacia la mujer. Por más que parezca que los niños de «Física y química» estaban de juerga (de orgía) más que estudiando o asistiendo a clase, eso no ocurre ni todos los días ni los muchachos y muchachas de esas edades están en esa tesitura.

Que no me haya gustado la temática, aunque me haya enganchado el libro por el morbillo y también por su lectura fácil y ágil, sería claramente desmontado por el escritor que podría argumentar que en su libertad de ejecutor de la obra puede generar la realidad que le dé la gana.

¿Escenarios irreales? No digo que sean irreales, sí que afirmo que con la trama que nos presenta Carlos Montero, esta es extrema: los personajes tienen una amplísima libertad sexual; las drogas están presentes; algunos personajes no son de una clase media como tal, no son hijos de fontaneros u obreros, surgiendo profesiones poco habituales, tales como aviador, profesor de universidad, guionista de televisión, productor de televisión, actores; y también, por ejemplo, los nombres, no son Pepe, Antonio o Juan, hay una Asia, un Rómulo, un Dámaso, un Mauro, un Sergi; ah, y Asia la principal protagonista, no juega al fútbol o al baloncesto, es nadadora, y buena, es de Madrid.

Sin ánimo de destripar el libro, por si alguien quiere leerlo, Asia es una joven de 16 años que decide tatuarse un revolver en su zona inguinal, como la actriz de su serie favorita, ese día de fin de semana junto con su amiga Nerea acude a una fiesta en la que se encuentran otros compañeros del Instituto.

Queriendo emular a los protagonistas de la serie de moda «Tabula rasa», casi sin comerlo ni beberlo, que sí quiero que no quiero, se encuentra inmersa en una espiral de alcohol, drogas y sexo. La noche ha sido tan larga que Asia amanece desnuda en el fondo de la piscina vacía de una vivienda del extrarradio de Madrid que la familia de Mauro no utiliza, y junto a ella está un compañero de clase que va en silla de ruedas.

La desesperación de los padres (divorciados) de Asia no puede ser más patente, y hacen lo que unos padres harían, llamar a los amigos, buscar por todos sitios y finalmente acudir a la Policía. Asia volverá a casa tras más de 24 horas fuera de ella, vagando por Madrid y tratando de que la bola no sea muy gorda e intentando recordar qué ha ocurrido.

Los padres de Asia no quieren que esto se quede en una aventura pasajera de una adolescente y pondrán la correspondiente denuncia por violación a una menor. Los cuatro implicados quedarán absueltos, pero la relación de Asia con sus compañeros quedará muy dañada o casi, porque Asia aún se desvive por Mauro.

Paralelamente tenemos la historia de Quique, el creador y guionista de «Tabula rasa», que tiene sus cuitas con los actores de la serie, con la productora, con la cadena que la emite y con el sursum corda, nos mete de lleno en los intríngulis de una serie de televisión y probablemente sea algo muy real. Quique, a todo esto, es homosexual, de vida alegre, amante del polvo blanco..., y curiosamente tiene una aventura con Sergi (uno de los protagonistas de la otra historia), y ambas historias funcionan prácticamente en paralelo hasta que al final se fusionan. Se podría resumir esto en que Sergi conoce al creador de la serie que encanta a los jóvenes y que «inspiró» la fiesta local de aquel marcado fin de semana.

El divorcio de los padres de Asia choca con el problema que tienen encima, cómo actuar, cómo gestionar la adolescencia complicada de su hija. Por cierto, en una clara manifestación de lo forzado del argumento en ocasiones para hacerlo más grandilocuente, los padres en mitad del jaleo y de la gravísima tesitura en la que se encuentran, no tienen mejor cosa que hacer que tener escarceos en la cama.

El padre de Asia dará parte de los acontecimientos de aquel día de autos a un periodista, y lo que estaba limitado a un ámbito reducido de personas, pasará a ser conocido por toda la opinión pública, e incluso tendrá su debido reporte en un típico programa de debate rosa, al que tendrá que acudir Quique como responsable indirecto de influir negativamente en la juventud.

Todo se va precipitando y se va esclareciendo lo que realmente ocurrió, también casi al final, como un destello de esperanza se percibe que hay algunos personajes rectos, muy pocos, y que la mayoría, tristemente la mayoría (quiero imaginar que no es un reflejo de la sociedad) carecen de valores, son egoístas, se mueven por sus instintos más básicos, son rastreros...

Curiosamente, por lo que cuenta el libro es evidente que tiene bastantes tintes autobiográficos, no sé cuánta parte de Carlos Montero habrá en el Quique de «Los tatuajes no se borran con láser», pero puede que mucha; por cierto fue la primera novela de este autor.

«El libro que tus hijos no querrán que leas...», mi hijo se acerca a la adolescencia, y no la afronto con miedo, huyo de ese tópico de muchos padres, mi hijo fue deseadísimo, esto hay que afrontarlo con mucha educación y con diálogo.

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