AQUEL HELADO QUE BAHAMONTES SE COMIÓ EN EL TOUR DE FRANCIA

El ciclismo es un deporte que siempre me ha apasionado y al que me aficioné más todavía cuando en mi infancia-juventud comenzaron a retransmitirse en directo los finales de etapa por televisión. Ciertamente que con los últimos acontecimientos de dopaje, con el execrable caso de Lance Armstrong, he perdido bastante interés en seguir las grandes vueltas, porque tengo esa latente sospecha de no saber si lo que estoy viendo es real, o pasados unos años las clasificaciones se van a alterar a causa de ciclistas suspendidos por consumir sustancias dopantes.

Hasta la llegada de los Delgado e Induráin en España vivíamos de las rentas y los medios de comunicación nos recordaban las hazañas de ciclistas míticos como Federico Martín Bahamontes y Luis Ocaña. Esos dos ciclistas eran los que recordábamos los niños de mi época, cuando queríamos alentar desde la distancia a la nueva hornada de corredores que se aprestaba a competir cada año en el Tour de Francia.

Luis Ocaña pese a ser más joven, nos parecía más lejano por aquello de que hablaba español con un fuerte acento francés y es que a pesar de haber nacido en Cuenca desde muy niño se crió en Francia, un gran corredor eclipsado por el enorme belga Merckx; un Ocaña que fallecería prematuramente, acuciado por las deudas y las enfermedades, pues se suicidaría poco antes de cumplir los cincuenta años. Más simpatía despertaba Bahamontes, porque parecía encarnar los rasgos de la furia hispánica: esfuerzo, abnegación, raza, superación...; eso y aunque resulte reiterativo también españolidad, porque Bahamontes era y es (aún vive en 2017, ya anciano) más español que la tortilla de patatas y su apodo de «El Águila de Toledo» que subrayaba sus gestas, lo hacían más mítico. Y es que era el prototipo que siempre se le ha atribuido al ciclista español, de raza escaladora, menudo y fibroso, fiel a un país que es el segundo más montañoso de Europa, tras Suiza. Su extracción humilde, su explosión casi inesperada, el ser una raya en el agua hacían de Bahamontes el paradigma del héroe deportivo español (de la dictadura). Y encima el apellido contribuía, era raro, diferente y en una interpretación interesada qué mejor apellido que Bahamontes para alguien que se encontraba en su salsa subiendo montes y montañas.

A todo esto, casi desde que tengo uso de razón (deportiva) se contaba una anécdota del gran Bahamontes que venía a ser la siguiente: Bahamontes era especialmente bueno en la montaña, no en vano en su carrera consiguió ser seis veces el Rey de la montaña, siendo en la actualidad el segundo hombre que más Premios de la montaña obtuvo en la ronda gala tras otro superclase como fue Richard Virenque, y homenajeado en la edición número 100 del Tour (2013) en el que se le nombraba oficialmente el mejor escalador de la historia de dicha competición. Se cuenta que en una etapa del Tour y subiendo un col (que es como se llama a los puertos en francés), se fugó con tal facilidad como el que va de paseo por un parque y se encaramó a la cima con tantísima diferencia que, en un sorprendente gesto de ¿chulería?, se bajó de la bici y se pidió un helado para esperar al pelotón. Es más, la «leyenda urbana» explicita que se pidió exactamente dos bolas y, además, de vainilla.

Siempre me ha parecido una historia tan increíble, casi un bulo que me pareció que había llegado el momento de saber algo más de ella.

Curiosamente en esta era de la información, de tal anécdota se disponen de escasos datos fidedignos. En varias webs se hablaba de un acontecimiento que levantó gran expectación, tanto que a Bahamontes se le echó encima un nutrido grupo de periodistas cámara en ristre, dispuestos a sacar la instantánea del toledano rechupeteando el helado. Pero no, no he encontrado ni una sola foto en Internet con Bahamontes ejerciendo de inopinado turista, cual dominguero que se come su helado para relajar las piernas después de un rato de marcha.

La primera cuestión que siempre me he planteado es la de qué sentido tenía dilapidar una ventaja tan clara cuando podía seguir hasta llevarse la etapa, o aspirar a algo en la General, porque Bahamontes cabe recordar que solo ganó un Tour. En la calle se decía que igual que subía con extremada facilidad, era más bien cagón en las bajadas y prefería esperar, algo que tampoco me cuadraba.

Lo cierto es que no solo hay ausencia de fotografías, sino que la información que se encuentra al respecto es casi nula en español e incidentalmente se habla en algunas páginas francesas.

Probablemente, atendiendo a una máxima de una de mis compañeras de trabajo, hay que acudir a la fuente y con toda seguridad aquí la fuente más fiable es la del propio Bahamontes. Sin embargo, apenas he encontrado una web en la que un periodista señala que habló una vez con el ciclista y le comentó lo que ocurrió, pero a falta de eso sorprende que no haya mucho más, ni incluso algún vídeo o alguna entrevista del propio Bahamontes que sigue afortunadamente entre nosotros, hablando del asunto del helado.

Yo no trataré de establecer una verdad absoluta, pero sí que intentaré arrojar un poco de luz con las modestas investigaciones que he llevado a cabo.

Corría el año 1954, año en el que un osado Bahamontes debutaba en el Tour de Francia, la carrera que a la postre le daría la máxima gloria. Un tanto desconocido para el gran público, en cuanto empezó a aparecer la montaña en las primeras etapas ya se destapó como un animador de la misma por su aparente facilidad para moverse cuando la ruta se empinaba.

Más de mediada la carrera, en concreto se disputaba la 17ª etapa de Lyon a Grenoble, corría el 26 de julio del citado año, una típica etapa alpina; por entonces el atrevido Bahamontes ya se postulaba como Rey de la montaña, y en mitad de la etapa emprendió una fuga junto con otros compañeros. Y fue al paso del Col de Romeyere cuando en teoría pasó lo que pasó.

El periodista de «El mundo deportivo» R. Torres en la crónica de ese día hace referencia incidental del helado como algo muy anecdótico, y que el tal puerto, apuntado como de 2ª categoría, en realidad tenía más dureza y, sobre todo tal estrechez que apenas podían cruzarse dos coches. Las crónicas de la época, por cierto, eran muy poéticas y mucho más literarias que las de hoy.

Y sí, Bahamontes coronó en primer lugar y a tan solo cinco segundos el francés Le Guilly, según cronometraje oficial, aunque R. Torres refiere en su crónica un textual «eran más», y a continuación a más de minuto y medio otro grupeto de escapados. R. Torres señala que en la bajada de ese puerto pincha, aunque luego se confirmaría que fue rotura de rueda y pedal, y antes la presencia de coches de asistencia no era tan rauda como ahora, por lo que la crónica habla de que se le fueron tres minutos como poco. Prácticamente todo lo que refiere este periodista es de oídas, de testimonios de terceras personas, y al respecto del asunto del helado señala textualmente y tras el incidente de la avería: «¿Qué otra contrariedad había tenido nuestro Quijote? Ninguna. El colega Elliot ha dicho que lo vio descender tranquilamente de la bicicleta y pedir en un bar un helado. ¡Vaya, un “Frigo” como diríamos en Barcelona!».

Aparte de este comentario indirecto y escueto hay un hecho cierto y es que aquella etapa la ganaría el francés Lucien Lazarides y Bahamontes llegaría con un retraso de más de doce minutos. El toledano luchaba abiertamente por la clasificación de la montaña y tras esta etapa alcanzaría los 58 puntos por 29 del bretón Louison Bobet; y para nada le interesaba la General, porque antes de esa etapa ya tenía un retraso de más de una hora, por lo que se podía tomar un helado o los que quisiera porque su cometido fundamental era el reinado de la montaña y el sustancioso premio que se llevaría y se llevó por ello.

De algún modo, el hecho de que existiera el tal helado, que fue más un entretenimiento que una chulería, se confirma con esa declaración a la que hacía referencia al principio de que un periodista amigo de Bahamontes alude que este le comentó que más o menos fue eso lo que ocurrió, que tuvo que esperar a que llegara el coche de la selección española de ciclismo (antes se competía en el Tour por selecciones y no por equipos o marcas comerciales) con otro mito como fue Julián Berrendero, que ejercía de Director. En todo caso, el helado no sería en lo alto del Col de Romeyere y, o bien, fue en la bajada, donde se refiere que Bahamontes perdió unos tres minutos, o más adelante, pues pudo tener una nueva avería, a tenor de los doce minutos que perdió en meta.

Curiosamente al hilo del helado aunque no hay demasiada información como buena «leyenda urbana» se han generado tantas versiones, tantos añadidos que se puede considerar una serpiente multicéfala, que si lo del helado era una costumbre, que el pinchazo lo provocó un coche belga, que si fue un batido de chocolate en vez de un helado, y hasta que alguna cerveza o un carajillo también cayó.

Bahamontes es un deportista mítico e histórico, ni era cagón en las bajadas, ni chulo en las subidas, siempre se caracterizó por ser racial, muy extrovertido, pero su clase quedó y queda fuera de toda duda. En ese año 1954 de su debut ganaría el Gran Premio de la montaña, en 1959 ganaría la ronda gala y numerosos logros lo encumbraron para ser hoy uno de los deportistas más importantes de nuestra historia.

El bueno de Federico, ya retirado, montó una tienda de bicis en Toledo y siguió auspiciando equipos ciclistas, y su nombre seguirá oyéndose eternamente en el mundo del ciclismo, más allá de que alguna vez el hombre se comiera un helado esperando a que le arreglaran su máquina, lo cual no deja de ser una simpática anécdota.

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