"PULGASARI", DE SHIN SANG-OK

No es fácil encontrar noticias fiables sobre Corea del Norte desde hace ya años, el peculiar hermetismo del régimen es lo que nos han vendido los medios de comunicación occidentales, lo cual puede que sea muy cierto, pero en esta época que vivimos de la posverdad y del exceso de información, a veces se puede producir la paradoja de que estemos tremendamente desinformados, o informados solo de lo queremos oír.

Asumiendo que ese hermetismo tiene bastante de real, me va costando más trabajo pensar que un país que no es pequeño precisamente, tiene veinticinco millones de habitantes, dispone de una estructura organizativa tal para oprimirlos y cortar la cabeza a todo el que saca los pies del plato. Algún nivel de desarrollo se percibe con solo observar las infraestructuras de que dispone (vía Google Maps), muy superiores a la mayoría de los países africanos; los logros deportivos también denotan que hay un tejido bastante profesionalizado, o al menos, bastante maduro, así en fútbol masculino y, sobre todo, femenino dentro de los deportes colectivos y luego en deportes individuales destacan en halterofilia y lucha.

En fin, no quiero parecer muy permeable al régimen del histriónico Kim Jong-un, del que por cierto se dicen muchas barbaridades pero pardillo no es, porque vivió y estudió en su juventud en Berna (Suiza) y habla alemán e inglés; pero tampoco quiero aceptar pulpo como animal de compañía y comprar que Corea del Norte es un país metódicamente oprimido y que toda su población está hambrienta.

Dicho esto, ya llevaba tiempo, años diría yo, detrás de una película norcoreana, o más bien la película. Sí, porque yo sabía de la existencia de esta película casi desde que nació este blog, y la puse en mi cabecera de descargas de eMule, pero pasaban los años y aquello no se descargaba, lo hacía con tal lentitud que calculé que tardaría décadas, parece como si desde Pyongyang sacaran con cuentagotas cada segundo de aquella película, sabedores de que un tiíllo de un pueblo de Jaén quería verla y me habían pillado.

Después de varios años haciendo poco caso o ninguno, y las escasas veces que consultaba percibía que la descarga estaba en un estado durmiente, hace apenas unas semanas vi que ya se había descargado sorpresivamente. Acudí con celeridad a ver si esa era la película que yo quería ver (porque en Internet ya se sabe) y sí, solo que en la versión original, es decir, en coreano. Recordé que a la par que ordenaba la descarga, tan lejana en el tiempo, también me había descargado los subtítulos en español, que siempre son un recurso para ver películas raras o de lejanas latitudes; pero no encontré el archivo, a buen seguro que lo había borrado previendo que desde Corea del Norte jamás permitirían que yo viera la película.

Sin embargo, me dispuse a buscar los subtítulos en español en algunas páginas web que funcionan muy bien, y cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que la película yacía, tan inocente ella, en YouTube, lógicamente en coreano pero con los subtítulos en español, con lo que mayor comodidad imposible.

Resulta extraño que alguna película norcoreana haya sobrepasado sus fronteras y no ya solo que se haya podido visionar en países europeos o Estados Unidos, sino en sus vecinas Corea del Sur, Japón o China, con las que puede tener alguna afinidad cultural; pero esta sí traspasó esos muros, muy probablemente para no parecer tan herméticos.

La película fue toda una operación política, vamos por partes, para su rodaje se contó con un relativamente conocido director surcoreano, Shin Sang-ok, aunque nacido en territorio norcoreano en 1926, época en que ambas Coreas eran solo una. No queda claro si fue contratado, como manifestó el régimen de Corea del Norte, para impulsar la industria cinematográfica de aquel país; o secuestrado junto a su mujer como se defiende desde medios occidentales. Lo cierto es que Shin Sang-ok dirigió siete películas en ese país entre 1983 y 1986 y esta, Pulgasari, de 1985, es la más relevante.

Hay que imaginar que toda esa industria habría de pasar por el tamiz gubernamental y ser parte esencialísima de su maquinaria doctrinal, es decir, que sirviera para ensalzar los valores patrios, qué menos. Pero en esta película se dio un paso más, no solo dar ese salto simbólico al exterior, sino que también fuera cualitativo, o sea, para darse a conocer al mundo había que hacer algo que llamara la atención.

Kim Jong-il grabando Pulgasari
Así que Kim Jong-il, el padre del actual presidente Kim Jong-un, fue el que se puso al frente de la producción ejecutiva y, de hecho, hay fotos en Internet en las que se le ve cámara en ristre dispuesto a mostrar, porque yo lo valgo, su sapiencia en el séptimo arte, y su omnipotente vocación por educar a su pueblo convenientemente.

En esa labor ejemplarizante y aperturista, se escogió una temática que, con las debidas distancias, tiene algún parecido con Godzilla, es decir, trata sobre una especie de monstruo mitológico que tiene una ética muy particular, defiende a los oprimidos y ataca a los opresores.

La acción se desarrolla en la Edad Media, siglo X aproximadamente, aunque es bastante atemporal, es decir, que podría valer si dijéramos que se sucedía en el siglo XVIII, y ahora señalaré por qué ya que hay alguna que otra pifia histórica.

En un humilde poblado viven sus habitantes dedicados a sus menesteres, el sector primario y una pequeña industria que abastece de herramientas a los agricultores y labradores. Taksae es el veterano herrero del poblado que forja esos instrumentos de labranza y es también, de algún modo, el forjador del espíritu de sus vecinos.

Las huestes del rey llegan al poblado y exigen un impuesto «revolucionario» consistente en el pago con todo el hierro disponible (forjado o sin forjar), lo que supone una sentencia de muerte, puesto que les limita la explotación de sus recursos; esto genera notable confusión en la gente, que intenta rebelarse, lo que provoca la prisión de buena parte de los hombres.

Taksae como miembro relevante del pueblo es sometido a torturas y muy particularmente lo dejan sin comer para que muera de hambre. Su hija Ami acudirá a la prisión y con dificultad conseguirá hacerle llegar unos puñados de arroz. Taksae ya casi en su lecho de muerte, recogerá a duras penas ese arroz, no para comerlo sino para moldear junto con arena un muñeco parecido a un lagartito, con el deseo último al cielo de que su última creación hecha desde el corazón pueda ayudar a su pueblo injustamente tratado.

Con Taksae muerto, su familia recuperará sus pertenencias y el pequeño juguete al que llamarán Pulgasari (hay que decir que en toda la película sus personajes se dirigen a el como Pulgasari-a, imagino que son cosas del idioma coreano). Casualmente una gota de sangre de Ami caerá sobre ese simbólico regalo y el muñeco cobrará vida. Pulgasari tiene la particularidad de alimentarse de hierro, y a medida que come se hace más grande.

A la par que va creciendo ya se va apreciando su ética y el compromiso con los más desfavorecidos, de tal guisa que no solo libera a los jóvenes de su pueblo que aún estaban presos, sino que se convierte en una terrible amenaza para el régimen monárquico.

Los súbditos del rey urden estrategia tras estrategia para intentar eliminar a Pulgasari, pero fracasarán una y otra vez. A la postre, la historia termina con final feliz, pero con una poética paradoja, Pulgasari no puede dejar de comer hierro y, siendo el salvador de su pueblo, también es ya una amenaza, pero hay un horizonte de esperanza…

Hay algunos aspectos interesantes de la película, retomando con lo que señalaba unos párrafos más arriba; Kim Jong-il, erigido en benefactor de la misma, contrató a técnicos japoneses para los efectos especiales; y como ya he comentado en alguna ocasión en esta bitácora, uno de los principales retos a los que se enfrentaban antes las producciones cinematográficas y televisivas es el pago de extras, algo que hoy se resuelve con programas de diseño por ordenador; así que para tal fin, y con ocasión de las batallas que se suceden entre las tropas reales y las ordas del pueblo capitaneadas por Pulgasari, Kim Jong-il hizo que no menos de diez mil extras pertenecientes al ejército norcoreano participaran en las grandilocuentes escenas de exteriores.

Lo cierto es que, en contra de lo que pueda parecer, y partiendo de la premisa de que la temática de monstruos no es santo de mi devoción, la película se deja ver, es entretenida; los efectos especiales no están nada mal, se percibe que hay muchas maquetas, que son las que Pulgasari se encarga de destruir, y el propio Pulgasari no está mal conseguido.

Ahora bien y como también he referido antes, hay un arma que utilizan los ejércitos reales que me parece que está fuera de sitio, pues atacan a Pulgasari con unos cohetes incendiarios que más parecen misiles actuales que otra cosa.

En definitiva, una película que no aburre, que tiene el interés y la curiosidad de saber algo del cine del país de donde procede, puesto que casi se puede considerar la producción norcoreana más conocida fuera de sus fronteras patrias; y que vista hoy y conociendo lo que ocurre en Corea del Norte, quien dice pueblo oprimido por un rey, también podría pensar que la opresión la ejerce el que tiene el poder y lo administra arbitrariamente, como sucede hoy al parecer. Pensar que el Pulgasari que necesita Corea del Norte es Donald Trump tampoco me alienta.

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