"EL PÍCARO", PERSONAL PROYECTO TELEVISIVO DEL GRAN FERNANDO FERNÁN GÓMEZ

Director, actor, guionista, escritor..., pocas personas en la historia contemporánea de nuestro país han encarnado tan polifacético currículum. Fernando Fernán Gómez era eso y mucho más, un auténtico monstruo de la divulgación; en sus últimos años, cualquier aparición suya en series o en programas de televisión, plena de carisma, le otorgaban un caché o un grado de interés que otro personaje de sus características no tenía. Era un señor de la pequeña y de la gran pantalla.

A toro pasado, y pese a que las generaciones más actuales no conozcan tanto de su figura y su legado, me transmite más su faceta literaria que la interpretativa, y mira que en esta última era sobresaliente, porque si polifacética fue su vida, sus personajes lo fueron más aun, desde comedias a dramas, prácticamente cualquier registro.

Y es que Fernán Gómez era un dechado de virtudes que recogió ya con temprana edad la experiencia del teatro y del cine, de los escenarios, para darle rienda suelta a su vis creativa, y nos regaló grandiosas novelas.

También guiones de series de televisión; Fernán Gómez era todo un erudito de la literatura, un estudioso, y fue capaz de desgranar los elementos que hacen exitoso a un producto televisivo. Sabía dónde había que pulsar para hacer ese producto para la televisión, cuyo ingrediente principal es el entretenimiento; en el cine puedes buscar otros matices, vas a ver algo porque te interesa, no obstante, en la televisión, sobre todo la de hace cuarenta o cincuenta años, tú no elegías, te sentabas enfrente y echaran lo que echaran te lo tragabas; en este sentido, la calidad no era el valor principal, el entretenimiento sí. Hoy también es así, pero tenemos un mando a distancia con decenas de opciones, aunque mayoritariamente ninguna es buena.

Y es que Fernando, que sería nombrado en el año 2000 Académico de número de la RAE, creó en 1974 junto con los guionistas Emmanuela Beltrán (Emma Cohen, actriz que fue su esposa durante muchos años) y Pedro Beltrán la serie «El pícaro», evidente fruto de su erudición y a buen seguro que uno de sus proyectos más personales.

«El pícaro» se presenta como una serie en la que se seleccionan y adaptan pequeños relatos del género o subgénero literario llamado picaresca, muy recurrente en nuestro añorado Siglo de Oro de nuestras letras (entre los siglos XVI y XVII). Relatos pertenecientes a figuras tan destacadas como Cervantes, Quevedo, Vicente Espinel, Mateo Alemán, Salas Barbadillo, Lesage, este último francés, el cual hizo suyo este subgénero hispano; los cuales son amalgamados para construir un personaje y una historia secuencial, es decir, con un principio y con un fin.

El dicho personaje no es otro que Lucas Trapaza, un nombre inventado que el propio Fernán Gómez protagonizaba, es un ganapán, un pobre diablo sin pena ni gloria, que gracias a su astucia y a cierta cultura y verbo fácil se permite ir subsistiendo gracias a las argucias que lleva a cabo para engañar por aquí y por allá, teniendo como principal objetivo el llevarse algo de comer a sus tripas, tripas estas con las que conversa, porque no pocas veces a lo largo de la serie le suenan, señal inequívoca de que están pidiendo lo que todos sabemos.

Esas argucias o artimañas son generalmente muy ingeniosas y tienen un fin casi de justicia social, engaña a los que más tienen o a los que les sobra, pero sin derivar en una lacerante merma en el engañado. Lo que pasa es que Lucas Trapaza como muchos personajes de la picaresca suelen salir escaldados porque en no pocas ocasiones sus planes resultan un fiasco, de tal guisa que al final terminan peor que empezaron.

Huelga decir que la serie tiene un marcado talante cómico, rayano en la inocencia; y esto último me sorprende porque esta serie, yo era muy pequeño, no me dejaban verla mis padres, porque seguro que tenía uno o dos rombos; y la verdad es que no sé por dónde le podía venir la censura o el ligero reproche moral, porque la serie era blanca blanquísima, como no fuera por el mensaje subrepticio de que los españoles éramos así de trápalas hace siglos (y hoy lo seguimos siendo también) y de cuál era el camino para vivir o malvivir sin darle palo al agua.

La serie de trece capítulos de poco menos de treinta minutos de duración es una joyita de la televisión de nuestro país, y aunque sospecho que no contaba con un presupuesto muy amplio, estaba bastante bien cuidada, con escenarios adecuados, indumentaria de la época, y un lenguaje algo barroco pero entendible. En esos escenarios muy bien traídos se refleja parte de la historia de nuestro país, casas, plazas, calles sin asfaltar, monumentos que en 1974 habían resistido los avatares del tiempo, entre ellos se reconocen claramente Baeza o Cáceres.

Lamento que la serie no se haya repuesto, o yo no tengo conocimiento de ello, porque tiene muchos ingredientes por los que sería atractiva hoy, amén de que por su propia esencia es una serie atemporal, eterna por así decir.

La muy buena defensa del personaje de Lucas Trapaza por su creador, aparte de que Fernán Gómez ejercía de director, se ve alentada por otro sinfín de personajes que, salvo unos pocos, no se repiten en la serie, es decir, que salen en un solo capítulo, y es también una buena manera de comprobar el talento que había en los años 70, actores y actrices, algunos fallecidos ya, y otros que hoy ya son muy veteranos.

Como he señalado al principio la serie se construyó con trozos de novelas para crear una historia de principio y final; Lucas Trapaza que vaga de un lado para otro y que ni él mismo sabe de dónde es, tiene como «escudero» de sus andanzas a Alonso de Baeza (Juan Ribó), el cual sí que permanece varios capítulos.

Al hilo de lo que refería sobre la censura moral tan errática del final del franquismo, por aquello de que no se querría pregonar que los españoles hemos sido un poco tunantes y bribones desde que el mundo es mundo, y visto que al final de casi todos los capítulos Trapaza termina trastabillado, en uno de ellos, este asevera «Malos tiempos se avecinan para España, que hasta los nobles han entrado en la picardía», lo cual no puede ser mejor reflejo de la España actual, y aunque nos duela a la mayoría, va a seguir siendo así.

Lucas, después de tantas andanzas sin fruto o con escasa recompensa, toda vez que casi en cada capítulo se lamenta de su destino y de no ser capaz de sentar la cabeza, llega a un convento, el cual ya había visitado antes, empapado por la lluvia, muerto de frío y hambre; allí recibe las atenciones de un lego que le da vino, comida, una manta y un catre, al que le contará sus últimas cuitas y reflexionará acerca de su existencia, solicitando su entrada en el convento. Lucas Trapaza se duerme y el lego recogerá sus ropas para emprender este su nueva vida de pícaro, todo continúa...

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