"ARARAT", DE ATOM EGOYAN

Si el primer día de Año Nuevo de 2016 y 2017 me despertaba con sendas películas esperándome en mi ordenador relativas al genocidio armenio («Mayrig» y «588 Rue Paradis»), aquella temática me enganchó y he querido seguir escarbando en la cinematografía en busca de diferentes puntos de vista, y el 1 de enero, mientras la mayoría dormían, yo visionaba «Ararat».

Aquellas dos películas hacían referencia a familias armenias establecidas en Francia, gracias Nicolás, y el recuerdo de aquel genocidio que los hizo abandonar su tierra entre 1915 y 1923. Las alusiones de aquellas películas, la segunda era una continuación de la primera, sobre todo Mayrig, a aquella masacre protagonizada por los turcos, aunque explícitas, también ofrecían un horizonte de esperanza para los que sufrieron un éxodo indeseable y encontraron una nueva tierra de promisión.

No obstante, el enfoque de esta película que hoy traigo a colación es bien diferente, puesto que su director, el armenio-canadiense Atom Egoyan (la película es de producción canadiense) nos propone entender el genocidio desde una visión actual, en concreto, desde 2002 que es donde se sitúa la acción.

No es fácil indagar en un conflicto de este calibre con un siglo prácticamente de distancia, pero Egoyan con una serie de escenas, más que darlo a conocer, pretende que sigamos reflexionando y doliéndonos con lo que sucedió, puesto que el trasfondo es que buena parte de la comunidad turca actual sigue sin reconocer que el genocidio existió; más o menos lo que ocurre con determinada gente que también niega el genocidio nazi. Lógicamente el genocidio armenio es menos conocido, más antiguo, y a medida que pasa el tiempo dejan de existir generaciones que lo vivieron en primera persona o sus descendientes directos.

La película es ciertamente un rompecabezas que hasta la primera media hora es difícil de descifrar. Por un lado, asistimos al rodaje de una película desde dentro, lleva precisamente el mismo nombre de «Ararat», haciendo tal vez un guiño a la famosa «La noche americana» de Truffaut; en ella se trata de narrar uno de los episodios iniciales del conflicto turco-armenio, en concreto la batalla de Van, muy fundamentalmente a través de la mirada de un niño, Arshile Gorky que posteriormente en su nueva vida en Estados Unidos se convertiría en un reputado pintor abstracto, aunque con una vida bastante atormentada. La película hace constante referencia a una de sus obras más reconocidas «El artista y su madre», basada en una fotografía que se harían ambos casi de forma coetánea a aquel conflicto.

Igualmente vamos conociendo a ciertos integrantes de la película: actores, director (el inmortal Charles Aznavour, nacido Aznavourian, en su menos conocida faceta de actor), productor, parte del equipo y a Ani, de origen armenio, que es profesora de universidad y asesora histórica del largometraje. Ani tiene un joven hijo, Raffi (David Alpay) que mantienen una relación con su hermanastra (no de sangre), que es hija del segundo marido de Ani. Esta joven acusa a Ani de haber matado a su padre, y le hará la vida imposible, especialmente en todas las conferencias que se dan mientras se rueda la película, incluida la inaugural de la exposición que se abre sobre el legado de Gorky.

El tercer pilar se asienta en un policía de aduanas del aeropuerto de Toronto a punto de jubilarse, protagonizado por el veterano actor Richard Plummer, que en primer lugar, es padre de un guía del museo donde se expone la obra de Gorky, el cual tiene una relación (homosexual) con un actor de origen turco que encarnará al general otomano que dirigía las tropas otomanas en Van.

Las interacciones entre ellos son ciertamente un tanto sorprendentes y casi sacadas de quicio, porque te obligan a pensar más de lo normal para intentar encajar las piezas que te faltan del puzle. Finalmente más de mediada la película ya parece que te enteras de lo que quiere mostrarnos Egoyan.

La película se está grabando e incluso llegamos a su estreno, pero mientras tanto y sin saber a priori cuándo Raffi, el hijo de Ani, vuelve de Armenia y al pasar por la aduana el viejo policía lo retiene, porque piensa que el joven está tratando de introducir en el país algún tipo de estupefaciente, dentro de las latas con los rollos de cinta de la película.

Y todo se va mezclando, el interrogatorio, la película, y también la búsqueda del viejo policía David, del entendimiento de la relación de su hijo. Es una especie de introspección psicológica de ambos personajes, que quieren buscar su sitio; Raffi, que ha ido a Turquía al lugar donde sus ancestros sufrieron ante los turcos; y David, no se entiende muy bien qué, tal vez, hacer su último favor a la sociedad y a sí mismo, entendiendo a su joven interlocutor, tratando de entender el holocausto armenio, o intentando descifrar cuál debe ser el destino de su hijo.

Al final de la película conocemos a la postre lo que hay en el interior de las latas, y entendemos un poco el parecer de los personajes, aunque ese entendimiento me pareció decepcionante.

La película está, en general, muy deslavazada, con una arquitectura un tanto abstracta, una especie de «Todo 100» en el que el objetivo final se apunta con destellos y no termina de transmitir, no acaba de aterrizar prácticamente en ningún momento de su metraje.

Ese trasfondo de querer mostrar el genocidio armenio, por su intermitencia, termina por hacernos reflexionar si lo que quiere el director es subrayar ese aspecto u otros más que ese, porque al final la película parece convertirse en un estudio psicológico de sus personajes.

Ni siquiera el nombre de Ararat está bien traído, los propios personajes justifican que la película (dentro de la película) se titule así, puesto que es un símbolo para los armenios, a saber es el monte en el que, según la tradición cristiana, se posó el Arca de Noé (los armenios son mayoritariamente cristianos y los turcos mayoritariamente islámicos), y hoy situado en territorio turco, de hecho es la montaña más alta del país. Pues bien, si la acción histórica de la película se situá en Van, se reconoce que desde Van no se veía Ararat; otra licencia del director.

En fin, un experimento un tanto fallido de Atom Egoyan que lo que es un objetivo se queda solo en pretensión. Salvo determinados flash, como por ejemplo, la vida y obra de Gorky que era un pintor que no conocía, es demasiado ruido para tan pocas nueces.

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