PEPE GOTERA Y OTILIO, PORQUE LA CHAPUZA NUNCA SE EXTINGUE

Dentro de la densa y disparatada colección de personajes de la factoría de Francisco Ibáñez (mundialmente conocido por ser el padre artístico de Mortadelo y Filemón), hoy traigo a colación las aventuras de los no menos populares Pepe Gotera y Otilio, comercialmente las historietas se titulaban «Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio». La gente de mi época seguro que los recuerdan con cariño, porque sus aventuras siempre tenían un denominador común que ha llegado hasta nuestros días, la chapuza por antonomasia, es decir, el pequeño arreglo propio o externo de algún componente del hogar cuya resolución termina siendo peor que su punto de partida.

Probablemente para el Ibáñez de 1965, que es cuando ideó a estos personajes, ya debió pulsar que ese arquetipo del chapucero no era, por desgracia, una figura en peligro de extinción en nuestro país y tal vez en el mundo entero, más bien todo lo contrario. La tal figura llega hasta nuestros días, las obras mal hechas, las averías que no se solucionan, las goteras…, son circunstancias a las que cada hijo de vecino se tiene que enfrentar alguna vez en su vida y posiblemente demasiadas veces. Por ello, Pepe Gotera y Otilio siguen en boga, porque mientras algún «profesional» siga haciendo mal su oficio, o algún «manitas», entre los que me encuentro quiera solucionar algún problema doméstico a su manera, sin herramientas y sin saber, pues nuestros personajes siempre estarán latentes en el imaginario colectivo.

Con una materia tan rica y casi inacabable (de chapuzas), Ibáñez no tiene más que dotarle de su sello particular a estos dos personajes con los elementos que siempre fueron el emblema y la fuente de éxitos de todo lo que tocaba este historietista: el absurdo, el chiste continuo, la ausencia de crítica social directa, la accesibilidad del lenguaje… Ibáñez hacía de todas sus historietas un reclamo para el público más menudo, sin desdeñar que pudieran acabar también en manos de jóvenes y adultos. En mi caso, he de decir que volver a releer cualquiera de sus historietas me sigue provocando risa y casi la misma simpatía y emoción que cuando las tuve por primera vez en mis manos.

Pepe Gotera es el jefe, su apellido ya nos da idea del sector donde se mueve; es emprendedor y, por buscar una lógica que evidentemente no la hay, debe ser ingenioso para buscar chapuzas por doquier, considerando que cualquiera de sus trabajos precedentes ha terminado en desastre, probablemente él sea un desastre en sí mismo, pero sus clientes no miran credenciales. Está claro que es un poco huraño, que tal vez no le dé las órdenes adecuadas a su subalterno, pero aunque cada historia termina como el rosario de la aurora, sigue siendo fiel a su obrero. Sus conocimientos de chapuzas no están mal, dispone de buenos condimentos, pero su velada manía por acudir a tabernas o a descansar y trasladar y confiar el trabajo a quien es el chapucero número uno, Otilio, termina por ofrecernos un plato final que no hay quien se lo coma.

Y es que Otilio, por su parte, es chapucero por naturaleza, utiliza el sentido común para ventilar cualquier avería, pero es que su sentido común es demasiado directo, tanto que recurre a lo primero que se le pasa por la cabeza y no suele ser acertado, casi nunca. Aparte es un hambrón, cada historieta empieza con el reclamo de Pepe a su obrero para salir a hacer la chapuza del día, parecen vivir en la misma casa, no tiene pinta de taller ni de nave de empresa; pero eso no es lo relevante, sí que lo es el hecho de que Otilio siempre que es llamado al tajo, está preparándose algo para comer, y esa es una de las genialidades absurdas de Ibáñez, el apetito de Otilio es desmedido, y eso que no está gordo, un poco sí pero nada excepcional, y sus comidas son siempre opíparas y pantagruélicas, desayunarse un elefante, un faisán relleno con un hipopótamo, una tortilla de varias decenas de huevos, un silo de trigo entero…, aunque, eso sí, son siempre insuficientes, porque Otilio anuncia que todo eso es prácticamente un aperitivo, y por otro lado, que su jefe siempre lo tiene que llamar cuando va a empezar a dar cuenta de su preparación culinaria. Luego va hambriento a la tarea, ¿es esa la razón por la que no le funcionan adecuadamente las neuronas y todo acaba mal?

La empresa de Pepe Gotera es lo que hoy podríamos denominar una empresa «multiservicios», y es que no se le puede negar a su inventor que era todo un visionario, un auténtico nicho de mercado antes, y hoy más si cabe. No hay especialidad que se les resista, aunque da igual porque son chapuceros en todas ellas, o sea, que se le resisten todas, y lo mismo se atreven con un trabajo de albañilería, electricidad, jardinería, carpintería, obras públicas… No tienen prejuicios y también le meten mano a cualquier máquina o electrodoméstico averiados: coches, motos, radios, televisiones, lavadoras…

Como nada funciona bien en este equipo, da igual que cualquiera trabaje individualmente, si hay algún avance en algún arreglo propio, el otro lo convertirá en estropicio. Si Pepe Gotera no se escaquea, puede intentar tener la solución, pero la interacción de ambos lo termina por fastidiar. Y es que ya hemos apuntado que Pepe no le ofrece buenas órdenes a su trabajador, y considerando que Otilio no discurre mucho sino que hace lo que primero se le viene a la cabeza, suele tomarse al pie de la letra lo que se le encarga. Así que si su patrón le pide una bomba de mano para desatascar una tubería, lo más sensato que hará él será traerle una bomba de mano de las que utiliza la infantería de cualquier ejército. A todo ello hemos de unir que, tal vez porque Otilio está bien alimentado o sobrealimentado, no está falto de fuerza, y cuando en las historietas hay que recurrir a esta lo hace de una forma descomunal, de tal forma que si el jefe le pide que le dé un empujoncito para que se pueda subir a lo alto de un muro, el empujón lo puede poner a la altura de un reactor que surca los aires.

Da igual la estrategia utilizada, en las más de las ocasiones Pepe Gotera y Otilio terminan cada una de sus historietas siendo corridos por el cliente de turno, generalmente Otilio delante que es la diana de los males que sufre su jefe, sin saber de qué se le acusa normalmente y a continuación Pepe Gotera que, aparte de ir hecho una piltrafa, es acosado por ese cliente insatisfecho y que ha visto, como hoy veríamos en semejantes circunstancias, que lo que se prometía un arreglo diligente, se ha convertido en un estropicio mayúsculo, ha sido peor el remedio que la enfermedad; en definitiva, una chapuza magnífica.

Es curioso lo del escaqueo de Pepe, porque pese a lo simplón que aparenta ser Otilio y que discurre más bien poco, suele tener un arte especial para sacarle punta a los escaqueos del jefe, entonces parece que le surge una vena genial cuasi literaria, para hacer un ingenioso chiste con doble sentido que naturalmente no es del gusto de Pepe, si es que lo llega a oír.

El dibujo de Ibáñez es llamativo, no es minucioso en detalles, pero tampoco ahorra ni en lo importante ni en lo menos importante, son dibujos cómicos que apoyan notablemente los diálogos, de tal forma que ambos ejercen una simbiosis bastante equitativa.

Es inevitable hacer mención a aquella serie televisiva de finales de los 90, «Manos a la obra», donde los inimitables y recordados Manolo y Benito, hacían una versión a su manera de los personajes del cómic. Estos artistas de la «ñapa», estaban sobre todo especializados en obras y también solían terminarlo todo al estilo chapucero, todo muy a disgusto del cliente, como es imaginable.

Pues nada, todo un gusto recordar esta historieta genial de Ibáñez que, a buen seguro, ocupa de las diez primeras posiciones en el recuerdo de los que de niños nos adentrábamos en el mundo del tebeo para entretener nuestras tardes y para instruirnos, que todo ello cabía.

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