"IDENTIDAD ROBADA", DE JOEL EDGERTON

Pues a estas alturas del partido y ya con un bagaje, cuando uno puede reconocer que está en su madurez, realmente es cuando sientes que tu pensamiento está definido. Me pasa a mí y le pasa a mucha gente, he circulado de la radicalidad, no mucha, a la tolerancia, y también del progresismo a cierto conservadurismo. Nunca me he considerado homófobo, aunque de joven, metido en la ola de tus amistades te aborregabas y no llegabas a discernir muy bien, por eso que en alguna ocasión puede que no estuviera a la altura de las circunstancias. Por otro lado, el fenómeno de la homosexualidad no se apreciaba con la naturalidad de hoy, convivías con chicos amanerados pero no tenías una perspectiva clara de conocer de cerca a alguien que siente atracción natural por individuos de su mismo sexo. En la universidad conocí a ese chico que se relacionaba con mi grupo, que era uno más, que no era amanerado y que nos hizo ver la realidad, nos convenció de su realidad y a la par cambió nuestra mentalidad para siempre.

Y aceptas hoy y ves con normalidad que la homosexualidad sea una expresión más de la humana sexualidad, tan natural, en contra de esos que piensan que hoy hay más porque se promueve, como que ha existido siempre, desde que el mundo es mundo, con la significativa diferencia de que antes había que esconderse. Esto es un hecho y la sociedad sería más justa cuanto menos se hablara de esto; y que se hable, que se reivindique, quiere decir que algo no estamos haciendo bien, porque aún se lucha por objetivos. Y dicho esto, la reivindicación justa, racional y sensata es la que hay que propugnar, no la del pensamiento único, la de políticos que se apropian del movimiento, o la de esos que quieren exponer su realidad ofendiendo a los demás que no piensan como ellos.

Pues si hace unos meses veíamos en los medios de comunicación que el Obispado de Alcalá de Henares organizaba cursos para «revertir» a gente de su homosexualidad, esta película gravita sobre este fenómeno que está más extendido de lo que yo pensaba, en el mundo.

Y es que en esta reciente película de 2018, la crisis llega a una familia teóricamente modélica, de clase media alta estadounidense, padres que se quieren e hijo bien educado. El padre es pastor de la iglesia baptista y se revela que el chico tiene tendencias homosexuales, y eso no puede encajar, y menos en una familia con profundas convicciones religiosas. Así que deciden mandar al joven a un programa de terapia para desintoxicarlo, o básicamente sesgarle la pluma que pueda tener.

La película, basada en hechos reales, es sumamente interesante, puesto que se cimenta en esos programas y estrategias que siguen un esquema de cierta radicalidad, casi sectario, en el que se somete a un grupo de jóvenes a unas terapias a la fuerza que intentan demonizar su pasado, su sexualidad y a la par denigrándolos como personas.

Obviamente el programa no funciona, ni en la vida real tampoco, porque no se trata de deshabituarse ni de cambiar el convencimiento de lo que uno es, como el que cambia de camisa, y aparte el personaje lo vive con mayor dolor, su entrada en la homosexualidad no ha sido pacífica, y se enfrenta a unos padres que manejan una doble moral, la de servir a sus creencias y no servir para su hijo, creencias a las que dan de lado cuando de lo que se trata es de enfrentarse a la realidad de su hijo con sinceridad, con honestidad, ejerciendo el papel de padres, y no el de unos progenitores religiosos ajenos al dolor de su hijo, del que quieren poner tierra de por medio con un absurdo programa.

Ni el chico es tonto, ni ninguno de los que hay en el programa, y casi como una regla no escrita para salir «con nota» del programa, prefieren ir con viento a favor, y decir los que los rectores del programa quieren escuchar, alegrarles el oído, pero para el protagonista eso no deja de ser una humillación y no entrará por el aro.

Finalmente su madre se irá convenciendo, y su padre por lo menos lo escuchará, lo menos que un padre y un hijo deben hacer.

Una película dirigida por el australiano Joel Edgerton, que en una especie de rol de capitán-jugador, interpreta también uno de los personajes principales de la cinta, en concreto, el del jefe de la terapia, un macho alfa que basa su programa en una serie de erráticas estrategias entre las que destaca hacer «cosas de hombre», como apretar fuerte la mano al chocarla, erguirse y tomar posturas de hombre... Como he comentado, la peli está basada en hechos reales, y a la postre el muy machito jefe del programa se revela que se enamoró de un caballero y hoy lleva una vida feliz en su reconocida homosexualidad.

Hay otras muchas singularidades, entre las que destacaría el papel de uno de los guardianes más homófobos del programa, interpretado por el bajista del grupo Red Hot Chilli Peppers, Michael Balzary «Flea», homosexual en la vida real y que muestra la forma más cruda de denigrar a los homosexuales.

Tuvo un buen elenco de actores con Russell Crowe y Nicole Kidman como los padres del joven homosexual (el actor Lucas Hedges); en el que Russell sí que ofrece un papel convincente de un pastor alienado por sus creencias y su posición social, y muy metido en kilos; y una Nicole que no encaja en el papel de madre cercana, con todo lo recauchutada y superdiva que está, tal vez hubiera sido más realista buscar una actriz menos espectacular, porque verla en esta tesitura no te hace más que pensar en toda su trayectoria y aquí no ensambla.

Una película con muchos matices, que da mucho que pensar y sobre todo mucho que opinar; pero ante todo una película que nos obliga a reflexionar sobre los sinsentidos de no ver con naturalidad la homosexualidad, y de no abordarla como se debe. Afortunadamente en los países occidentales cada vez la gente se tiene que esconder menos, sufre menos, pero aun así sufre en algún momento la desconsideración de la familia o la sociedad y, desde luego, las iglesias deberían propugnar más amor, más sentido común y menos programas sectarios como estos.

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