"MASTER AND COMMANDER: AL OTRO LADO DEL MUNDO", DE PETER WEIR

Sin duda que el gran concepto que he acogido este verano es del «mal menor», un concepto que así, genéricamente, más o menos podía entender e interpretar; pero que en una tertulia nocturna con una persona con mucha mundología, y yo que me las doy de tener cierta culturilla, trascendió en mí su carga filosófica. Tiene mucha historia el concepto, no quiero aburrir, pero Aristóteles es uno de sus ideólogos.

No hay demasiada profundidad en el concepto básico, cuando te tienes que enfrentar a dos o varias opciones que son todas malas en sí, debes optar por la menos lesiva aun cuando implique una negatividad o un perjuicio.

Buceando un poco en la vida de cada uno, realmente todos tenemos que tomar decisiones, a lo mejor no constantemente, pero de vez en cuando, y decisiones importantes, donde tenemos que asumir un mal evitando uno peor.

En el terreno bélico, el concepto del «mal menor» está a la orden del día, en las batallas y en las guerras hay pérdidas incluso aunque ganes, y se trata de ir realizando estrategias que prevean para ti y tus intereses el menor inconveniente posible.

Este concepto está latente en esta entretenida superproducción de 2003 del consagrado director australiano Peter Weir, una película que defiende con vehemencia Arturo Pérez-Reverte, y por qué no negarlo, la tenía en la reserva para echarle un atento visionado. Pérez-Reverte es un seguidor incontestable de la película porque defiende los valores patrios y militares, y también la historia, algo que en España defendemos según qué historia, porque no paro de repetir en esta bitácora que la memoria histórica es una chanza que no avanza más allá de un siglo, luego es una memoria histórica interesada y parcial, por no decir partidista.

Fuera de la recomendación y de la crítica razonable de la cinta, la primera lectura que uno tiene de la misma es que es una especie de revisión de muchas películas de los 40 y los 50 del pasado siglo que tenían el mar como protagonista, barcos de guerra, de balleneros, de piratas…, películas de aventuras para toda la familia que tenían un poco de todo, drama, comedia, niños, amor y mucha acción. Efectivamente, es una de esas películas que disfrutarías viendo con la familia una tarde de invierno sentado calentito en el sofá de tu salón, sabedor de que te lo vas a pasar muy bien. Bueno, en esta película no hay mujeres, y no se me tome a mal, pero ni falta que hace, porque la historia no lo da o no lo permite.

La historia es ficticia, nos situamos en 1805, Napoleón campa a sus anchas en Europa y quiere extender su dominio al mundo entero, acopiando provisiones y riquezas allende los mares, esto es, en América. El buque de guerra inglés Surprise comandado por el capitán Aubrey (Russell Crowe) tiene como misión la de capturar, hundir o quemar el también navío de guerra francés Acheron, y se suceden ataques y contraataques, en los que las estrategias se ponen a juego en el tablero de los océanos Atlántico y Pacífico.

La acción se sitúa casi enteramente en el buque inglés, y pese a eso, la película, de más de dos horas de duración, no se hace pesada o tediosa. Es palpable que es una historia de buenos y malos, y de honor, de mucho honor; está claro que los buenos son los ingleses, todos los ingleses, que a tenor de la organización castrense permite que las estrategias diseñadas desde el alto mando fluyan con precisión.

Russell Crowe asume un papel que se lleva de calle, sobradamente diría yo, también es cierto que se lo ponen en bandeja; un capitán recto, con cultura, con valores y con un gran bagaje militar que le permitirá ir estrechando al enemigo mientras que ordena con disciplina todas sus piezas.

Es una película para toda la familia en la que se ensalza el papel de los niños en estos buques, como aprendices en la profesión militar y que ofrecen una imagen amable en la arriesgada vida de un buque de guerra. Esa imagen amable se complementa con otros personajes con cierta vis cómica que dotan a la película de esos ratos que te despiertan una sonrisa.

Esta superproducción que, reitero, es una ficción, también hace un marcado guiño, con varias décadas de antelación a la figura de Charles Darwin. Y es que, efectivamente, enrolado en el Surprise, como años después haría Darwin en el Beagle, está el médico y naturalista Stephen Maturin, encarnado por el actor Paul Bettany. La coincidencia no es gratuita en ningún caso, el Surprise llegará a las costas ecuatorianas de las islas Galápagos, y Maturin descubrirá un sinfín de especies no conocidas en el mundo occidental. Un doctor que, a la sazón, es uno de los personajes clave en cualquier barco de guerra y en este también, dado que tiene que trabajar contrarreloj cuando los heridos llegan a sus dependencias.

Imagino que Pérez-Reverte tiene un gran juicio de esta película porque recrea con exactitud un buque de guerra, toda su parafernalia, sino también porque no se anda con chiquitas el director en ensalzar los valores de esa tropa británica que en ese barco, a miles de millas náuticas de su país, tenían bajo sus pies, en esas maderas que pisaban, una parte de su propia patria que había que defender. Y es que evidentemente, España que ha tenido una historia infinita de relatos históricos en el mar, ha sido incapaz que yo sepa, de hacer algo similar, medianamente en condiciones, aunque solo fuera para vanagloriarnos un poco, pero claro esto es ahora imposible y cada vez más, no es que nos la cojamos con papel de fumar, es que ya ni nos la cogemos.

Claro que Peter Weir, que tiene un dilatado currículum (Único testigo, El club de los poetas muertos, El show de Truman…), contó con un presupuesto generoso y quiso hacer una película redonda, una película que no defrauda. Y, por supuesto, es una peli de buenos y malos, ya se puede uno imaginar quién gana. Hace un par de años se habló de hacer una segunda parte, sería perfectísimamente posible, y los actores prácticamente todos estarían en activo, podría ser un regalo navideño para un año de estos.

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