LA FIEBRE DEL CONSUMISMO, COMPRAR MÁS DE LO QUE NECESITAMOS

Hace un tiempo escribí en esta bitácora y no recuerdo por qué motivo, que en una tertulia con compañeros de trabajo, alguien al que ya me he referido aquí en más de una ocasión y es tan humilde que no le gusta mucho que lo miente, pues reflexionó con absoluta certeza acerca del grado de derrochismo que manejamos en la sociedad actual, aludiendo a que, por ejemplo, teníamos los armarios atestados de ropa, ropa que no solo nos habremos puesto una o dos veces, sino que hay prendas que compramos y que jamás nos las pondremos, así de simple y así de duro.

Efectivamente no es una noticia afirmar que consumimos mucho más de lo que necesitamos, vivimos en una sociedad de consumo, pero de superconsumismo, desde hace ya varias décadas y en todo el mundo occidental. Y el ser humano tampoco es que aprenda, porque a medida que países pobres o en vías de desarrollo tienen cierto margen de progreso, quieren parecerse a los países ricos en esta deriva.

Nuestra existencia se ha convertido en una larga travesía donde vivimos para trabajar, trabajamos tanto que cuando llegamos a la jubilación y tenemos una cuenta corriente razonablemente saneada, nos damos cuenta de que no hemos disfrutado de la vida, ni de ese dinero que tanto esfuerzo nos costó conseguir. Lo de ser el más rico del cementerio se da con bastante frecuencia.

Y no, no necesitamos tanto para vivir, no necesitamos que esa cuenta corriente tenga más ceros, por el hecho de querer aparentar más, de tener un coche más lujoso que no disfrutamos, de una segunda residencia en la playa donde cada vez vamos menos o de toda esa montaña de ropa que inunda nuestros armarios y a la que no sacamos a pasear nunca.

Sí, probablemente estas reflexiones u otras parecidas las hiciera una vez que fui a adoptar a mi hijo a Etiopía, ahí te das cuenta verdaderamente de lo que es la pobreza, no la pobreza del primer mundo, ver gente desnutrida y que vive tirada en las calles eso sí que es sinceramente pobreza. Cuando hablan algunos políticos del umbral de la pobreza yo me río, porque llanamente la pobreza en el primer mundo es opulencia en el tercer mundo, así de simple.

Y es que es una pescadilla que se muerde la cola, ese umbral de la pobreza ya no lo marca el hecho de que puedas hacer tres comidas equilibradas al día, que dicho sea de paso no creo que haya familia en España y en todos los países desarrollados que no las tengan cubiertas; esa frontera de una teórica marginalidad está marcada por otras cotas abonadas por la sociedad de consumo: tener un móvil con muchos gigas, mucha ropa en el armario, una televisión sofisticada, una wifi y un coche.

Puede que mientras esté escribiendo esto me esté dando cuenta de que, en realidad, yo también estoy enganchado a esta sociedad del consumismo a lo bestia, aunque es verdad que en una revisión reciente de mi existencia estoy intentando cambiar esto. No necesito tener más en mi casa que lo que ya tengo, es digna y me es suficiente; el armario hay que controlarlo; la despensa con lo justo; y el trabajo, que es necesario y que redondea una vida que sin él sería inabordable, tiene que ser el que es sin que sus avatares te lleven a que tu horas de ocio tengan su influjo.

Bueno está que nuestros padres pensaran en ahorrar para luego no disfrutar y comenzaron a sentirse bien en cierto desarrollo y en esta sociedad del consumo, acumulando materiales y disfrutando poco de lo inmaterial. Ni la crisis económica que sufrimos recientemente puede ser un valladar insalvable, porque esa crisis es una pantomima con los años de las hambres que nuestros progenitores padecieron. Se me antoja que pensar en lo inmaterial es una salida adecuada para disfrutar de ese dinero que tenemos de sobra y para liberarnos de tanto bien material que inunda nuestras casas, en este sentido, viajar puede ser una de las mejores inversiones, y alabo el gusto a quien quiere y puede hacerlo, porque eso llena más que tener un móvil de última generación, o un armario con vestidos a la última moda que al año siguiente ya se han pasado y no te vas a querer poner ni de diario.

Pero claro que es fácil caer en el consumismo y probablemente cada vez será más difícil huir de él. Hace algo más de un año tenía descargadas en mi móvil las aplicaciones de Amazon, Ebay, Wish y Joom, no necesitaba objetivamente nada de ellas, pero me dejé llevar por el señuelo y piqué en todas y cada una de ellas, para cosas que necesitaba y otras que no. ¿Por qué? Tal vez por ese gen de la nueva modernidad que te invita a que compres, a que le des al botón de aceptar y que te quedes satisfecho con una adquisición de algo que en apariencia te puede hacer la vida un poco más llevadera, lo cual es generalmente una completa entelequia.

Y quien habla de esas plataformas también puede aludir a otras compras más directas y cotidianas. Vas por ejemplo al Mercadona, y aunque los expertos (los de las organizaciones de consumidores que ahora se han vuelto muy mediáticos y algo politizados, pero que en materia de consumo, que es de lo que saben, suelen ser bastante cuerdos) recomiendan llevar una lista de la compra, ves a muy poca gente con esa lista, luego es más que probable que en la cesta o el carro se depositen productos que tendrás que tirar porque caducarán sin que tú hayas reparado en que aquel día los compraste; y es que estaba claro que era mentalmente más satisfactoria la compra de tal alimento más que su propio consumo posterior.

En las grandes superficies, donde los ases de la mercadotecnia tienen su banco de pruebas, la variada oferta para el consumidor es una tentación irresistible, tampoco se ve a mucha gente con lista de la compra, unos tienen algo en mente y luego pican, otros van a ver qué ofertas hay y también pican, y definitivamente también hay gente que pasea porque es un sitio cómodo, lleno de luz, de gente, climatizado, con música ambiental y con agradables dependientes, que a lo mejor pasea, pero que también podría picar. Lo de las ofertas, siempre hay ofertas, es el reclamo perfecto, tengo este buen precio (que tampoco es un chollo ni una ganga) en este y en un sinfín de productos, pero mi margen que es más pequeño con esa oferta (es pequeño pero no inexistente, porque yo nunca pierdo), lo compenso con esos otros productos que no están de oferta, donde yo gano más y donde Vd. seguro que va a picar.

¿Necesitamos más ropa deportiva ahora que antaño? Sinceramente yo que hago deporte a diario casi desde siempre no veo que más gente haga deporte, aunque sí que es verdad que la misma gente o el mismo tipo de gente que caminaba hace veinte o treinta años, ahora lo hace con ropa más estilosa. Vivimos, en este sentido, la fiebre de la multinacional francesa Decathlon, si no has ido a una tienda de estas y haces deporte es que no eres nadie, ¿qué clase de intruso social eres? Tu ciudad no tiene lustre si no cuenta con una de esas tiendas, o alguna cerca. Aquí en Jaén estamos esperando como vulgares cazurretes a que Decathlon nos inunde con sus ropas distinguidas de baratillo (fabricadas en Bangladés, por cierto en inhumanas fábricas de varias plantas donde los operarios cobran sueldos nimios en condiciones precarias) para hacer el deporte que quieras, el que practicas o el que en tu puñetera vida vas a practicar. Y picarás, y picaremos, y en vez de tener tres camisetas y dos pantalones, ahora vas a querer tener el doble o el triple, para al final no amortizar toda esa ropa por muy barata que te haya costado.

Por supuesto, cómo no vas a caer en la tentación de ir a un Ikea, a comprar algo con un estrambótico y largo sustantivo escandinavo. Pero ¿necesitas algo? No, pero hay que ir. O sea, que tú que vives en la España medio vaciada (que tampoco se vive tan mal porque aparcas donde te da la gana, conoces a todo el mundo, puedes caminar para ir de un punto a otro, y tienes un razonable acceso a actividades culturales, porque tú que vives en Madrid, no me digas que vas al teatro todos los días) te tienes que pegar cientos de kilómetros para ir a un Ikea, para comprar algo sin lista, para comprarte unas bombillas Homerlstrom o unas perchas Slavandunden, que sí, que son más baratas que en la ferretería de tu barrio, pero que no compensa los 40 o 50 euros de gasolina que te has gastado, ni tan siquiera por el gusto de comerte las deliciosas albóndigas suecas, que tampoco son mejores que las que hace tu madre.

O la fiebre de Amazon, hay que comprar en Amazon, pero para qué, si yo no necesito nada, es igual, mira sus millones de productos que algo caerá, navega y diviértete, y luego te entretienes sabiendo que el producto viene de Camboya y que acaban de meterlo en un contenedor que llegará a España en cuarenta días y que recibirás en tu casa cuando ya ni te acuerdes y verifiques que tampoco necesitabas. Pero es que tu amigo compra y además tiene el Amazon Prime, o sea, que es un comprador de lujo, y tú no puedes ser menos, aunque sea para comprar una chorrada.

Y, por supuesto, el Black Friday en estas plataformas y en el comercio en general, no tiene más interés que el de alimentar todo ese consumismo y de paso librarse de productos fuera de temporada, de liquidación o con exceso de estocaje. La gran ola de superofertas no debiera ser más importante que la necesidad, pero nosotros compramos ese fin de semana porque parece irresistible no aprovecharse de las aparentes gangas.

Para los de la España medio vaciada de la provincia de Jaén, se ha convertido en un hito turístico imprescindible ir al Nevada Shopping de Granada, un montón de tiendas donde por poco picarás en algo, y conseguirás chollos o no, pero que tampoco son tanto si cuentas que también has gastado gasolina para ir allí. El emblema es Primark, otra ropa de mercadillo fino, hecha también en Bangladés, o sea, con una calidad media baja.

Y así de claro, tampoco necesitamos tanto para vivir y hay que liberarse, vivir con menos es posible, y vivir con menos te simplifica la vida y con ello tienes tiempo de pensar en lo verdaderamente importante, el amor, la familia, los amigos, nuestro destino...

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