LOS PILARES DE LA TIERRA, LOS CIMIENTOS DEL PODER

Es cierto que siempre hay un libro en mi mesita de noche, cuando termino ese hay otro esperando, es una rueda que no tiene fin, por el momento, pero bien es verdad que no llegaré a abarcar en mi vida lo que me gustaría, ni las novelas que siempre me hubiera gustado leer, ni esas que saldrán y que parecen de obligada lectura a causa de la actualidad, de la calidad o de la moda.

Una vez escuché a alguien decir que todo el mundo afirma haber leído el Quijote pero que haya llegado hasta el final solo unos pocos, y sí, soy uno de ellos y no sé si alguna vez me enfrentaré a esa magna obra, la cual he intentado abordar varias veces y no he logrado culminar, la primera parte sí, la segunda no.

Pues a estas alturas de mi episodio vital ya he tenido que descartar novelas para siempre, por no tener tiempo fundamentalmente, porque hay un recurso como es la serie de televisión que resume muy bien la lectura, o también por cierta pereza, porque enfrentarse a un tocho abultado me produce cierta reticencia.

Una novela que sonaba muy bien y que fue toda una atracción en su momento y que nunca tuve a mano, tampoco lo procuré. Así que pasó el tiempo y con más casualidad que otra cosa me decidí por esta producción, aprovechando todo este movimiento imparable de fervor por las series de televisión. Y como no quería perder mi tiempo creo que pulsé en un buscador al azar para que me enviara a alguna clasificación de las diez mejores series (o miniseries) de la historia de la televisión, y ahí estaba.

Apenas un detalle anecdótico, si no fuera por el simple hecho de que estoy viendo Juego de tronos (no me está gustando tanto a razón del bombo que se le ha dado) y que se muestran relaciones incestuosas, no me ha sorprendido que en «Los pilares de la Tierra» también las hubiera; es más diría que hay ciertas similitudes, mucha sangre también, pero de ahí a pensar que hay una ligera inspiración de una sobre otra, es muy aventurado o yo qué sé. En todo caso, el libro de Ken Follett en el que se inspira esta serie es anterior a Juego de tronos, y estoy convencido de que George R. R. Martin lo leyó.

Tal y como me imaginaba, seguro que porque recordaba que alguien me lo había contado, esta serie ambientada en la Edad Media, gira en torno a la construcción de una iglesia, concretamente en la Inglaterra del siglo XII y nos presenta toda una serie de intrigas regias, palaciegas, amorosas y clericales.

Podría parecer que esta serie tiene un trayecto muy largo en el tiempo, es decir, podría abarcar no menos de veinticinco o treinta años, pero aunque nos pueda parecer un margen exagerado es casi un recurso del autor de la novela y de la propia serie para poder recoger un buen número de personajes de principio a fin, porque la construcción de una iglesia es mucho más prolongada en el tiempo.

No obstante, ya digo que todo esto es una licencia novelística, porque el margen y el tiempo para construir un templo en aquella época, y en esta, es muy superior. A este respecto, debiera decir que mi vida gira en torno a una iglesia, la de Santiago Apóstol de Begíjar, magna y poderosa, insólitamente desconocida. A ella iba mucho de niño y siempre que puedo acudo a misa, por muchas razones, y la principal es porque encuentro un momento de paz en el que coincide que alguien te ofrece un mensaje trascendente a través de su homilía, siempre y cuando el cura de turno te transmita un mensaje social, a veces no ocurre y te larga una tediosa perorata espiritual que no interesa a nadie.

Pues dicho esto, es un templo al que tarde o temprano volveré y a través de él siempre supe que una iglesia es un proyecto que va de generación en generación, a través de varias; una persona, por ejemplo, un cantero, la comienza y es posible que la vea terminada su tataranieto. En la fachada de este templo begijense aparece la fecha de 1489 si no recuerdo mal y dentro, en una de sus últimas modificaciones aparece perfectamente reseñada la data de 1610. Mientras escuchaba homilías o intentaba no aburrirme, miraba a esa fecha y me imaginaba a un hombre iniciando esa obra, enseñando su oficio a sus descendientes, y a estos, fallecido ya el maestro, recordándolo cuando finalizaran tan rotunda obra humana. A día de hoy y con todos los medios que tenemos, templos no poco importantes como la Sagrada Familia de Barcelona siguen siendo proyecto inacabados y ya podemos concluir en que también son seculares porque ya dura más de un siglo su ejecución.

Pues bien, hace poco leí acerca de si las religiones han sido buenas o malas para la humanidad, y como no podía ser de otro modo el articulista ofrecía argumentos que abonaban ambas posturas, lo cual es lo más sensato. En esta serie, en este libro, se nos ofrece esa visión dual, sirve para cohesionar pueblos, para generar riqueza, pero también saca lo peor del ser humano, la necesidad de poder por encima de cualquier cosa y con el respaldo de una cruz. Quizás esa sea una de las lecturas más inquietantes de la serie, el obispo Waleran, que debiera encarnar la bonhomía de la Iglesia es, en realidad, el propio diablo.

Pero más allá de esto, debemos centrarnos en el recorrido de la trama a través de la construcción de un templo. No hay excesos económicos en el Medievo inglés y la Iglesia es un refugio para mucha gente, para frailes, monjes, curas y toda una jerarquía no suficientemente bien armonizada. En estas, un humilde constructor llamado Tom Builder, con gran formación y escaso futuro, llega con su familia, a la que se une otra, a un lugar donde se está intentando reparar un templo. Un joven perteneciente a la otra familia, Jack Jackson, se encargará de quemarla para que se haga necesaria, casi eterna por lo que antes comentaba, su vinculación laboral en forma de reconstrucción de un nuevo templo mucho más grandioso que el anterior.

En estas se generan toda una serie de tramas y subtramas donde se mezclan hechos que aparentan ser históricos, cuitas regias, batallas por el poder y terremotos en las jerarquías eclesiásticas que se plegaban al sol que más calentaba siempre en beneficio propio, no de la Iglesia, sino de determinadas personas que controlaban el músculo eclesial.

Las dificultades para la construcción del templo van marcando el devenir de la serie, el acceso a materiales, las zancadillas de Waleran, la disposición de dinero o la misma traición desde dentro del templo. Tom morirá y su hijo y su hijastro, absolutamente enfrentados por el amor de una misma mujer, se encargarán de culminar el proyecto, al más puro estilo de esas generaciones posteriores que, como en Begíjar y en tantos lugares, procuraron cumplir los designios de sus predecesores.

Merece mucho ver la serie y ciertamente que me lamento un poco no haber leído el libro. Y es que como ya tengo cierta experiencia en esto, tengo la impresión de que aun habiendo hecho un buen resumen en los ocho capítulos de que consta, a veces se queda corta porque se suceden acciones que tienen poco recorrido justificativo. Tres o cuatro entregas más no hubieran estado nada mal, pero ahí se quedaron.

Fue una gran producción con el propio Ken Follett asesorando en el rodaje, con un director de origen croata, Sergio Mimica-Gezzan, bregado en grandes producciones cinematográficas, los cuales a través de los productores, entre otros Ridley Scott, no escatimaron esfuerzos para realizar un trabajo fiel con la obra literaria y accesible para el gran público.

La serie se rodó mayoritariamente en Hungría y también es de esta nacionalidad la columna vertebral del reparto secundario, así como prácticamente todo el equipo de rodaje.

Sin duda capítulo destacado merece la banda sonora a cargo del compositor canadiense Trevor Morris, épica e impactante, de lo mejor que he observado en cuanto a conexión historia-sinfonía, o lo que es lo mismo, nada mejor se podría haber hecho para transmitir con el sonido lo que la aventura de una simbólica construcción eclesial puede evocarnos.

Un formidable ejemplo para comprobar cómo se adapta una buena novela en un producto televisivo atractivo.

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