BREAKING BAD, LA SERIE QUE HA ROTO MOLDES

No hay misterios sobre esta serie, o al menos no grandes descubrimientos que yo pueda hacer, más allá de mi humilde opinión en esta reseña. Se ha escrito mucho de Breaking Bad, serie a la que uno llega casi por invasión o desbordamiento de consejos. El hecho de que la haya visto mucha gente, de que todos hablen bien de ella y te la recomienden, puede resultar estimulante, pero a veces la ecuación no es perfecta, que todo el mundo la haya visto y que un porcentaje importante hable bien de la misma no tiene por qué significar que es buena, y tengo ejemplos netos de ello. Pero, y es la pura realidad, no es el caso, Breaking Bad es buena, francamente buena, incluso la tildaría de genial.

Breaking Bad está alojada en Netflix, aunque producida por Sony Pictures Tv para AMC (canal de televisión por suscripción), sin embargo, la historia habla del binomio Netflix-Breaking Bad como un vínculo inseparable que ha reportado a esta sustanciosos beneficios. Probablemente para Netflix, en una serie que comenzó a producirse en 2012, la adquisición de sus derechos para que pudiera verse en esta plataforma en todo el mundo, porque Netflix ha crecido de una manera brutal, ha sido quizá la mejor inversión y más estratégica que ha hecho esta plataforma en su historia, y lo intuyo, no lo afirmo con conocimiento de causa.

¿Cuáles son las claves del éxito de Breaking Bad? Tal vez sean muchas, serán muchas, porque una serie de este calibre no depende de un factor. Pero si tuviera que dar mi opinión personal yo diría que en la serie tal vez cada uno de nosotros nos identificamos con los personajes principales, no es que queramos ser malos, sino que empatizamos con las razones para que se vuelvan malos. Walter White (Bryan Cranston) es un tipo común, o con apariencia de común, padre de familia, de una familia media americana, clase media típica americana, que no es demasiado próspera, o no esta en concreto. Walter es profesor de química en un instituto y para que la familia viva de forma algo más holgada, también trabaja en un lavadero de coches, en una labor que no le pinta, máxime cuando es un tío brillante que incluso en su juventud llegó a fundar una empresa que hoy registra dividendos multimillonarios.

La familia se configura con su mujer Skyler (Anna Gunn), que estuvo trabajando tiempo atrás como contable de una empresa, y que ahora está encinta esperando la llegada inminente de la pequeña Holly, que ha venido de manera inesperada, toda vez que se va a llevar con su hermano Junior (RJ Mitte) casi dieciséis años. Junior es un joven que acusa ciertos problemas motores, una minusvalía que le obliga a caminar con muletas y también se le nota en el habla.

Casi de forma paralela en su vida, Walter acude con su cuñado Hank Schrader (Dean Norris), inspector de la DEA (Agencia americana para el control de drogas) a una redada de narcotraficantes y de casualidad reconoce a un exalumno suyo, Jesse Pinkman (Aaron Paul), que es un traficante de medio pelo; y a la par reciba la terrible noticia de que tiene cáncer de pulmón. Su vida se encuentra en una encrucijada y con rauda determinación decide fabricar drogas de diseño basándose en los amplios conocimientos de química, en concreto, cristal de metanfetamina.

En esos primeros episodios de una trepidante serie que transcurre durante cinco temporadas, el personaje principal trata de justificar su movimiento al lado oscuro, fundamentalmente pretende dejar a su familia un legado patrimonial suficiente para vivir de forma desahogada durante el resto de sus existencias, y de paso eso también le permitirá asumir los elevados costes del tratamiento de quimioterapia en la mejor clínica y más cara de Nuevo México, estado de EE.UU. donde se desarrolla la acción. Las reflexiones éticas que hace el personaje son enormemente profundas, tan sesudas que hasta llegas a solidarizarte con White, solo porque este hombre es un tipo normal, como tú y como yo, y sus fechorías ilegales tienen un fin bueno. White es capaz de afirmar que está poniendo un producto en el mercado que la gente va a consumir de una manera o de otra, sea con su intervención o no; bien pensado la realidad es esa, pero en el fondo no lleva razón, obviamente, provocará muertes y eso es irrebatible.

La cuestión es que la introducción de una droga nueva en la ciudad (Alburquerque) no puede resultar algo pacífico, básicamente porque las conexiones con el mundo criminal son inevitables. Así que Walter White y su socio Jesse Pinkman tendrán que empezar a moverse entre capos y traficantes, los cuales no se andan con chiquitas, no tienen escrúpulos en matar para conseguir sus propósitos económicos y de poder.

El negocio de White y Pinkman crecerá, de hecho, casi obtienen la patente de una meta que es de color azul (cristal azul) y con una pureza cercana al 100 %. El problema es que mantenerse en una labor de producción aislada, casi científica, en este terreno de las drogas es imposible, hay mucho dinero de por medio, y las muertes llegarán, y estos dos personajes comenzarán a superar esa línea invisible del delito de sangre.

Efectivamente iremos apreciando la evolución de Pinkman y de White, aunque especialmente de este último, convirtiéndose en malos; aunque como me comentó un compañero de trabajo no hace mucho, una traducción libre y más ajustada a un castellano de calle del nombre de la serie, sería «Echándose a perder».

En paralelo a esta evolución del personaje, con dificultad puede simultanear esta doble vida, familiar y criminal, y eso afectará a la familia, tanto que habrá una separación momentánea de White y su mujer y, por ende, del resto de su familia.

La serie tiene el acierto de ser muy lineal y con muy pocas subtramas, está la historia principal y las vicisitudes del cuñado de White y de su esposa Marie, la hermana de Skyler. Hank Schrader puede parecer un histriónico y atípico policía, pero en realidad es un terrible sabueso que irá descubriendo la verdad a lo largo de la serie.

Otra gran virtud de la serie es que, aun siendo una trama muy seria y dura en ocasiones, también tiene episodios cómicos y desenfadados. Particularmente destacaría en este capítulo la conexión de White-Pinkman con Saul Goodman, un abogado corrupto y plegado a la causa, que se encargará de blanquear dinero, revestir de legalidad el negocio e ir al rescate de sus casi socios cuando estos tienen problemas con la justicia. Goodman es genial, un personaje cómico en sí mismo, que cualquier conversación la reviste con un símil estrambótico, también prendido de cierta hipocresía, pero también con mucho talento. Es todo un descubrimiento el personaje y el actor Bob Odenkirk, de hecho se hizo una secuela posterior y que narra la vida previa del abogado previa a esta historia, serie que lleva el nombre de «Better call Saul» (Mejor llama a Saúl), el exagerado eslogan con el que se anuncia en los medios de comunicación para publicitar sus servicios.

Por cierto que los nombres de los personajes no son nada gratuitos y se podrían sacar algunas conclusiones, White, el hombre que es blanco, que lo es en un principio; Pinkman, el hombre rosa que parte de la inocencia; Goodman, el hombre bueno, todo menos eso; o Skyler, un cielo de mujer, que también lo es en un principio.

La serie avanza con esa premisa de que el personaje va poco a poco convirtiéndose en un criminal, ya no es tanto la necesidad de dinero sino la de poder, ser malo le reportará un estatus de superioridad, de alcanzar cotas de orgullo personal que jamás hubiera imaginado, y eso terminará gustándole.

El mismo compañero que me sugirió un nombre alternativo de la serie también me anunció, sin destriparla, cuando yo ya estaba en la recta final del visionado, que el final era brillante como brillante había sido la serie en su recorrido, y pude confirmar que lo fue, que lo es.

Brillante producción que, de algún modo, por sus conexiones con Netflix, por la peculiaridad de la trama, supuso una ruptura con respecto a la estrategia de las series convencionales. Si no la has visto, es obvio que ya estás tardando. No defrauda y no aburre.

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