Y HOY ES EL DÍA INTERNACIONAL DE ALGO

Llevaba tiempo queriendo afrontar este asunto, que en este mundo se han alojado de un tiempo a esta parte la memez, la ñoñería, la cursilería y la gestualidad es una realidad, vamos sobrados de esfuerzos para las más magnas tonterías que nos podamos imaginar, pero para lo mollar, ya si eso lo dejamos para otro momento. El lenguaje es fiel reflejo de todo esto y también se observa un exceso de grandilocuencia en las palabras, por lo menos en el español, imagino que en otros idiomas pasará tres cuartos de lo mismo; queremos agrandar las palabras, las frases también, porque parece que así significan más: visibilizar, endógeno, viralizar, empoderamiento, diversificación, deconstruir… Deseamos meter estos conceptos aunque no vengan al caso, porque somos muy modernos y tenemos necesidad de hacer largas las oraciones para no decir nada. Se me viene a la cabeza aquel guerrillero centroamericano, del que no recuerdo el nombre, que allá por los 80 nos abordó en nuestras casas, vía telediario, y que respondía a las preguntas no con un simple sí o no, sino con afirmativo o negativo, el culmen de la soplagaitería.

Y todo esto viene porque, como he referido, sobran en este mundo esfuerzos vanos, y recojo la corriente de hace apenas dos o tres años, no creo que más, la cual hace alusión a que cada jornada, se celebra el día internacional de algo. Es evidente que hay un antecedente obvio que viene de la tradición religiosa, cada día es el santo de alguien, o el santo de muchos para ser más exactos, considerando que hay no menos de seis mil santos, y que conocemos un porcentaje relativamente pequeño de esos nombres, con lo que la mayor parte nos sonarán muy raros (Drogón, Eleusipo, Brocardo, Emerenciana, Macrina…). Dicha tradición es aprovechada con oportunismo de delantero centro por el sector comercial para vender en esos días la tarta, el presente, la celebración…

Podemos pensar en motivos de enjundia para celebrar el día internacional de algo, pero es que ya hay días internacionales para todo. Cada 19 de noviembre se celebra el día internacional del váter, que sí, que por más escatológico que pueda ser el instrumento, hace realmente placenteras nuestras vidas, pero ¿tan necesario es dedicarle un día internacional? Puestos a ello, celebremos el día de la mesa, del reloj, del teléfono, de la farola o del sombrero, que lo mismo hasta celebran su día y estoy yo mofándome, pero vamos que sí, que me estoy mofando sin ambages.

Comentaba hace poco con alguien que recién ha prorrumpido en mi mente, cuando me refería que tal jornada se celebraba también el día de su profesión, que tampoco tenía mucho sentido. Es que no lo tiene, una profesión, cualquier profesión, todas son dignas y todas operan para que esta sociedad desarrollada se construya de manera cohesionada, por tanto, ninguna es más importante que otra. En ese discurso, toda profesión debiera tener su día internacional, que a lo mejor lo tiene, pero es que no tiene sentido.

¿Y por qué no tiene sentido nada de esto? Es muy sencillo, porque se pierde noción de lo trascendente, porque por ejemplo la hora del planeta, que no el día, ha perdido empaque, una interesante iniciativa que yo he compartido algunos años y que consiste en apagar toda la luz de tu casa durante una hora central del día; han pasado los años y ha perdido relevancia con todo este bosque de celebraciones sinsentido.

Las profesiones se dignifican diariamente con el trabajo constante de los buenos profesionales, no necesitan más autobombo; pero es que es ese el problema, el autobombo, la autorreferencia, la necesidad de reconocimiento, tal vez una necesidad de reconocimiento que, de algún modo, es una manera de minusvalorarse. Y sí, va a ser eso, que se necesita publicidad porque los propios profesionales no creen que jueguen el papel acorde, que no estén situados en el rol adecuado, y no, no es eso evidentemente, cada profesión es digna y muchas veces son los propios profesionales los que se sienten inferiores y pierden el horizonte esencial de que cada profesión es importante en el entramado de una sociedad que funciona como una cadena, donde cualquier eslabón es imprescindible para que funcione el siguiente.

La autorreferencia, ¡ay, la autorreferencia! Es algo así como ponerle el nombre de una calle de tu pueblo o de tu ciudad con su propio nombre, y los hay, existe la calle Madrid en Madrid; y por ejemplo, en mi localidad hay un día que se celebra, o se celebraba el día de Bailén, solemne tontería.

En fin, que te pones a buscar en Internet y te encuentras días internacionales de cualquier cosa, que no celebra nadie o, si acaso, cuatro gatos, y que es evidente que responde a un componente comercial, puesto que este sector requiere autopotenciarse con estrategias cada vez más nuevas y envolventes. Hace veinte años Halloween no lo celebraba nadie, hoy ya estamos invadidos. ¿Y qué me dicen del Black Friday? Pues lo mismo, los comercios necesitan vender, el motivo es irrelevante, es más, la estrategia es a veces tan chusca que muchos de esos comercios hacen como que bajan los precios, presentan carteles superllamativos de ofertas y, en muchos casos, lo que hacen es directamente subirlos o falsear el precio original que teóricamente marcaba unos días antes.

No sé dónde está la memez más extrema, amén del día del retrete, existe el día internacional del beso, y te pones a mirar en Internet y te partes la caja. No tenemos solución, por el momento o tal vez para siempre, porque hemos perdido el norte y no lo vamos a recuperar, atendemos a lo que hace más ruido no a lo más importante, tal vez en el silencio o en el anonimato esté lo auténticamente precioso de la vida.

Mientras tanto, podemos consumir aire embotellado de la sierra, que lo hay, o agua de Fiyi, que también la hay, porque somos muy guays, pero eso sí, a la Tierra que no me la toquen, que el cambio climático nos invade y hay que cortarle la cabeza a todos los políticos negacionistas y, por supuesto, ponerle unas velas a santa Greta Thunberg.

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