LA TARDE ES TUYA, RADIOVOZ, VÍCTOR MARQUE: UN MARAVILLOSO PASEO SONORO POR LO INSÓLITO

Muchas veces la alegría de la vida está en sacar partido a las cosas extraordinarias que te pasan en lo cotidiano, es de algún modo, como lo llamo yo de una manera un tanto rimbombante «la exaltación de la sencillez»; pero no lo digo yo, numerosos libros de autoayuda recomiendan no esperar que tengas vivencias fuera de lo común para realmente tomarle el pulso a la vida. No se trata de alcanzar ese grado de felicidad idílico construyendo castillos en el aire, a sabiendas de que se te van a desmoronar; en realidad, es todo lo contrario, tienes que ser feliz con lo que tienes, con el día a día, tratando de hacer cada jornada única como si fuera la última que fueras a vivir, y precisamente eso pasa por sacar brillo a las anécdotas que se intercalan en tu existencia diaria para reforzar ese estado de ánimo que, para cualquier persona, debiera ser algo lindero con la felicidad.

De como se puede sacar un poco de felicidad de una anécdota o de una vivencia casi anónima viene esta entrada. En cierta forma, como conocen los que siguen este blog, mi vida siempre dispone de un vínculo conductor con la radio, no pasan más de dos días sin que la escuche, de una manera o de otra, un programa de noticias, de variedades, de música, de deportes… Mientras corro, en el coche, en casa, en la bici… Son esas ondas invisibles que te hacen estar acompañado con amigos a los que no conoces, estés donde estés. El hecho de que tenga una etiqueta en este blog dedicada a la radio es claro distintivo de esa importancia que me merece la radio y que me hace crecer como persona, a veces mucho en el pasado, hoy tal vez mínimamente, porque mi tiempo libre escasea y lo tengo saturado.

La radio tiene ese componente de cierto anonimato, un tanto de privacidad y, sin lugar a dudas, mucho de improvisación. Tiene como consecuencia de lo anterior una mayor versatilidad que muchos medios de comunicación y, hasta cierto punto, también juega el factor sorpresa que no se da tanto en la televisión, obviamente no se da nunca o se minimiza cuando los programas son enlatados.

Pues quiera el destino que hace unas semanas emergí en Galicia y discurría la tarde ya entrada en penumbras, un poco vencidos ya de kilómetros, cuando la veleta de la radio de estos coches modernos va sintonizándose de manera automática para conseguir una emisora que suene medio en condiciones. Y casi como un imán todo desembocaba en RadioVoz, pasaban los pueblos y los kilómetros y se resintonizaba a la misma emisora, con lo que tú intuías que no era una mera radio local.

Pues por esas razones expuestas al principio, de la exaltación de la sencillez y esas cosas, puede que también un poco de alineamiento de planetas, que digo yo…, el caso es que aquel programa vespertino que nos acompañó, tenía una pinta de añejo de esos que hacía años o siglos (¡qué exagerado!) no escuchabas.

Vamos a ver, ¿no hemos partido de que la radio es versátil? Pues eso, qué mejor propuesta para un programa de radio de tardes, con música, que dar a la gente lo que quiere. ¿Y qué es lo que quiere la gente? Pues música. ¿Pero qué música? Pues toda. Y toda es toda.

Víctor Marque
Vayamos por partes, o no, vayamos al meollo, aquella desconocida hasta ese momento RadioVoz, a eso de las ocho de la tarde, tenía un programa llamado «La tarde es tuya», donde el oyente o escuchante (que soy de los que opino que unas veces oyes y otras escuchas, según cuándo y dónde, y sobre todo según tu estado de ánimo y atención) propone una canción con las dedicatorias respectivas, de esas que se hacían en la radio de toda la vida y el locutor, ya voy avanzando que se trata de Víctor Marque, la busca en un inmenso programa de ordenador y la pincha sobre la marcha.

Y aquí viene lo bueno del programa, las llamadas son mayoritariamente de gente madura, incluso mayor, y es obvio que piden muchas canciones de su época. Y la gente se lo curra, no sé si para pillar al locutor o directamente por alegrarse el oído, o también por qué no, para ver cuánto de grande es ese fabuloso programa de ordenador que le permite a Víctor Marque conseguir temas musicales rebuscadísimos rayanos en la rareza.

Porque es un programa donde la gente no tiene límites, ¿o sí? ¿Se puede pedir «El conejo de la Loles»? Quizás eso no porque puede parecer un poco irreverente, pero puedes intentar que Víctor te desempolve digitalmente una versión de Maitechu mía (es curioso pero el tema fue compuesto por un compositor granadino, Francisco Alonso), de los años 40 del siglo pasado, que en su digitalización tuvo que hacerse de un disco de aquellos de pizarra y prácticamente no le sale la voz del cuerpo al cantante, entre tanto ruido de fondo que tiene la grabación.

Y los gallegos seguían ahí a lo suyo, con melodías complicadas, de aquí y de allá, también de allá, o sea, una cumbia colombiana de un grupo que solo grabó una cumbia en su vida, o ese otro cantante andaluz que tú que eres andaluz no sabes que existía. Probablemente sea eso, sea el espíritu gallego, ya se conoce que no sabes si bajan o si suben, pero aquí podríamos concluir en que no sabes si están en serio o se están riendo del locutor, de la radio, de la gente, o probablemente de ellos mismos.

Y, por supuesto, para rematar la faena y en el summum de la versatilidad, nadie dice en el programa que tú no puedas pedir lo que te dé la gana; amén de que entre canción y canción de antaño, la sintonía del programa es una de esas actuales, extranjeras, chunda chunda a to’ cebolla, que suenan metálicas y que atrona los oídos cuando entras en el Pull&Bear. De ahí que, de vez en cuando, se cuele algún intruso, algún infame diría yo, que opta por saludar a su tía Rita de Cambados con un temazo de Bon Jovi, ahí, con un par.

El bueno de Marque, el locutor, que además es un tío joven a tenor de la foto que está colgada en la web de la radio, es que aguanta estoicamente, se ve que está curtido y demuestra que tiene más tablas que el Arca de Noé. A Víctor Marque no le duelen prendas el esforzarse para ser complaciente al máximo con su audiencia, y rebusca y rebusca por su programa de ordenador, que tiene que ser una joyita, y aparte destila cierta cultura y memoria musical, bastante para ser precisos.

Con todo y con eso, discurrió esa tarde que ya se convertía en noctámbula, mientras las localidades de sonoros nombres se sucedían, y ya claro, para colmo, llamó un tal Hugo dedicando a su tía Julia de Xinzo de Limia y a su primo Xosé de Ourense, aquella fantástica copla del Tractor amarillo, de Zapato Veloz, pa’ habernos matao, anda que no.

Un aplauso a RadioVoz (emisora participada por el diario La Voz de Galicia y en menor medida por la corporación Caixa Galicia) y un saludo muy afectuoso por si alguna vez alguien de allí lee esto. Y, por supuesto, el programa se puede sintonizar en Internet, o sea, que yo podria llamar o cualquiera desde cualquier lugar del mundo y pedir eso que llevas años sin escuchar, y no hace falta imitar el acento gallego, ¿o sí, MC?

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