"ADIÓS ARTURO", LA CUBANA ENTRETENIENDO DESDE HACE DÉCADAS

Como ya aventuré al principio del confinamiento obligatorio, tras haber descubierto un fabuloso recurso para ver teatro sin salir de casa, tengo y mantengo la intención de seguir visionando representaciones teatrales y ofrecer la cumplida reseña siempre desde la humildad de quien ha sido actor aficionado y poco consumidor a mi pesar, por avatares pretéritos, de teatro en directo. Lo seguiré haciendo desde las redes, con el compromiso un poco propio y un tanto secundado, de verlo desde las butacas.

En esa ocasión, gracias a la Teatroteca (basta con poner esto en un buscador para encontrar teatro gratis y verlo desde tu móvil), me decanté para esta mi segunda elección con algo que fuera moderno, actual; ya que en mi primera ocasión había seleccionado una obra antigua.

Esta vez fui un poco a la aventura, o casi, me pareció sugerente la propuesta de la compañía «La Cubana», a la que conocía de oídas, pero tan interesante como la propuesta que puedan ofrecernos, resulta curioso y esclarecedor que la última obra que tienen en cartel y que van a seguir representando durante un par de años o tres, ya está disponible gratuitamente para el que la quiera ver en cualquier dispositivo, como yo he hecho.

Esto último me permite realizar una breve reflexión, cuando una compañía decide abrirse de esta manera, está ganando adeptos, está publicitándose y utiliza lo positivo de Internet y de las redes sociales en su beneficio. ¿Les resta público el hecho de que cualquiera pueda ver el espectáculo en su ordenador? No, porque el buen aficionado al teatro nunca perdería la oportunidad de ver la obra en directo, de respirar lo que se respira en un patio de butacas, de extraer la esencia de un cuadro actoral que cada espectáculo, con sus singularidades y sus improvisaciones, es casi algo nuevo cada vez. Yo no tendría inconveniente en verla en directo, a sabiendas de que ya la he visionado.

Hay que decir que La Cubana es una veterana compañía catalana del mundo del teatro; nacida en 1980 en Sitges, sus primeros pasos fueron como una compañía aficionada, aunque en tres años ya dieron el salto a la profesionalización. Aun así el espíritu de la misma es el de funcionamiento comunal o cooperativo, son una especie de gran familia que trata de darle al trabajo de actor una vertiente global, donde todos hacen de todo, que es de algún modo la esencia de las compañías aficionadas (y que yo he vivido en mis propias carnes), confeccionan sus trajes, preparan escenarios, acarrean bultos y, en el caso de La Cubana, los actores encarnan varios papeles, al menos en esta representación que hoy traigo a colación.

Pues eso, unos tres años aproximadamente de media es lo que dura la puesta en escena de cualquiera de sus obras desde que está funcionando la compañía. Con «Adiós Arturo» se perfila que será su cartel permanente en estos próximos años, pues la puesta de largo fue en 2019 y ha estado, e imagino que estará tras el parón por el estado de alarma, siendo representada en el Teatro Calderón de Madrid (de ahí es la grabación que hay en la Teatroteca), por lo que es casi una propuesta novedosa.

Y qué tiene «Adiós Arturo», pues tiene un poco de todo, pero ante todo humor y entretenimiento. El padre de la compañía, Jordi Milán, da a luz una obra que está específicamente concebida para su puesta en escena en un teatro. Arturo Cirera Mompou ha fallecido tras una larga vida de más de cien años dedicado a…, ¿dedicado a qué? Como diría aquel, buena pregunta, sí, porque el bueno de Arturo ha sido un trotamundos, un auténtico prócer de la cultura desde bien pequeño, un artista multidisciplinar; pero ante todo es un amigo de sus amigos y por extensión en la vertiente juerguista, porque Arturo no se ha casado con nadie, literalmente, y le han sobrado amistades y relaciones para haber dado rienda suelta a su versátil personalidad y a una cuenta corriente sin ataduras.

Y es ahora cuando ha llegado el momento de hacerle un funeral como es debido, y él que ha vivido a todo tren y que, de algún modo, rezuma el bagaje de una vida desenfrenada no podía tener un final normal sino otro pleno de boato y frenesí. Por esa capilla ardiente llena de luces y estrellas, toda ella festiva, pasa una histriónica retahíla de personajes y colectivos a cual más surrealista que, por supuesto, no quieren dejar pasar la oportunidad de rendirle el tributo correspondiente a tan insigne elemento.

Lo curioso es que Arturo ha sido un vividor y todos están agradecidos a él, pero casi nadie pierde la oportunidad de darle, aunque sea, una mínima puyita, un pero, por eso, porque Arturo era una gran persona aunque también un artista del arte y de la vida, o sea, un «artista» en toda regla. Cada homenaje, cada puesta en escena es un espectáculo en sí mismo, unos cantan, otros bailan y todos expresan jocosidad, chistes ingeniosos, algunos rebuscados y actuales, y otros más simples y tal vez menos graciosos, pero todo en un ambiente absolutamente desenfadado. Cualquier expresión se ve plasmada en el escenario con música y letra realizadas ex profeso para la actuación, un vestuario más que colorido y una pantalla de fondo que apoya todo con sucesivas proyecciones.

Para proporcionar mayor hilaridad a la representación, La Cubana ofrece lo que viene siendo un plus de camaradería con el público, puesto que este participa del funeral, como improvisados amigos o familiares del difunto. Los actores no pierden la oportunidad de hacer chistes también con el público, al que hacen participar de esta comedia.

Entre ese sinfín de personajes que acompañan a Arturo, sinfín de personajes que son los mismos actores representando todo tipo de papeles, siempre está en el escenario un loro (real), que es la mascota de Arturo y que le otorga un carácter entre surrealista y abigarrado a todo lo que podemos presenciar.

Tras ese funeral que ocupa casi dos terceras partes de las algo más de dos horas que dura el espectáculo, hay dos saltos en el tiempo, uno es de dos días antes del funeral, donde los familiares cercanos de Arturo preparan su inminente deceso, con evidentes muestras de interés por el fallecimiento, para ver si pillan cacho; y el segundo es tras el funeral, cuando varias limpiadoras irrumpen en el escenario para ejercer su labor, aparecerá un notario y después la familia para poner un simpático punto final a todo.

Pues eso, surrealismo, risas, bailes, canciones y chistes, muchos son de enorme actualidad. En general el chiste está bien traído e inteligente, alguno más simplorro, y como única objeción, aunque a estas alturas de la película uno no se rasga las vestiduras, pues que de las tres limpiadoras que aparecen casi al final, se tira de tópico, una es andaluza, la otra es aragonesa y la última, con una acento indefinible, bien podría ser madrileña; ¿que no hay limpiadoras catalanas?, o tal vez no nos produzcan tanta gracia. En todo caso, nada empaña el espectáculo, ¿lo veré en directo?

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