El ser humano es, de algún modo, esclavo de la numerología, y más exactamente de la numerología
de números redondos, nos destella cuando se cumple el 100 aniversario de algo, el 500, el 1.000; se
me antoja que es como algo mágico. Tú no celebras un día 237 de lo que sea y te mola más que
haya ceros por ahí.
En el deporte, buena parte de él representado por marcas, esa numerología también está presente,
cuando se trata de batir récords lo redondo, lo aparentemente inalcanzable y que se resiste en el
tiempo también, tiene esa pátina de mito y la puerta abierta para que el que rebase tal marca se
encumbre al estrellato.
Hace décadas bajar de 10 segundos en los 100 metros lisos masculinos en el atletismo era una
utopía. Hoy cada año, son varios los atletas que superan esa cota sin mayor problema, esa utopía
se ha convertido en normalidad. En 2020 vemos imposible que el hombre supere la barrera de los 9
segundos, como que la mujer baje de esos 10 segundos en la misma prueba; el tiempo, si vivimos
para verlo, nos sacará de esa duda.
A este respecto, probablemente uno de los deportes más mediáticos y al que le he prestado menos
atención en este blog es la natación. Tiene mucha influencia el hecho de que en España este deporte
lo tengamos históricamente dejado de la mano de Dios; la mejor nadadora española de la historia es
Mireia Belmonte, una deportista excepcional aquí, pero que apenas pasaría por una buena nadadora
y ni mucho menos entre las diez mejores de países tales como Estados Unidos, Rusia, Alemania,
China, Francia, Italia o Australia. Hay países muchísimo más pequeños que España con una
increíble tradición natatoria y, sin embargo, nuestro país, tan ligado al agua por las costas que tiene,
con un clima tan benigno, en la natación seguimos muy atrás y no se perciben cambios.
Recuerdo cuando era niño, cuando las tardes veraniegas se hacían eternas sin que tus padres te
dejaran salir a la calle porque la siesta era como la madrugada, no se podía molestar, que las
retransmisiones televisivas de eventos deportivos eran el banderín de enganche para salir del
aburrimiento. Y aquellas retransmisiones se presuponían el modo perfecto de no levantarte de la
silla o sillón y evitar conculcar esa norma de superar la puerta de tu domicilio, y de paso pues te
animabas a un deporte, en este caso la natación, con el que soñabas hacer tus pinitos en la piscina
que pillaras, y ya con más dificultad emular a esos delfines y esas sirenas que se desplazaban con
inusitada ligereza por el agua.
De aquella época, y ahora sí voy a fijar unas fechas que desvelan que ya soy un pureta, de finales de
los 70 y principios de los 80 del siglo pasado, pocas pruebas percibía yo más con más atractivo que
los 1.500 libres. No es que fuera, ni sospecho que es ahora, la prueba reina, pero sí que por aquello
de que era la prueba más larga en piscina de las que componen las pruebas oficiales de este deporte,
se dotaba de cierto carácter mítico, casi agónico, porque un kilómetro y medio, fuera en piscina o en
un pantano era un esfuerzo al alcance de pocas personas. De hecho cuando voy a un embalse y lo
cruzo de lado a lado y pienso lo que he tardado para hacer a lo sumo 800 metros me noto tan ínfimo
que necesariamente pongo en su justo lugar a las grandes figuras de la natación.
En las fechas referidas la numerología, entroncada con los 1.500 libres masculinos, venía unida a la
idea de bajar de la barrera de los 15 minutos, o lo que es lo mismo, conseguir de media que cada
100 metros se pudieran hacer en menos de un minuto o muy cercano a este.
No sé ni dónde ni las circunstancias, pero se comentaba a finales de los 70 que el único hombre
capaz de acometer semejante proeza no era otro que el joven soviético (hoy ruso) Vladimir
Salnikov (para los puristas del lenguaje y la correcta acentuación cirílica Vladímir Sálnikov); y vi
en directo como el hombre bajaba de esa numerológica barrera de los 15 minutos. Corría el año
1980, aquellos controvertidos Juegos Olímpicos de Moscú (con el boicot de Estados Unidos y otros
muchos países occidentales) y el llamado «Expreso de Leningrado», hoy sería el expreso de San
Petersburgo, fue capaz aquella tarde del 22 de julio de 1980 de bajar de 15 minutos, hace poco se
han cumplido 40 años de aquella hazaña, un número redondito, y tenía 20 años redondo también.
Salnikov hizo la carrera de su vida en el mejor momento, ante su público, en la piscina del Centro
Deportivo Olympiiski, y lo hizo gracias a una precisión casi de reloj suizo. Los primeros 100 metros
fueron los más rápidos, ya que el impulso del salto inicial supone un ahorro de tiempo, con 58.53;
luego hizo un kilómetro donde los parciales oscilaron entre el 1.00.04 y el 1.00.74, para terminar los
últimos 400 metros bajando del minuto en cada uno de ellos, y para colmo, exprimiéndose hasta el
límite en sus últimos 100 metros que fueron los más rápidos de todo su nado, con 58.05, para dejar
el crono en 14.58.27. No hace falta ser muy hábil para apreciar que hasta el último 100 iba clavando
los parciales hasta el punto de que al paso de los 1.400 metros llevaba un tiempo de 13.59.83, de tal
forma que ni se podía despistar en esos dos últimos largos y que todo lo que apurase sería mejora a
su favor del que iba a ser récord del mundo, a buen seguro que le iban avisando de los tiempos.
Vladimir fue toda una leyenda de la natación, era un mozalbete en Moscú 80 y el boicot de su país a
los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, fruto de aquella guerra fría que mantenían ambas
superpotencias, le impidió ser oro cuatro más tarde. Pero el que tuvo retuvo y consolidó su
hegemonía en la prueba en los Juegos de Seúl 1988 con unos muy buenos 15.00.40. El tope en la
prueba lo dejó en 14.54.76 en febrero de 1983 en Moscú.
Hay que decir que esa mítica cota de los 15 minutos fue ampliamente superada después, y hoy al
récord se le ha pegado un mordisco de medio minuto. A fecha de cierre de esta entrada la plusmarca
mundial la ostenta el chino Sun Yang desde los Juegos Olímpicos de Londres 2012 con un tiempo
de 14.31.02. Y huelga decir que lo de bajar de los 15 minutos hoy es casi una minucia, más de
treinta nadadores en el mundo bajan de ese tiempo cada año y desde hace ya décadas. En España
también bajamos de esa cota gracias a Marco Rivera que en el 2009 en Roma dejó el crono en
14.57.47.
Como señalaba al principio lo que nos parece hoy inalcanzable mañana nos puede parecer algo de
andar por casa, ¿bajará el hombre de 14 minutos? Pues quizá tengan que pasar cuarenta o cincuenta
años más. Para empezar cabe analizar mínimamente lo curioso que es que el récord del mundo en
piscina corta (25 m) es inferior al de piscina larga. Dicha marca es de 14.08.06, a un suspiro de esos
14 minutos, a cargo del especialista italiano Gregorio Paltrinieri desde los Campeonatos de Europa
de piscina corta en Israel 2015. En este sentido el ahorro de tiempo en piscina corta se entiende por
el impulso en los giros, el doble de giros y el doble de impulsos, ahí se gana tiempo.
En féminas está todavía un poco lejos, el récord mundial es de la estadounidense Katie Ledecky
desde 2018 con 15.20.48, pero no tan lejos si tenemos en cuenta que ella mismita se ha encargado
en los últimos años de bajar la marca en torno a los quince segundos. Y como ocurre con los
hombres en piscina corta la marca también es inferior aunque no hay tanta diferencia, el récord es
de la alemana Sarah Köhler desde 2019 con 15.18.01.
Seguiremos atentos en los próximos años o las próximas décadas a ver si la numerología sigue
haciéndonos romper barreras a modo de sortilegios natatorios.
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