KATE PRICE, INSTRUMENTOS ANTIGUOS PARA UNA MÚSICA SOSEGADA

Me he dado cuenta de que últimamente escucho menos música, probablemente tenga que ver con los tiempos que vivimos, donde es difícil asentar la cabeza, tener regularidad, equilibrio en nuestras vidas; estamos más pendientes de las noticias, de lo que podemos hacer cada día, de a qué hora cierran el comercio, si está permitido o no salir de nuestro municipio…, que eso de la ansiada rutina se vuelve en misión imposible.

También me estoy preguntando por qué escucho menos música mientras escribo esto y es que no soy ajeno a esa cierta apatía que te producen los acontecimientos, lo que dicen los expertos que se llama fatiga pandémica, de algún modo, a mí me afecta no pudiendo hacer una misma cosa durante mucho rato y cambiando constantemente de esquema, de labor por realizar, ¿o esto me ha pasado desde siempre?

Y pese a ello intento que no pasen varios días sin escuchar música, no más de una semana; en el coche tengo siempre al menos dos recursos para elegir según mi estado de ánimo, música descargada y que me aporta los estímulos que necesito.

Kate Price lleva ya unos meses acompañándome y me proporciona esas dosis de tranquilidad, paz y sobriedad que se precisan en estas circunstancias, su música llega directamente al corazón y a los sentidos, se introduce sin aspavientos en las entrañas como un suave arrullo que te permite evadirte a insondables latitudes.

Y es que, de algún modo, una de las notas dominantes en la discografía de Kate Price es que recurre a multiplicidad de sonidos étnicos muy delicados; podríamos decir que con una base celta, progresa también en la música andalusí, árabe, hindú, escandinava…, pero todo con un perfil muy horizontal sin aristas, tiene un núcleo de sonidos bien pertrechados y sobre él puede construir esos aportes internacionales, exóticos.

El dulcimel o dulcémele
Para vestir y estructurar esta selección sonora, Price dispone de un curioso repertorio de instrumentos musicales, tocados por ella y por sus colaboradores. Probablemente sorprenda que sea una virtuosa de un instrumento tan bello como desconocido, el dulcimel o dulcémele, instrumento de cuerda percutida, que es una suerte de arpa horizontal que se suele tocar con dos baquetas o una en una mano y la otra toca directamente las cuerdas. El dulcémele es un instrumento antiquísimo, precursor del piano y produce unos bellísimos sonidos que evocan una mezcolanza de música tradicional, casi medieval y también étnica.

No se queda ahí solamente y en ese abanico instrumental también aparece el hummel, una especie de cítara escandinava, y el salterio, que es de cuerda percutida o pulsada que se asemeja a un violín triangular.

Y entre las aportaciones de sus colaboradores entra una gama muy amplia de instrumentos entre los que se encuentran flautas de muchos territorios, el sitar que se suele asociar a la India, o un instrumento mucho más moderno como el autoarpa eléctrica.

Porque precisamente Kate Price viene a esta bitácora no únicamente por proporcionarnos músicas étnicas, sino porque ha sabido hacer una fusión muy homogénea de música antigua, étnica y las Nuevas Músicas.

Tal vez, si se escucha por primera vez a esta compositora uno tiene la sensación de que ya conoce sus composiciones; la música celta es gravitatoria en su estilo y su puesta de moda en los años 90 hizo que fuera muy escuchada a nivel comercial, con Enya como estandarte y en menor medida con Loreena McKennitt. Tiene Price mucho de Loreena McKennitt aunque la música de esta última también fue muy comercial para aprovechar el tirón citado y enganchar a muchos seguidores de la música New Age, ambiental, étnica o New World.

No obstante, he llegado hasta aquí y no he comentado que Kate Price no es irlandesa, ni mucho menos europea, aunque sí que tiene sus orígenes en tierras celtas. En realidad es estadounidense, nacida en Utah, en su capital Salt Lake City, allá por 1971.

Su discografía no es muy amplia y su punto de inflexión gira en torno a la década de los 90 y principios del 2000, y a mí particularmente el disco que más me gusta se titula «The isle of dreaming» que fue editado a la sazón en 2000, y que nos ofrece la esencia de esta artista musical, con su amalgama de sonidos bien elaborados, de canciones dulces acariciadas por la voz de la propia Kate y con esos instrumentos de antaño rescatados para nuestro sentir.

Hay que decir que su producción musical se ha ido decelerando sobre todo en esta última década, pero es que nuestra protagonista es diabética y en 2015 sufrió un problema de salud bastante severo; esperemos que en el futuro pueda seguir deleitándonos con sus bellas melodías porque todavía es joven para seguir ofreciéndonos su encanto sonoro.

En este viaje que muchos estamos acometiendo en este momento crítico de nuestras existencias, como es el viaje de la vida, el de mirarse en el interior, hay que ponerse más la música de Kate Price para encontrar el adecuado sosiego.

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