"1917", DE SAM MENDES

En esos agradables y entrañables visionados de películas que hago con mi hijo de vez en cuando, no es que hagamos un cinefórum al finalizar las mismas, pero sí que es verdad que nos ofrece la oportunidad de ir analizando y comentado detalles de las mismas mientras se desarrolla, y que suelen tener cierto calado. 

No voy a descubrir para mí mismo que mi hijo tiene cierta querencia hacia lo audiovisual, intento ver el lado positivo de las demasiadas horas que se tira delante del móvil consumiendo vídeos de variada naturaleza. Tal vez ese mundo audiovisual pueda ser una de sus expectativas profesionales en un futuro, aún es prematuro.

Buena parte de estas reflexiones vienen de los comentarios que, como digo, realizamos a pie de pantalla y me sorprendió sobremanera que esta película que yo tenía en plantilla para verla un día de estos, ya fuera conocida por él y que asintiera en que la viéramos juntos; y básicamente él la conocía porque tiene una curiosa característica este largometraje que casi lo convierte en un producto único, y es que se trata de una producción realizada con un recurso de filmación denominado «plano secuencia», o lo que es lo mismo, una sola cámara es la que graba la acción en una secuencia continuada, es decir, no hay cambios de cámaras y, de algún modo, todo se sucede en tiempo real.

Como definición está bien pero ver una película de estas características ofrece sus riesgos. Esta no es la primera con este recurso, aunque de las más recientes es la más significativa, especialmente por la temática de la misma, que es bélica, y eso da idea de lo arriesgado de la propuesta, donde el movimiento de la cámara se torna decisivo en una historia que sugiere mucho dinamismo, diferentes escenarios y acción trepidante.

Dicho esto, el tal elemento filmográfico es tan decisivo que yo diría que apaga un poco la historia, es decir, que estás demasiado atento al mismo, no con ánimo de pillar el truco, sino porque me sugiere dos aspectos, por un lado, puede resultar un poco agotador su visionado y, por otro, porque tal y como se configura el argumento cuesta trabajo pensar que la acción se suceda en tiempo real. Y todo ello considerando también como añadido a todo esto que, en una sensación que tuvimos mutuamente mi hijo y yo, la película a veces se reivindica como una especie de videojuego de esos de lucha en primera persona, en el que te sitúas como si tú fueras el personaje y, en este caso, te pusieras a disparar a todo bicho viviente. Tal vez lo vería para una película que se desarrollara en un ambiente hostil y actual pero para una película sobre la Primera Guerra Mundial se me antoja forzado.

Y no es que el argumento esté mal o que la película no sea entretenida, que lo es, pero es que el llevar el plano secuencia hasta las últimas consecuencias ofrece escenas épicas y otras más erráticas, tiene sus vaivenes.

El argumento trata acerca de la historia de dos jóvenes soldados británicos en las trincheras de una Francia convulsa en la Primera Guerra Mundial, el cabo Schofield (George MacKay) y el cabo Blake (Dean-Charles Chapman) que tienen el objetivo de emprender una misión muy compleja, como es la de partir atravesando territorio enemigo y llegar hasta otro batallón inglés con un mensaje de no llevar a cabo una acción con lo que podrían evitarse la masacre de cerca de 1.600 soldados, entre ellos el hermano de Blake.

El recurso del plano secuencia es en la primera parte cuando puede resultar más tedioso, se atempera porque estás al principio, expectante, lleno de fuerzas e intentas acostumbrarte a la propuesta del camaleónico director Sam Mendes, pero si lo miras con perspectiva es algo monótono. Ahí es donde empiezas a tener dudas del plano secuencia, te inspira a cuestionarte detalles y, en mi caso, el recorrido por los muchos metros de trincheras, realmente construidos, hasta su salida al exterior me plantea si el tiempo real es de verdad o no; obviamente esos primeros minutos es un deambular por trincheras que se intenta aderezar con un diálogo fluido, alguna anécdota y un ritmo frenético puesto que se trata de ganar tiempo o apoyar lo perentorio de la misión.

Y una vez sorteado esto es cuando realmente vemos la guerra (y la misión) en campo abierto, y es cuando, de algún modo, la acción se frena, se hace un poco más lenta y nuestra mente se empieza a adaptar.

Cabe decir que Blake perecerá en mitad de la película y la otra mitad del metraje lo tendrá que asumir Schofield hasta intentar completar su misión, de ahí que sea entonces cuando la cámara se vuelve más personal, no tiene que centrarse en dos personas, y por tanto se vuelve más videojuego.

Si nos pusiéramos a desvelar los trucos de la filmación, antes de nada afirmaríamos que la película tiene dos partes, la primera termina con la conmoción de Schofield a causa del retroceso de su arma o de la onda expansiva de una granada, no lo tengo claro. Ahí se termina un largo plano secuencia de una hora y empieza otro de otra hora.

Ahora bien, como todo truco tiene su explicación los cortes y uniones en el montaje favorecían hace ya años que el plano secuencia no fuera tan lineal como nos parece, como en la película de Alfred Hitchcock «La soga» (1948), pero es que además ahora con los ordenadores todavía es más fácil.

En esos trucos el cortapega se puede producir en un giro rápido de imagen, una imagen perdida de un muro, un bosque, alguna vez que la máquina se para y no enfoca personas…

No obstante, no hay que quitar mérito a algunas tomas, la más larga según se cuenta fue de siete minutos y eso es toda una hazaña porque tienes que tener muy buenos actores y un magnífico equipo detrás, y todo ello contando con que no haya errores de bulto o simplemente errores, que obliguen a repetir la escena muchas veces, lo cual es más que posible que pudiera haber ocurrido.

El inicio de la segunda parte nos produjo a mi hijo y a mí las mismas sensaciones, fue cuando yo tuve la sensación más evidente de que parecía un videojuego. Es de noche o más exactamente está pronto a amanecer y Schofield despierta de su conmoción y se abre paso en medio de un festival de luz y color que deber ser fuego de artillería, pero que lamentablemente se identifica más bien con fuegos artificiales, así de evidente, para nosotros. Después ahí un salto a un río que convence bastante poco y es sumamente irreal, y antes en la primera parte uno de los dos soldados queda materialmente sepultado bajo escombros y a los cinco minutos ya está como un pincel, muy forzado.

Y, por último, dado que no estoy convencido de la utilización del recurso del plano secuencia en una película de estas características porque desvía la atención, es una película que tiene un poco de todo y puede ser un punto «todo cien», acción, tensión, sensibilidad, épica…, tampoco es que la película no merezca la pena su visionado, sobre todo si te evades de toda esta parafernalia.

La película está bien, sin echar cohetes, básicamente porque la temática bélica contemporánea es de mis preferidas, la ambientación de esta es muy buena, y dentro de lo que ofrece la historia, es una evolución argumental que va de menos a más y creo que gana a medida que avanza la trama, con un final bastante bien conseguido y donde el plano secuencia realmente se muestra más bello.

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