"SAKURA", DE MATILDE ASENSI

Mi renovada afición a leer novelas, más por el incremento del ritmo y la fluidez que por la propia acción, que esta no ha variado, hace que pueda ampliar el horizonte de literatos de los que he podido leer alguna de sus creaciones. En este particular escenario tengo experiencias encontradas, algunos novelistas me sorprenden para bien y otros me decepcionan, y en esa tesitura también puede coincidir que haya tenido suerte o no en elegir la mejor o la peor de sus novelas, o al menos lo que yo he considerado en cada uno de esos momentos vitales en los que he leído un libro, que también puede influir (el estado de ánimo).

En el caso de Matilde Asensi he de decir que ha sido todo un descubrimiento, la conocía de oídas y con esta novela «Sakura» me ha sorprendido más que agradablemente, porque después de iniciar con unas cuantas páginas de este relato, que leí con viveza, casi con ansiedad, literalmente te lo bebes; miré un poquito acerca de la temática sobre la que se mueve esta autora y es que lo hace en una especie de género de aventura-misterio muy entretenido y que trasluce un maravilloso horizonte imaginativo de la misma.

Sakura es una palabra japonesa que viene a significar cerezo en flor y nos transporta al Japón actual en una aventura con un formato televisivo (de esos de series de Netflix), que bien diseñado podría ser muy atractivo.

Matilde Asensi tiene la habilidad de sacarle partido a un famoso cuadro de Van Gogh como es «Retrato de Père Tanguy» para la búsqueda de otro que misteriosamente no se sabe a día de hoy dónde se halla, se trata del «Retrato del doctor Gachet». Porque, de hecho, se parte del momento en que se le perdió la pista a este último y ello ocurrió en Japón.

Retrato del Doctor Gachet
Con una narrativa ágil y llena de acción Asensi tiene la virtud de ejercer también un fin pedagógico, es cierto que gira mucho la novela en torno a la figura de Van Gogh, personaje icónico tanto por su trayectoria artística como por su convulsa vida personal, pero lo que yo desconocía es que su pintura tiene una notable influencia japonesa. En realidad el impresionismo bebió de una serie de pintores preimpresionistas nipones que ya utilizaban las técnicas del impresionismo y que se divulgaron, obviamente, en el mundo occidental desde Francia.

La familia Koga convoca en París a un grupo de cinco personas muy dispares y de distintas procedencias en un antigua galería de arte, la del personaje que es uno de los protagonistas de esta aventura, Père Tanguy. El objetivo de esta familia es intentar encontrar el desaparecido cuadro del «Retrato del doctor Gachet» por una serie de cuestiones muy razonadas, creando una especie de equipo multidisciplinar, hábiles cada uno de ellos en materias muy particulares.

La cuestión es que desde ese inicio en París, el grupo de cinco personas allí presente junto con el portavoz familiar Ichiro Koga se ven inmersos en una serie de pruebas laberínticas, cómo me encanta esto y como me encantó verlo desarrollado en el libro, donde la consecución de cada una de ellas va dando pistas para iniciar otra aventura.

Retrato de Père Tanguy
Y las pistas vienen referidas directamente al otro cuadro de Van Gogh, «Retrato de Père Tanguy». Este es tremendamente complejo a la par de sorprendente, un cuadro desconocido para mí dicho sea de paso, en el que alrededor del personaje central se suceden toda una serie de figuras y microcuadros accesorios, y precisamente evocan a lugares japoneses o figuras de ese país. Tras la resolución de la primera prueba en París, precisamente el grupo de avezados aventureros se dirigirá a Japón.

La cuestión es que cada uno de esos microcuadros periféricos les lleva a un distinto lugar geográfico de Japón, y la prueba que tienen que superar no es sencilla, suele ser algo encriptado, laberíntico, problema por resolver, y en la resolución de cada acción existen trampas que sufren dolorosamente los protagonistas: dardos, fuego, frío, calor, ruido ensordecedor…, una especie de tortura china, en este caso japonesa, que evoca los instrumentos de lucha y defensa que utilizaban los guerreros ninja.

Y es que amén de que Matilde Asensi nos abre, me abre porque yo estaba pez en esta materia, la mente hacia una dimensión poco explorada de Van Gogh, como es su notable influencia oriental, a medida que leía la novela me iba entreteniendo y enriqueciendo más, toda vez que nos muestra también mucho de la simbología y el costumbrismo nipones, y yo soy un enamorado de Japón en la intimidad, por aquello de que desde hace años sigo con avidez el deporte del sumo profesional.

Entre acción y acción, a modo de aventura, a modo de capítulo de una serie televisiva, los personajes tienen oportunidad de descansar, de conocer acerca de la cultura japonesa, acerca de ellos mismos, y van construyendo poco a poco el mapa de lo que están buscando, de por qué están todos en ese mismo barco.

La novela se asienta en la figura del holandés Hubert Kools, un galerista holandés que ejerce de narrador de la misma, podría ser cualquier de los cinco, o de los seis si se tiene en cuenta a Ichiro Koga, esa especie de «equipo A» que se sumerge en una aventura rítmica y que no deja de sorprenderte a medida que avanzas en la lectura.

La propuesta no puede ser más entretenida, el lector se ve envuelto en el juego mismo que nos propone la autora, un juego milimétricamente planificado desde el pasado; y mientras tanto también puedes asistir a una didáctica lección sobre arte, geografía japonesa, costumbres niponas, el icono de Van Gogh y todo lo que esta figura polémica supuso para la historia del arte contemporáneo.

No me cabe duda de que este género que se ve que alimenta con fruición Matilde Asensi me tiene que otorgar nuevos buenos ratos de lectura, así que volveré.

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