«¡QUIÉN ME MANDARÍA METERME EN OBRAS!», DE GOMAESPUMA

Y después de la última entrada en este blog de la etiqueta «Libros», que era la graciosísima novela de David Trueba «Cuatro amigos», me dije que necesitaba una novela ligera, divertida y entretenida para continuar llenando los ratos libres de este período estival que nos va ofreciendo sus postreros estertores, y me surgió la chispa de forma espontánea.

Pues recordaba aquella obrita también muy divertida de «Cándida», obra del dúo humorístico Gomaespuma, que a la sazón fue llevada al cine, y eso me hizo caer en la cuenta de que, al menos que yo sepa, escribieron esta novela más, y supuse que formaría parte de ese perfecto cóctel que necesitaba para cumplir mis necesidades puntuales de lectura abastecedora de sonrisas.

Así fue y así ha sido porque nada más empezar el libro y ver cómo se planteaba, he dado buena cuenta de él en un verbo. También es verdad que es una novelita de no gran extensión y que es fácil leer en apenas un fin de semana.

Gomaespuma, o lo que es lo mismo, Guillermo Fésser y Juan Luis Cano, fueron o son, porque oficialmente entiendo que no se han disuelto nunca (aunque ahora cada uno está por su cuenta, pero siguen muy presentes en medios de comunicación), un dúo humorístico o artístico que rompieron los esquemas del humor radiofónico hace más de treinta años cuando en Antena 3 de radio iniciaron un proyecto que no tenía parangón en ese momento, un humor inteligente y simplemente distinto, con personajes surrealistas y situaciones absurdas. Con posterioridad encaminaron su labor hacia el periodismo, aunque su gestación fue en una facultad de periodismo de Madrid donde se conocieron, conduciendo programas de variedades en radios generalistas alternando partes serias con su habitual comicidad espontánea y perspicaz. Por cierto que fue una de mis primeras entradas en la etiqueta «Radio» de esta bitácora.

En aquella ola buena o ganadora de finales de los 80 y principios de los 90, donde estaban en plena ebullición, también crearon este «¡Quién me mandaría meterme en obras!», de 1995, cuyo título ya sugiere lo que efectivamente te encuentras en cuanto empiezas a picar pared un poco y que genera literatura y diálogos infinitos.

¿Se pone a parir al gremio de la construcción? Pues se hace de una manera jocosa, pero más que a ese gremio en términos generales, lo que hay es una deconstrucción, valga el palabro como juego de palabras, del gremio de los chapuzas, ese grupúsculo que todos sabemos encasillar.

Yo creo que cualquiera que haya leído este libro, o más exactamente a medida que empieza a meterse en la historia, se ha planteado que más o menos algo de lo que ocurre también lo ha vivido en sus carnes, esto es, chapuza tras chapuza, roza sobre roza, pegote sobre pegote y una ejecución posterior que empeora a la que había antes en un jardín sempiterno de iniquidades.

Amalio y Margarita son chicos de clase media, ambos trabajan, él en una oficina y ella en una heladería, se acaban de conocer, son jóvenes, se cortejan, se quieren, avanzan en su relación, han consolidado con rapidez y piensan en el futuro, lógico. Necesitan vislumbrar su nidito de amor e inician el camino, no poco tortuoso, de buscar piso.

El piso ya es el primer escollo, pero finalmente se deciden por uno, y no es oro todo lo que reluce, la primera en la frente, en cuanto que tienen las escrituras firmadas y ya es suya, perciben que hay más defectos que los que el piso amueblado que vieron ocultaba.

Amén de esas sorpresas, quién no se compra un piso de segunda mano y no le quiere hacer unas reformillas a su gusto. Y claro, ahí están Margarita y Amalio que visualizan ese hogar conyugal idílico, se arman de valor y paciencia, y se encomiendan a su limitada cuenta corriente que va a estar en tensión en los sucesivos meses.

A poco de comenzar la búsqueda de personal profesional y competente que le acometa sus reformas ya se van percatando de la informalidad del gremio que casi es lindera con la mala o poca educación, o la poca vergüenza. Ni nadie contesta a sus requerimientos y el que lo hace lo hace tarde y mal. Pero como además no tienen éxito en la gestión, tienen que acudir a ese típico conocido que a su vez conoce a alguien, que a su vez le va a hacer las reformas de favor, porque vienen recomendados.

Y ahí comienza, si es que no hubiera comenzado hasta ahora, una auténtica travesía por el desierto, repleta de obstáculos y sinsabores, la elección de materiales (en ese negocio de confianza del constructor, donde le van a hacer un apaño) ya es el primer escollo para la pareja, que no se pone de acuerdo. Luego el chapuzas ya va cociéndose en su propia salsa, hace las cosas a su gusto, las hace regular, y trabaja un día sí y catorce no, y no contesta al teléfono, y además el gran error de nuestra pareja es pagarle por adelantado, porque «carta en la mesa presa» y no le agobies mucho al maestro porque amenaza con no apañar las chapuzas generadas y si te he visto no me acuerdo y ocurre.

Ahora, después de haberse gastado una pasta, teniendo el piso a medio arreglar, el primer chapuzas desaparece con la pasta y encima sintiéndose agraviado; y la pareja tiene que buscar otro, que no es mejor, pero que como si se tratara de un mantra del chapucerismo este decretará el «pero, ¿quién le ha hecho esto?, eso pasa por contratar a gente que no es profesional para ahorrar un duro». Y es que si de algo se caracteriza el ramo de la construcción y yo tengo experiencia por mi trabajo, no hay albañil, electricista, fontanero o carpintero que no se crea mejor que el resto y ese resto son mucho peores que él, o sea, cero corporativismo, o lo que es igual, que se trata del sector profesional con menor corporativismo.

Y ya con el segundo chapuzas vuelta a lo mismo, decisiones unilaterales, remates lamentables, ejecuciones que se hacen a la inversa…, y ya Amalio y Margarita no podrán soportar otra, terminarán la obra enfadados, peleados, para siempre, ¿para siempre?, ¿habrá boda?

«¡Quién me mandaría meterme en obras!» es, en definitiva, un catálogo pormenorizado de todas las chapuzas que le pueden surgir a cualquiera, que han ocurrido y que ocurren; yo he vivido casi todas en pequeñas dosis bien es cierto, pero prefiero no hacer pupa porque no creo que lean esto, aunque sí viven en mi entorno; venga suelto una, uno me pintó hace unos pocos años, me dejó un par de zonas enyesadas donde antes había unos agujeros sobre un fondo pintado de azul que había que dejar secar, «mañana voy» decía, y ya pasaron los meses, un año, ya casi preferí que no volviera, y ya traje a otro para que me lo arreglara, pasó el tiempo y ya no me dice nada.

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