"LOS NIÑOS DE IRENA", DE TILAR J. MAZZEO

Hubo alguna vez en mi vida en que decidí hacer una lista mental de las diez mejores películas que había visto, esas que sin lugar a dudas las premiaría con la máxima nota de cualquier baremo existente. Podían haber sido diez como número redondo pero definitivamente no sé cuántas tengo en mi cabeza con esa «máxima nota». No obstante si me tuviera que inclinar por mi película favorita de entre todas ellas, en una especie de lo mejor de lo mejor, sin duda me decantaría por «La lista de Schindler» (1993) de Steven Spielberg. Creo que ya me la etiqueté mentalmente como la mejor de todas al poco de verla y eso quiere decir que también desde hace tiempo tengo esa especial querencia por la temática de la 2ª Guerra Mundial en cuanto a cine, televisión y, por supuesto, literatura.

Tal inclinación a esta temática y en particular a la citada película han sido los resortes para leer este libro que narra las peripecias de Irena Sendler en la Varsovia ocupada por los alemanes durante buena parte de la 2ª Guerra Mundial; una suerte de Oskar Schindler femenina, pero bastante desconocida por la comunidad internacional, sobre todo porque durante mucho tiempo trató de mantener cierto anonimato, el propio de una persona que llevó a cabo muchas operaciones en la sombra para tratar de salvar a numerosas personas.

El relato a modo de biografía de esta activista nos lo cuenta, a través del testimonio de numerosas personas, la periodista norteamericana Tilar J. Mazzeo, Sin duda que se trata de un relato conmovedor y aunque el fin tan loable como el de Schindler fue salvar el mayor número de vidas posible, las diferencias son totales entre ambos próceres. Irena era una joven trabajadora social no judía y cuando la Guerra avanzó y los alemanes tomaron Varsovia estableciendo una zona de gueto donde se hacinaban cientos de miles de judíos, ante la escalada de terror que tomaban los acontecimientos y que se percibía que los ocupantes irían poco a poco sacando a la gente del gueto para exterminarla, ella gracias a su «neutralidad» podía entrar y salir con cierta libertad de esta zona acotada para ejercer su oficio pero también veladamente para sacar de forma clandestina a cientos de personas de allí.

La primera diferencia era, por tanto, que había un riesgo notable sacando a esa gente del gueto, mediante pasadizos, saneamientos, alcantarillas…, y porque, y aquí viene el dato primordial, que la mayoría eran niños y bebés. Irena Sendler procuró sacar a los más pequeños, los más vulnerables, por una cuestión de humanidad y también por una especie de preservación del destino de las familias judías polacas, de sus apellidos, de su origen. Conseguía salvar a niños porque sus padres estaban casi condenados.

Irena Sendler obviamente no trabajaba sola pero era la cabeza visible de una organización en la clandestinidad que funcionaba como una especie de oenegé, todo un ejército civil en la sombra cohesionado y coordinado como una máquina perfecta donde cada una de sus piezas dependía de las demás para formar un todo.

En todo ese entramado Irena cuidaba mucho los detalles en esa extracción de niños del gueto hacia la zona no judía, y es que a los niños había que darles una nueva identidad, acoplarlos en familias, en instituciones religiosas o en orfanatos. A veces no era fácil hacerlos pasar por no judíos por el color de pelo (eran morenos y los polacos no judíos tenían el pelo más claro), por su idioma (en muchas familias judías no se hablaba el polaco y sí el yidis), incluso con el cambio de religión obligado, pero eran dificultades que hacían más apasionante la labor que hacía la organización que coordinaba nuestra audaz protagonista.

Irena fue construyendo en papel un listado minucioso de la procedencia de los niños con la filiación de sus padres y su nombre real (y el nuevo) y el lugar donde habían sido llevados, todo ello con la idea de que si sus familiares directos o indirectos sobrevivían pudieran volver a juntarse y, por supuesto, en el caso de que eso no ocurriera al final de la Guerra, que esos niños recobraran sus identidades y tuvieran el recuerdo en sus apellidos de quiénes fueron los que los trajeron al mundo, ya que es obvio que había bebés y que muchos no pudieron tristemente conocer a sus progenitores.

Ese listado clave para el funcionamiento de la red, la esencia de lo que estaba haciendo le trajo no pocos quebraderos de cabeza, primero por que ese documento clave no podía caer jamás en manos de los nazis, antes era mejor deshacerse de él y tratar de memorizarlo en la cabeza y reproducirlo en caso de que Irena sobreviviera. Y no lo pasó bien desde luego porque los nazis la cazaron y la mandaron a la cárcel, y la torturaron, y solo un soborno de los muchos que se estilaban en la época la libró de la muerte, otros no corrieron la misma suerte.

Fue una heroína desconocida, una mujer que antepuso las vidas de los demás por encima de la suya propia, como tantas y tantas personas de su organización que sacrificaron el bien más preciado de cada uno de ellos para salvar la existencia de aquellos más débiles, de aquellos a los que se les dio una oportunidad para vivir y superar aquella barbarie.

A Irena Sendler se la postuló al Premio Nobel de la Paz muchos años después de su gesta plena de humanidad, obviamente no se lo concedieron porque en este premio prima la popularidad y un cierto grado de actualidad, lo pasado no se revisa como se debiera. Eso es lo de menos, el homenaje de los que fueron salvados, de la comunidad judía y de la comunidad internacional son sus auténticos galardones.

La lectura de esta especie de ensayo biográfico me acerca a la reflexión una vez más sobre este asunto; lo que se hizo en Varsovia en el gueto no formaba parte de una conflagración bélica, no se mataba a soldados, se exterminaba a gente indefensa, a familias enteras. Aquella era una operación para liquidar, limpiar a todo un grupo étnico y la guerra era una excusa para este cometido.

Por otra parte y en esa reflexión, amén de la cantidad de barbaridades que se cuentan en el libro y que cuesta hasta leerlas, sorprende que en aquel caos muchos responsables del nazismo y otros no siendo nazis que fueron cómplices y que estuvieron en aquel escenario de la capital polaca, fueron capaces de enriquecerse a cambio de sobornos o de promesas incumplidas de salvación, jugando con la sensibilidad y la desesperación de la gente.

No quiero ni pensar en que de toda esa maraña de cargos puede que muchos escaparan de la Guerra, que justificaran que estaban en el ejército por obediencia debida y que se llevaran a escondidas dinero, joyas, metales preciosos, obras de arte…, y que tras un tiempo en el que se volvió a la normalidad en Alemania o en la propia Polonia (los cómplices) pudieron vender aquello y ser ciudadanos impecables con el plus de haberse aprovechado del caos y de gente a la que sometieron, para vivir ellos mucho mejor el resto de sus días…, y a lo mejor veraneaban en España y nos los cruzamos en alguna playa, quién sabe.

El libro de Tilar J. Mazzeo es un tanto incómodo de leer, no por lo que contiene sino por la estructura que, aun siendo cronológica, está plagada excesivamente de nombres de personas y de lugares que desvían en cierta forma el propósito de este testimonio. Y tampoco ayuda por supuesto la traducción de la mexicana Elena Preciado Gutiérrez, con muchos giros y palabras propios del español de América, pero también con demasiados anglicismos y algunas lagunas en cuanto al estilo, todo ello francamente mejorable.

Por cierto, hay una película de 2009 que es anterior al libro, para quien se quiere ilustrar sin leer.

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