ALBACETE, LA LANZADERA CASTELLANOMANCHEGA

Voy a empezar casi por el final y, de algún modo, por algo que no tiene que ver con esta entrada, y es que me he vuelto a enganchar al programa «Saber y ganar», y no es para menos porque cada una de sus emisiones es un manantial de cultura a borbotones. Pues bien, el programa va cambiando de pruebas con cierta habitualidad para hacerlo más dinámico y desde hace un tiempo hay una en la que sacan fotografías de un lugar y los concursantes tienen que adivinar de qué lugar se trata. Hace poco sacaron fotos del lugar que hoy traigo a colación, y claro, acerté a la primera foto que vi.

Y es que Albacete, partiendo de donde yo vivo, siempre se me ha antojado una ciudad en medio de todo y que no visitarías salvo por necesidad. Pero ahora estoy en una fase de mi vida en la que he encontrado una ola buena para surcar por destinos cercanos y conocer mundo para abrir la mente, para dotar de experiencias nuevas a nuestro devenir, para intentar en la medida de lo posible hacer una cosa nueva cada día, por pequeña que sea, y claro, los viajes son un instrumento perfecto para cumplir esta máxima.

Pero es que te pones a analizar y piensas que Albacete algo debe tener para ser lo que es, como dato objetivo se trata, con mucha diferencia, de la ciudad más poblada de la comunidad de Castilla-La Mancha y en la última década y media, y aunque sea un atractivo un tanto sui géneris, se revela como una población con una gran riqueza y vida cultural toda vez que de allí son los célebres componentes del llamado «Cuarteto de Albacete», un grupo de humoristas que le han dado un giro a la concepción del humor en nuestro país en estos inicios del siglo XXI, o sea, material humano y del bueno el que se fecunda en los vericuetos de esta capital castellanomanchega.

También pensé en algún momento que no había derecho, de verdad, que no podía tener marginada u olvidada a esa localidad tan cercana y tan lejana a la vez para mí; viví buena parte de mi vida con un cartel a apenas 200 metros de mi casa, en Linares, que señalaba los kilómetros a Albacete, no menos de 250 km y por carreteras inmundas, hoy lo siguen siendo menos, pero aun así convencionales. Quise ver si el letrero seguía vivo y ya no, por encima de Albacete aparecía Orcera, y desde luego, la carretera que indicaba hacía y hace más largo el trayecto que otras opciones mucho más cortas; aun así las dos horas y media de Linares a Albacete no hay quien las mejore.

Y sinceramente apenas estaban en mi mente cuatro datos poco asentados sobre esta ciudad, la tradición de las navajas, el famoso equipo de fútbol que fue elevado a los altares por un efímero Benito Floro y al que se conoció como el «queso mecánico», y un leve recuerdo de que la Feria de Albacete es reconocida.

Una ciudad de algo más de 170.000 habitantes merece la pena verla, porque albergando ese potencial humano ya despierta el interés aunque solo sea por la disposición urbana, por sus comercios, por sus negocios, por la vida que brota en las calles.

Puedo decir que no pudo ser más casual la primera foto para identificar en «Saber y ganar» la ciudad que se estaba buscando, era el edificio de su ayuntamiento, a primera vista puede parecer uno más, pero es muy llamativo, un inmenso reloj es distintivo de su fachada, con reminiscencias clásicas pero moderno en su ejecución, con lo que le da un aire serio y sosegado.

Los iconos monumentales y paisajísticos de Albacete están casi a la mano, de un lugar pasas a otro en breve espacio de tiempo, así que pasamos, cómo no, al Museo de la Cuchillería, en un edificio también muy singular con fachada de azulejo verde claro, casi musgo, se puede hacer un recorrido por la tradición de este oficio ancestral en la localidad y su proyección en la actualidad, puesto que no ha decaído, de hecho, existe un concurso con varias modalidades que premia anualmente a una serie de artistas de la forja y la visión de lo expuesto termina por convencerte de que no todo está inventado en este mundo tan bello y que plasma el amor de sus hacedores por el metal, tratado como si fuera una obra de arte.

La Catedral de Albacete (de san Juan Bautista) puede que no sea ni la más llamativa ni la más bonita del mundo pero nos sorprendió más que agradablemente. Aunque se asienta sobre un templo mudéjar del siglo XVI su planta es moderna, de mediados del siglo XX, aunque se cuidó con muy buena factura que tuviera la evocación de una iglesia antigua, para construir con toques góticos, renacentistas y barrocos un edificio funcional, con las ventajas de la modernidad pero con la solemnidad de lo antiguo. Y es que hacer un edificio moderno con sabor a clásico te permite un margen de maniobra que ya no puede alcanzar lo ya construido; y en un recorrido por la misma (está abierta gratuita, plenamente visitable y la gente se presta a contestar con orgullo sobre las figuras allí expuestas en las capillitas laterales, entre otras la Virgen de los Llanos, venerada por la ciudad y patrona de la misma) todo rezuma paz, limpieza, aire, olores orientales… Creo que fue Azorín el que dijo que una catedral es un compendio de las artes, y ya no solo es percibir estilos arquitectónicos, es ver el arte de la madera, del metal, de la escultura, de las lámparas, del cristal (vidrieras), de la pintura, y es que nada de lo expuesto en una catedral, y este es un claro ejemplo, está colocado sin intención.

Hete aquí que el lugar más reconocido o famoso de la capital albaceteña, a tenor de lo que indican ciertas web que determinan con datos más o menos subjetivos la prevalencia de visitas turísticas, es uno que yo desconocía, y realmente merece la pena, porque este no es otro que el Pasaje Lodares, un pasaje comercial cerrado pero acristalado en su parte superior que le da un aire muy británico; pero qué demonios, muchas veces me da rabia comparar lugares con los de otros confines, y no, el Pasaje Lodares es albaceteño por los cuatro costados, es una preciosidad arquitectónica de estilo modernista, una deliciosa galería comercial para comprar, tomar un café o simplemente hacerse una foto, aunque en esa foto nunca aparecerás solo porque siempre hay mucha gente. Si se indaga un poco podemos descubrir una leyenda muy bonita del Pasaje, y es que un maestro masón colocó un clavo conectado con las fuerzas telúricas del subsuelo en un determinado lugar del Pasaje, para que todo saliera bien en las obras del pasaje, el tocarlo trae suerte a todo aquel que lo hace, no voy a decir el lugar, toca buscar, allí lo toqué, lo tocamos, y volvimos a reforzar nuestro vínculo.

Tras una comida opípara, la tarde nos deparaba un placentero paseo para ir viendo todo lo que nos saliera al paso, siendo un domingo no todo está abierto, museos y tal, pero muchas veces se agradece porque no te obligas a su visita que te quita tiempo que es oro, sobre todo cuando vas con escasez del mismo. Vimos la fachada del antiguo Ayuntamiento y es obligada la instantánea en el Monumento al Cuchillero, el homenaje callado y perenne a esa tradición albaceteña tan arraigada.

Había que terminar con la Feria, y descubrir qué infraestructura alberga tan renombrado evento; encaminados desde la calle Feria, que es una de las arterias principales de la ciudad, eso ya da idea de la importancia del acontecimiento anual y vas viendo que lo de la Feria es propiamente una institución con vida propia, porque además no está ni mucho menos en las afueras, el barrio que lo circunda, sus aledaños, el ambiente festivo que permite establecimientos en los Jardinillos de la Feria prácticamente todo el año… Allí es obligatorio también darse el lujo de besarse en el Templete de la Música.

Finalmente el espacio de la Feria, un recinto inmenso y cerrado del que uno no sabe hacerse una idea de cómo de bullicioso estará en los tiempos propios de la celebración (del 7 al 17 de septiembre), y ese recinto tiene ese carácter porque la Feria es de las más antiguas de España, se remonta al siglo XIII, aunque el edificio es de finales del XVIII, celebración que tenía como fin lo que todas las de aquella época, el intercambio de ganados y la compraventa de productos de la tierra. El edificio de la Feria es un monumento en sí mismo y su visita futura está puesta en agenda.

Al igual que poder entrar en ese recinto ferial se nos quedaron otras visitas en el tintero, tal vez la Biblioteca Mpal. Depósitos del Sol (una de las fotos que también mostró «Saber y ganar»), algún que otro edificio como el Teatro Circo, el Centro de Interpretación del Agua, sus parques…

No sé a quién se la ha ocurrido llamar a Albacete el Nueva York de La Mancha, cada ciudad, y reivindico lo que he reseñado unos párrafos más arriba, tiene que ser lo que es, ser su propia seña de identidad, no querer parecerse a nadie, más bien al contrario, que otros se intenten parecer a ti. Por eso, si acaso, tal y como pongo en mi título, las ciudades medias o medio grandes como Albacete tienen que ser lanzaderas, sí, a fuerza de recibir personas procedentes del éxodo rural, pero eso es algo que parece irreversible. Albacete me gustó, de habla castellana pero con mucho influjo andaluz, como si uno estuviera en su casa, como dije al principio, tan cerca y tan lejos, ahora ya por lo menos más cerca de mi corazón.

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