CUENCA, LA CIUDAD OLVIDADA, LA PROVINCIA DESCONOCIDA, ESCENARIOS CON ENCANTO

Un entretenido guía de la Ciudad Encantada refirió que Cuenca era la gran olvidada o la gran desconocida, seguramente ambas pensé yo. No es para menos, o más exactamente Cuenca da para mucho más, y apenas lo que refiero en esta entradilla con carácter vivencial se convierte en algo anecdótico, casi como una reseña para mi yo futuro en la que anoto lo que he visitado, las sensaciones que he tenido y qué debo revisitar o qué tengo pendiente de ver en un futuro incierto.

Efectivamente porque Cuenca da para mucho más, tanto que imagino que ni sus propios comprovincianos habrán podido llegar a abarcar en toda su extensión, y digo bien porque la provincia es la quinta de España por superficie, si ya me parece extensa mi provincia de Jaén y no he visitado todos los puntos de la misma y probablemente alguno de los municipios no lo pisaré nunca, para un anónimo ciudadano de paso en apenas dos o tres días uno apenas ve cuatro fotografías, eso sí singulares, de su ser. Y, además, una provincia con una de las menores densidades de población de España, con lo que uno tiene la sensación en muchos sitios de estar casi solo, aunque evidentemente siempre en la mejor compañía.

Pero ahí estaba, primero Cuenca ciudad, Cuenca capital, también desconocida, nombrada con sorna por el célebre dicho de evocación sexual, y propiamente el origen del dicho es el imaginable, con cierta reminiscencia historiográfica o costumbrista, no busquen un significado más profundo, no lo tiene, es lo que es.

Cuenca, provincia despoblada, prototipo de la España vaciada, e insisto siempre, no es peor que esté vaciada, sino que los que la habitan estén olvidados, porque se puede vivir sin una comunidad amplia pero con unos servicios públicos decentes, una atención adecuada, y eso no pasa. A tal provincia no le podría corresponder más que una capital de tamaño medio, accesible, abarcable, asumible, cercana, con todo a la mano, de esas que uno estaría a gusto de vivir en ella. Muy cercana en población a Linares y por eso tal vez me identifico más con este sentimiento.

Desde que el mundo es mundo el ser humano ha ido asentando sus poblaciones en lugares que cuentan con determinados recursos, nodos magnéticos que se hacen atractivos para construir una comunidad: minas, naturaleza, clima, agua (ríos, mares o lagos)…, donde había algo explotable el ser humano acudió y se instaló allí. Y Cuenca cumple uno de esas premisas principales y luego otra accesoria, agua en primer lugar y defensa en segundo.

Sobre la conjunción de los ríos Júcar y Huécar, en realidad sobre sus hoces, porque esa forma tienen, enfrentadas en paralelo, se alza un cerro en el que se ubica el casco antiguo, coronado por un antiguo castillo, denominado así aunque se trata en realidad de una antigua alcazaba andalusí. Así que las aguas ofrecían esa riqueza innegable para el sector primario y la disposición singular de ese cerro, protegido por las aguas, se remataba con esa construcción defensiva propia del mundo antiguo en general, lo que viene siendo ponérselo difícil al enemigo.

Y el cerro es escarpado, es decir que desde «las juntas de los ríos» hasta ese castillo en ruinas que se remata además con un curioso barrio del castillo, hay que subir muchos metros en poco espacio. La parte más abrupta probablemente sea la cara que da al Júcar y la cara que da al Húecar también lo es pero las pendientes se suavizan algo más para permitir que se hayan hecho construcciones muy concienzudas, que no por ello dejan entrever la pericia de la mano de hombre para llevar a cabo obras de extremada complejidad cuyo ejemplo más conocido son las Casas Colgadas, visión que hay que hacer casi obligatoriamente desde el Puente de san Pablo, tras haber hecho un breve paseo por el Huécar, pintado de almendros en flor, respirando oxígeno puro del que no se puede degustar en grandes ciudades, que algo bueno debe tener la España vaciada o medio poblada.

Pero no cometamos el error de quedarnos en la sola visión de las Casas Colgadas, pese a ser la foto imprescindible, en realidad las casas que siguen a estas y que se van solapando sobre ese cerro, casi circundándolo, son maravilla de la ingeniería de antaño, auténticos rascacielos de cinco o seis plantas, que en la época en que se hicieron, siglos XVIII y XIX evidenciaban el esfuerzo titánico de las gentes de la obra y su especial destreza para aprovechar los espacios, y a la vista está que son obras sólidas, capaces de resistir el envite de los años.

La catedral de Cuenca no es de las más significadas de nuestro país, tenemos tanto nivel que una catedral de este carácter nos parece, me parece, menos que otras, pero eso no significa menosprecio. Tal vez llame la atención el hecho de que es distinta, que parece inacabada, con una fachada en la que uno busca la continuidad y se configura en una sola planta, porque los ventanales (seguro que en arquitectura y arte tiene su nombre) nos muestran el cielo. Y también distinta por su estilo, porque más que española parece una catedral francesa o alemana, parece fuera de ubicación.

La catedral y otras iglesias tienen ese sesgo de la entrada, de que hay que pagar por entrar; yo entiendo el afán de la Iglesia Católica, pero me pregunto qué tendría que hacer un creyente si quiere hacer una genuflexión ante el Altísimo, yo mismo, ¿tendría que pagar? La Iglesia tendría que pensar en esto y dar una solución a esta minoría minúscula pero existente y mirar menos a su peculio.

Y realizados estos anticipos, que es lo que viene en la guía que es obligatorio, la auténtica Cuenca desconocida es ese casco antiguo de sorprendentes edificios antiguos altos, de calles estrechas con pequeños túneles, pasadizos (merece la pena ir a ver el Cristo del pasadizo por la singular leyenda que le acontece) y miradores a ambos ríos, donde cada rincón es una sorpresa. Y luego tiene ese aspecto mágico del balanceo de lado a lado del casco antiguo, el Huécar pequeñito, grácil y chispeante, y en unos metros anticipando el encuentro el Júcar, verde naturaleza, potente, adulto. Sí, subrayen en su guía, es preciso perderse por las calles del casco antiguo, sin mapa, guárdenlo.

La Torre Mangana está bien pero el espacio moderno que la decora hoy día es desacertado, tal vez solución sencilla y barata, y arquitectónicamente ortodoxa pero no me gustó. Lo mejor desde luego son las vistas, pero esa es una máxima del casco antiguo conquense, en cualquier recoveco tienes un mirador inopinado donde sacar unas instantáneas de escándalo. Y no, no se aceleren en callejear, husmeen todo porque lo mejor de las visitas culturales es lo que uno no se espera.

Ya bajando del casco antiguo uno va apreciando un detalle bastante curioso y es que amén de que esos edificios antiguos y largos, ofrecen un paisaje extraño pero atractivo muchos de ellos ya que están pintados de colores y cada cual con el suyo propio, como si un pintor caprichoso se hubiera entretenido en dar rienda suelta a su inspiración, como si de una localidad latinoamericana se tratase, donde allí es muy común. La calle más reconocida para ver este claro ejemplo de policromía urbanística es la llamada Alfonso VIII.

La ciudad más moderna, despojada de ese hábito monumental que se horquilla entre los ríos, es amable, tiene ese punto de bullicio mañanero, como foco atractivo de personas que vienen de los pueblos de alrededor a hacer compras, de médicos, etc; y luego las tardes y noches evocan también una ciudad con cierto tirón, cierta calidad de vida, las capitales de provincia tienen muchas instituciones y el funcionariado es un porcentaje interesante de población y, de algún modo, sostiene el sector servicios.

Seguro que se quedaron muchas cosas sin ver, museos (el de arte contemporáneo lo conocía desde hace tiempo y en la concepción del de Bailén hubo algo de su espíritu, aunque esta es una historia larga de contar), el barrio de Tiradores (la Cuenca capital en toda su esencia), las juntas de los ríos (esto fue por cansancio, el no buscar, claro)…

Y Cuenca es limpia, muy limpia, y eso hablando de España son palabras mayores, más limpia que la media, más limpia que lo habitual; se limpiaban hasta los polígonos industriales, que siempre suelen presentar aspectos desaseados por dondequiera que vayas.

Ya digo que con una provincia tan extensa, enclaves naturales, pueblos pintorescos, monumentos…, serán la diana de una futura visita sepa Dios cuándo, pero como a lo que íbamos era a tachar esos sitios obligatorios y que tienes en tu acerbo cultural desde que fuiste al colegio, hicimos esa parada necesaria en la Ciudad Encantada, que yo hasta hace no mucho pensé que estaba en la propia ciudad, en sus aledaños. Y no, está a una treintena de kilómetros, por carretera buena, de asfalto nuevo, con curvas pero sin mucho tráfico, por aquello del beneficio de la despoblación. De Cuenca a la Ciudad Encantada es preceptivo pararse en el Ventano del Diablo, una caprichosa formación rocosa que preside un mirador sobre el Júcar, la erosión geológica ya va configurando lo que nos encontraremos en el paisaje singular de ese icono de nuestros libros de texto.

Recuerdo haber escuchado a alguien cercano que no le gustó lo que vio en la Ciudad Encantada, pues para gustos…, desde luego estamos ante una belleza que solo el tiempo ha provocado, la morfología de las rocas esculpiéndose por el avatar de millones de años forma unas figuras más que curiosas. Aquí hay que aludir al fenómeno psicológico de la pareidolia, el ver figuras de ámbito humano en escenarios naturales o inertes, y en la Ciudad Encantada tenemos de todo, barcos, animales, rostros, toboganes…, y dejar que fluya la imaginación. Y sí, a mí me gustó y mucho, merece la pena porque esas formaciones curiosas y sin parangón con nada de lo que uno haya conocido, concentradas en tan poco espacio, resultan místicas, a mí me resultó un recorrido lleno de paz, de descubrimiento interior, en contacto con la naturaleza, también sumamente romántico.

El último o el penúltimo hito de nuestro periplo breve por Cuenca fue el nacimiento del río Cuervo, no si antes y aquí viene lo de penúltimo porque para ir a ese nacimiento desde la Ciudad Encantada has de pasar por la localidad de Uña donde se ubica una laguna artificial que lleva el nombre del pueblo, que aunque diseñada por la mano del hombre, ya se ha mimetizado con el entorno para hacerlo más bello y atractivo. Otras escenas bucólicas y las consabidas fotografías de un lugar apacible, un paseo vespertino por las calles de este pueblito casi de cuento, con las aguas que arrullan tu caminar, que te encaminan a esa virgencita venerada y a la que ahí sí, pudimos orar un momentito o evadirnos de nuestro significado terreno por un momento. Estampas que se quedarán grabadas para siempre en nuestra mente, lugar idílico para abrazar a tu ser amado.

Y culmina el trayecto por ese nacimiento del río Cuervo, este sí que no lo conocía yo hasta hace apenas un lustro, y creo que comenzó a hacerse «viral» por aquello de que sus imágenes le otorgaban un cariz casi desconocido como de foto de póster o de postal y que te situarían hipotéticamente en el centro de Europa o en Escandinavia, y no, ni mucho menos, en Cuenca. Sucesión escalonada de cascaditas, aguas limpias y cristalinas, frescas, trenzadas con la hierba, musgo, liquen, sonido líquido por todas partes, rezumando vida recién surgida en cada peldaño que nos acompañaba hasta el nacimiento. Se ha convertido desde luego en un lugar muy visitado, imagino que los turistas como yo mucho más en los últimos años, es decir, que es ahora cuando está en la cresta de la ola, pero no por ello es desdeñable su visita. Sin duda que con más tiempo, los innumerables senderos que hay a su alrededor serían otro buen atractivo para volver alguna vez.

Volver, de eso se trata, de eso o de no volver nunca, el tiempo se nos escapa entre los dedos de las manos, hay mucho por visitar, por descubrir, y la vida es finita. Pero por el momento Cuenca ya está anotado o tachado de nuestra lista de deseos, la gente se pone mirando a Cuenca, y nosotros desde allí ya quisimos mirar al mundo, entre risas, con mayor curiosidad…, lo seguimos mirando.

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