"EL HÉROE DISCRETO", DE MARIO VARGAS LLOSA

En mi reciente visita a Granada recorriendo calles, comercios y sus correspondientes escaparates me sentí tentado por comprar libros, más libros, ahora de segunda mano, en buen estado, relativamente recientes y tirados de precio; a este respecto hice dos reflexiones, la primera era una prueba viva más de mi mediocridad, que me ponía a ver en esos escaparates amplios si de lo que mostraban había leído algo y la respuesta era siempre negativa y, en segundo lugar, consecuencia de la anterior es que por mucho que uno se empeñe, y yo leo mucho, no por acumular ni mucho menos por ser presuntuoso, apenas va a conseguir leer un porcentaje ínfimo de lo escrito aunque sea medianamente conocido o de cierta calidad.

Todo esto último conectaba con la novela que precisamente esta semana traigo a colección o más en concreto de su autor, Mario Vargas Llosa, y es que han tenido que pasar en mi vida unas cuantas décadas, que son las que llevo a mis espaldas, para que yo haya leído probablemente una obra de este escritor. Sí, sé que tiene delito pero es que hay tantísimo que no llego, a lo mejor no hago o no he hecho las mejores elecciones siempre. Pero que sí que esto es fallo mío, es en 2022 el único Premio Nobel de Literatura vivo de habla hispana, por cierto que desde 2010 no hemos tenido un nobel hispano, así que ya va tocando.

Y no es para menos, o sea que cuando se da un premio de este carácter muy malo no tiene que ser el galardonado, no dudo que algún premiado pueda ser menos popular o conocido, menos brillante, pero que hay un bagaje detrás y no escaso, eso queda fuera de toda duda.

Con Vargas Llosa no se falla y yo no he fallado porque en esta novela he podido apreciar la prosa delicada y deliciosa de este maestro de las letras; un libro fantásticamente escrito, entretenido, envolvente, atractivo hasta el límite de la necesidad de terminarlo cuanto antes, capaz de hacer que tu mente imagine con facilidad los escenarios a los que nos transporta, esto último es propio de los grandes escritores, cuanto más te provoca tu imaginación más brillante es el literato. De esos textos, por ejemplo, que perfila tan bien a los personajes que todo funciona en tu cabeza como si fuera una película.

Y además Vargas Llosa aprovecha, en mitad de todo, para innovar y con ello para enseñarnos; en esta novela nos cuenta dos historias distintas, como si fueran dos relatos o dos novelas diferentes, y que incidentalmente se unen al final, sin necesidad de que tuviera que hacerlo, nos estimula para que experimentemos lo que son diálogos parenténticos que se introducen sorpresivamente entre otros que se realizan en el presente; y aparte de ello también introduce subtramas que no quedan resueltas y que bien podrían ser el germen de futuras novelas.

Aunque ambas historias son independientes de algún modo tienen un nexo de unión en cuanto a su espíritu, y es que «El héroe discreto» representa en realidad a dos hombres que son héroes a su manera, se rebelan contra una amenaza que los acucia, ambos se han hecho a sí mismos y no aceptan las injusticias.

Ismael Carrera es un veterano hombre de negocios, octogenario, viudo, dueño de una fructífera empresa de seguros peruana; asentado en Lima persuade a su hombre de confianza, Rigoberto, su gerente, para que aguante en el puesto y no se jubile porque es un momento decisivo en el devenir de la empresa y de su propio destino. Ismael Carrera se revuelve en contra de sus dos hijos, unos trápalas, vividores, malas personas, que odian a su padre y que ansían la muerte del mismo para heredar su gran fortuna. Pero Ismael es mucho más perspicaz que ellos y se casará (por amor) con su sirvienta bastante años más joven, con Rigoberto y su chófer de testigos, para desgarro de sus crápulas hijos que harán todo lo posible por revertir esta situación con malas artes, incluyendo la amenaza a los testigos, especialmente a Rigoberto que es un personaje que adquiere un papel preponderante y recurrente en la novela.

Por su parte en la otra historia tenemos a Felícito Yanaqué un hombre de provincias, del Perú profundo aunque pujante, de rasgos indígenas, que nació casi con lo puesto, y que gracias a un padre recto, severo, pero con convicciones irrefutables, hizo de de su vástago un hombre de futuro. Felícito ha montado de la nada una boyante empresa de autobuses, Transportes Narihualá, asentada en Piura, una populosa ciudad del noroeste de Perú. A Felícito la amenaza le viene en forma de carta, unos extorsionadores que firman sus misivas con una arañita le conminan a que pague un «impuesto revolucionario» si no quiere que sus seres queridos o sus propiedades sufran daños. Pero a Felícito su padre le enseñó a no doblegarse ante las injusticias y se negará a pagar el cupo correspondiente y a estar eternamente atrapado en un bucle por esos chantajistas.

Mientras que Ismael Carrera viaja de luna de miel por Europa, don Rigoberto tendrá que asumir los embates de las dos hienas que son los hijos de su jefe y amigo; Miki y Escobita, que así se hacen llamar, son prototipos de lo que aquí en España llamaríamos «niños pijo», que no le han dado un palo al agua en la vida, viviendo de las rentas y sin preocuparse por su porvenir más que por estar de juerga constante, y dinero que tienen lo queman, porque su padre ya procuró que «heredaran» de él en vida pues amenazaban con esquilmar todo fondo presente y futuro. Rigoberto actuará también como un héroe, sosegado y ecuánime, no aceptando los impulsos de unos «sobrinos» que son capaces de cualquier cosa.

Don Rigoberto no actuaría con esa determinación si no tuviera el apoyo de su íntegra esposa Lucrecia, esposa en segundas nupcias, puesto que es viudo. Fruto de su primer matrimonio está su hijo Fonchito, un chaval sano, con la cabeza muy bien amueblada pero que últimamente tiene encuentros con un señor que se hace llamar Edilberto Torres, al que solo él puede ver y escuchar, y eso trae de cabeza a su padre y a su madrastra (a la que Fonchito quiere con locura, por cierto), en esa subtrama curiosa que no se resuelve en el libro y que evoca ese fascinante estilo novelesco propiamente hispanoamericano que es el realismo mágico llevado a la literatura, personajes irreales, historias paranormales, espiritualidad religioso-popular...

Felícito Carrera se casó «de penalti» con Gertrudis, una mujer a la que no quiere, aunque se respetan mutuamente. Tuvieron dos hijos aunque el primero hay dudas acerca de su paternidad, porque es muy blanquito. Ambos son aparentemente buenos hijos y los tiene metidos en el negocio como unos obreros más para que se curtan. Felícito no es perfecto y dada la frialdad del hogar, tiene una querida, Mabel, a la que ha puesto un pisito, allí acude una vez a la semana para vivir su amor, de lo que haga el resto del tiempo ni sabe ni quiere saber.

Igual que Ismael, Felícito también cuenta con su persona de confianza, aunque esta también se incardina en el terreno de lo espiritual, de lo mágico, Adelaida, una adivinadora que tiene el don de anticipar cosas casi sin desearlo. Felícito ha puesto, qué duda cabe, su problema de las cartas en manos de la policía piurana, pero no parece que los encargados del asunto estén llevando la investigación con el suficiente interés, aunque al final llegarán a deshacer el entuerto.

En la novela vemos cómo ambas tramas van avanzando y tienen su desenlace, mientras tanto Vargas Llosa nos muestra un rico caleidoscopio de personajes muy bien definidos, con su personalidad, con sus virtudes y sus defectos, con sus miedos, con sus sinvivires. Del mismo modo nos enseña su país, Perú, que parece abrirse al mundo con cierta prosperidad, alentado por un clima benigno, por gentes humildes pero trabajadoras y con la convicción de que tiene en el horizonte un gran futuro.

Una novela tierna, entretenida, también divertida sin ser cómica, y que ayudará a pasar muy buenos ratos en brazos de la prosa brillantísima de un Vargas Llosa que es una de las grandes figuras vivas de la literatura mundial, y con los oropeles que ostenta no hay muchas así.

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