"LOS SANTOS INOCENTES", DE MARIO CAMUS

Seguro que si hubiera empezado este blog hace treinta años, de haberse podido empezar, porque hace treinta años Internet era apenas un bebé, Miguel Delibes hubiera copado las entradas de mi etiqueta «Libros». Durante mucho tiempo fue mi escritor favorito, de hecho hoy lo es, pero ya como uno de mis favoritos, tengo otros más. Lo leí todo de él o casi, y las gracias se las debo a haberlo conocido en el instituto donde nos obligaban, por fortuna, a leer su genial novela «El camino», novela que hoy aún sigue siendo una novela de referencia para los estudiantes de enseñanza media.

Pocos autores han reflejado con más fidelidad la España rural, haciendo una oda a lo cotidiano, convirtiendo en protagonista a una comunidad anónima, como es la de la geografía profunda de nuestra piel de toro. Nos acercó, me acercó, a la realidad de una España que veía tan cerca y tan lejos, la de los pueblos y las aldeas, pero también la de la naturaleza, la del terruño, la de la tradición, y todo ello con un lenguaje rico, pedagógico y amable. Lo de pedagógico se queda corto, me invitó a la lectura para siempre, porque era envolvente pero a la vez te pedía que fueras al diccionario, y en sus historias tú mismo parecía que podías formar parte de ellas.

Hace un año, con la muerte de Chicho Ibáñez Serrador, tuve la idea de hacerle mi pequeño homenaje viendo y reseñando aquí una de sus películas que dirigió, menos famosas que su mítico concurso; hace unos días fallecía el actor Juan Diego y TVE tuvo a bien igualmente ensalzar su carrera con la película «Los santos inocentes» (1984) de Mario Camus, en uno de sus papeles más recordados, el señorito Iván.

La empecé a ver el primer viernes tras su muerte porque en TVE2 la echaron por la noche, pero el sueño me pudo, y cuando desperté mi amigo Miguel Ángel Angosto me había facilitado un enlace, así que culminé lo que había iniciado; en una película que ya había visto en alguna ocasión, y que es necesario volver a verla de vez en cuando, así que en el futuro volveré a ella.

Mucho se ha escrito de esta película, yo diría que todo, y no es mi intención en esta entrada advertir nada nuevo, más bien es mi reflexión personal y también una invitación para quien no la haya visto que se tome un hueco en su vida para visionarla porque quedará impresionado.

En esta mi reseña personal tengo que subrayar que la película rompe de algún modo ese mito más o menos infundado de que las novelas pasadas al cine pierden, en esta ocasión Miguel Delibes procuró que esto no ocurriera y, además, se hizo con la inmediatez y la frescura de una novela terminada apenas tres años atrás, en 1981. El novelista estuvo en el rodaje, secundó los guiones, participó en la búsqueda de ambientaciones, en definitiva, al pie del cañón y con el marchamo de ser una película avalada por su padre espiritual, se antojaba toda una lanzadera hacia el éxito.

Se trataba de una novela que no podría haberse escrito durante el franquismo, no en España, y por consiguiente tampoco podría haberse rodado. Es tajante la crítica que se hace a nuestra dictadura singular, hispánica y torera, directa, sin paños calientes.

Mario Camus quiso que la película fuera una obra maestra para una novela que ya lo era de por sí y entre ambas representaciones se ha formado un tándem literatura-cine de los más brillantes de la historia cultural universal, solo nombrar el título te evoca ambas expresiones.

Y su director es evidente que tiene afortunadamente mucha culpa de que fuera así, resulta curioso subrayar que encargó la adaptación del guion a cuatro personas distintas haciendo cada una su parte independiente para luego encajarlas, y además con la anuencia de Delibes, cada cual sacó lo mejor de sí para ir engarzando la joya que conformó.

Luego los actores, sublimes; Juan Diego hace un papel brutal, el señorito extremeño-andaluz, el prototipo del potentado, latifundista, inhumano, cruel, egoísta, insensible, mujeriego, opresor. Pero es que los inocentes de la película, los auténticos, Paco (Alfredo Landa) y Azarías (Paco Rabal), desempeñan los mejores papeles de sus vidas, cualquier estereotipo que tuvieran sobre sus carreras quedó sobrepasado por sus interpretaciones en esta película.

Paco es servil hasta la médula, se cree esclavo, inferior, no digo que le guste, no en toda su extensión, pero es capaz de cualquier cosa por contentar a los que le dan el sustento.

Azarías es el más inocente, un ser noble, natural como la naturaleza misma, un ser feliz a pesar o gracias a su ligera deficiencia mental; es un ser bendecido como «la niña chica» a la que arropa entre sus brazos, como la libre «milana bonita» a la que tanto cariño tiene.

El señorito Iván es el egoísmo del poder, de la tiranía de la clase social, un ser despreciable que trata a sus inferiores como una subespecie, una mezcla de animales y seres humanos.

La película transmite un fiel testimonio de esa España profunda de posguerra, todavía anclada en el feudalismo y la radical división de clases sociales, la de los pobres, los inocentes, que son ricos de espíritu, y la de los ricos, ruines, déspotas y perpetuadores de la pobreza.

Es también la alegoría de una España, la de esos inocentes, que lucha por progresar pese a que sus señores se empeñan en que no avancen y si lo hacen que sea lo mínimo, más de cara a la galería; que sepan escribir sí, pero que estudien no, vaya a ser que al final sepan más que nosotros.

Y por fortuna esa España cambió, aunque fuera por el impulso del desarrollo, por la inevitable tracción de la modernidad, contando que aún la Europa Central y del Norte nos sigue llevando años luz; en poquísimos años, en escasas generaciones, hemos pasado de abuelos analfabetos a nietos universitarios, como en mi caso.

De hecho la historia revela ese horizonte de rebeldía, la de los jóvenes, la de los hijos de Paco, que desean romper con esa tradición de sempiterna sumisión para buscar un mejor futuro, el que proporciona la libertad.

Dentro de diez, veinte o cincuenta años podremos ver esta película, podremos constatar lo que fue la España rural en la dictadura franquista, y proclamaremos que tanto esta producción como la novela que la sustenta son obras maestras de nuestra cultura.

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