HOMOSEXUALES, NUNCA (PERDÓN) MARICONES

Que los tiempos han cambiado es una realidad tan palmaria como vana, han cambiado sí, pero tendríamos que ponerla en el contexto adecuado para que no se quede en un mero aforismo.

Me siento un seguidor fervoroso de Rafa Nadal, de los muchos anónimos que hay y que gracias a Dios para él no vamos a molestar jamás, porque a mí me vale con los buenos ratos que me ha hecho pasar sin necesidad de tener una foto con él. A Rafa Nadal le preguntó un periodista no hace mucho si de pequeño se había imaginado qué quería ser de mayor, o que si se viera de chico se asombraría de lo logrado; y con el aplomo que le caracteriza señaló que nunca pensó en ser mayor y que simplemente fue viviendo el momento, cada una de las etapas de la vida, que es lo que hay que hacer, con naturalidad.

Suscribo lo manifestado por Nadal porque para mí ha sido prácticamente igual, yo viví esas diferentes etapas sin mirar demasiado hacia adelante, tratando de disfrutarlas, sin querer ser más grande de lo que era, ni hacerme pasar ahora por más joven de la edad que tengo.

Cuando eres niño o joven tienes esa locura o desinhibición propia de las mentes en formación, y como niño o como joven eres un poco borrego, hacemos lo que vemos, si alguien decide comprarse una camisa hawaiana al día siguiente tú te compras otra; que toca pelarse al estilo tazón, pues que sea; que se llevan los pantalones de campana se los pido a mi padre… Los jóvenes hacen las cosas sin convicción, muchas por mera inercia de pertenencia a un grupo, sin casi ninguna reflexión.

Escuché a un locutor de radio bastante famoso en un programa de tarde que de joven se metía con los homosexuales o igualmente asistía con naturalidad a determinados momentos en los que algunos de su pandilla se pasaban tres pueblos insultándolos, sin él mover ni un dedo. Y reflexionaba que si hubiera tenido el bagaje actual no habría consentido eso…, eran otros tiempos en el sentido más amplio de la palabra. Primero porque hace apenas tres décadas estábamos notablemente atrasados y segundo porque eran los tiempos en que uno es joven y no es tan fácil tener criterio propio.

Yo también reconozco que formaba parte de esa manada que no veía con buenos ojos a los homosexuales, y básicamente no los llamaba homosexuales, sino directamente maricones. La vida es corta y larga a la vez, pero en todo caso te da tiempo en ese bagaje existencial a poder madurar y sentar tu cabeza, a tener criterio y, por supuesto, a avergonzarse de lo que uno hizo o sintió, aunque lo hecho hecho está y no se puede rectificar.

Uno de los acontecimientos más desagradables que recuerdo en mi vida ocurrió en mi época universitaria granadina; estaba con mi pandilla tomando unas copas en una terraza en la zona de marcha (Pedro Antonio) a horas avanzadas de la madrugada, entonces se acercó un chaval casi vestido y pintado de mujer y nos ofreció unas cuartillas en las que había escrito poemas, pedía a cambio un dinerillo; después de repartirlas a toda la terraza la gente se las devolvía o se las quedaba dándole a cambio la voluntad, en eso que llegaron unos «cabezas rapadas», reconozco que hasta ese momento jamás había visto a uno en mi vida, localizaron al chaval poeta, le tiraron los poemas al suelo, le dieron varios pescozones, lo humillaron, era más violencia psicológica que física, y nadie hizo absolutamente nada, y probablemente estaríamos en el lugar no menos de un centenar de jóvenes. Hoy habría reaccionado.

Fue en Granada donde fui tomando conciencia de que tenía una idea retrógrada de la homosexualidad, probablemente fundamentada en el machismo, en que uno mismo era más macho que un maricón, que era más puro, algo bastante absurdo, porque un homosexual no se mueve en esas prioridades. Lo mismo también había por parte de los jóvenes de la época cierta envidia mal exteriorizada, los amanerados o los que no de manera abierta se sentían homosexuales, acaparaban con su gracejo, con su don de gentes, con esa cercanía hacia el otro sexo, las simpatías de las féminas a las que nosotros queríamos acceder.

Un chico de mi clase de universidad nada amanerado, le confesó a un amigo mío que era homosexual, al principio nos sorprendimos, pero al final reaccionamos de la mejor manera posible, asumiendo que la condición homosexual depende de un acto de libertad de uno mismo y absolutamente nadie puede ni podrá, ni deberá; inmiscuirse en lo más sagrado que tiene una persona, que es ser como uno se siente.

Al poco tiempo de terminar mi carrera, años 90, pude asistir por primera vez a un beso entre dos homosexuales en un bar de copas de Bailén, me sorprendí también, y me alegré, ya era hora. Después ya no presté mayor atención. El principio de la normalidad, el principio para cambiar de opinión es hacer normal lo que es habitual, y los homosexuales comenzaron a mostrarse y a enseñarnos, hacer lo normal que hacen los heterosexuales es dar ejemplo a los que antaño nos creímos los machitos defensores de la más rancia tradición patriarcal.

En este recorrido vital que uno tiene, he conocido a muchos homosexuales y hay de todo como en botica, pero no tiene que ver con la condición propia, tiene que ver con lo que uno es como persona, así que nada diferencia a los homosexuales de los heterosexuales, hay muy buenos y muy malos, y en medio una gama amplísima. Sí que es verdad que me echan para atrás determinadas demostraciones públicas de cierto desenfreno, lujuria, inmoralidad y hasta depravación, que no hacen bien al colectivo en su conjunto, creo, pero es una mera sensación, que cada uno es muy libre de hacer lo que le dé la gana sin faltar al respeto.

Aquel periodista radiofónico al que aludía, manifestaba que a día de hoy él ya era una persona con criterio y ni pensaba como antes, ni reaccionaría como ayer si hubiera tenido el asiento mental de ahora, pero claro, el pasado no lo podemos cambiar, en todo caso, enmendamos algo con nuestros actos presentes y futuros.

La vida me permite asistir de manera apasionante a la evolución de una sociedad que ahora es más libre y más justa; no es perfecta pero en treinta o cincuenta años han cambiado muchas cosas en España, y por fortuna yo formo parte de ese cambio (de opinión). Hoy personas que más o menos cercanas a mí son homosexuales. Por lo demás, no puedo más que expresar mi perdón, perdón, perdón, por haber sido un borrego en el pasado.

Comentarios