¿Y EL MADRID, QUÉ? OTRA VEZ CAMPEÓN DE EUROPA, ¿NO?

Cuando era pequeño era habitual que a los niños se nos preguntara que de qué equipo éramos, hoy pasa casi igual, si mi padre iba conmigo él se adelantaba y respondía «del Madrid y de los que lloran». Y era verdad, era del Madrid, lo soy, y lloraba, ya no. Me recuerdo muy chiquitillo, no más de cinco o seis años que me llevé un berrinche importante porque el Madrid perdió un partido de Liga o de Copa por seis a cero o seis a uno contra el Real Zaragoza, seguro que si buscara por ahí en Internet encontraría exactamente de qué partido se trataba y la fecha.

Además mi padre solía picarme bastante cuando veíamos partidos en la tele, ya fuera el Madrid o la selección española, especialmente cuando jugaba mal y/o perdía, que ocurría muchas veces porque la historia de éxitos de Real Madrid y España tuvo muchísimos años de fracasos. Mi padre sabía que me cabreaba bastante con sus piques y se solazaba en la situación. Recuerdo especialmente el día que España perdió contra Irlanda del Norte en el Mundial 82, directamente consiguió que me fuera a la calle a sufrir mi cabreo en silencio.

Yo creo que en realidad mi padre no solo disfrutaba haciéndome rabiar, sanamente, sino que estoy convencido de que él también se cabreaba a su manera de lo mal que jugábamos y de que no pasáramos nunca de cuartos, y despojaba su malestar sobre mí, sabia estrategia.

El otro día cuando el Real Madrid jugó la final de la Liga de Campeones y comentaron en la previa que podía conseguir su decimocuarta copa pensé que casi nunca me había parado a reflexionar dónde y cómo había vivido las últimas siete copas porque las seis primeras fueron anteriores a mi natalicio. Y siete eran y son muchas, tanto que ya no recordaba que hubiéramos ganado tantísimas y últimamente.

Eso pasa, por fortuna, cuando se ganan tantas tan seguidas, orgullo de aficionado madridista, porque lo soy aunque ya me tomo los partidos con notable tranquilidad y… no lloro, tal vez lo pase regular cuando pierde pero se me pasa rápido. Y sí, recuerdo dónde vi esas siete finales a color y lo que hice después para celebrar.

Aquella tarde en la que conseguimos la decimocuarta, antes del comienzo del choque reflexionaba pausadamente acerca de mi historia personal madridista. Tal era mi pasión de niño, similar imagino a la de cualquier niño de ahora, que tengo un recuerdo agridulce de aquella famosa final perdida de 1981. En la vida de un niño un año es media vida, ahora que uno es mayor un año es un suspiro (es una realidad científica que el tiempo corre más rápido cuanta más edad tienes), y claro, parecía una eternidad que uno que era del Madrid viviera de las rentas, rememorando esas seis copas que jamás vivió. No exentos de razón los antimadridistas también vivieron muchos años recordándonos que esas copas tenían un valor relativo, por aquello de que fueron «en blanco y negro»; como aquel anuncio de Mitsubishi Montero de principios de los 90 en el que un abuelo perdido en la España rural interpelaba al urbanita que se hallaba perdido esta mítica frase con evidente sorna: «¿Y el Madrid, qué? Otra vez campeón de Europa, ¿no?».

Ese año 81, en el mes de mayo, yo fui con mi colegio al santuario de la Virgen de Linarejos; el colegio no era religioso, era laico en realidad, pero todos o la gran mayoría de los niños dábamos Religión y no extrañaba que acudiéramos a alguna iglesia en excursión. Creo que hicimos una ofrenda, el caso es que fue aquella tarde de mayo, un miércoles (antes las finales se jugaban los miércoles), día 27 para ser exactos, nos sentamos en los bancos de la ermita y la monjita que nos daba Religión nos dijo que hiciéramos nuestras peticiones, los niños y niñas hicieron las típicas de «por mis padres y mi familia», «por la paz del mundo», «por los niños hambrientos de África» o «por los enfermos», cuando me llegó el turno a mí, ni corto ni perezoso, dije algo así como «porque el Madrid gane la Copa de Europa», y todos mis compañeros rezaron el padrenuestro y las salves correspondientes y… ya se sabe la historia, no hubo intercesión, no sé lo que pasó.

Me resisto a pensar que en el fútbol hay suerte, son muchos más factores y la suerte uno de ellos. Sí que es evidente que en un deporte donde no se gana a los puntos y donde hay tan poca anotación no es inhabitual que un equipo inferior pueda ganar a uno superior, ese factor se minimiza enormemente en la mayoría de los deportes, especialmente en aquellos que dependen de puntuación o de más frecuencia de anotación.

De algún modo por eso existen las ligas, porque el que gana es sin duda el más regular, las sorpresas no se pagan, o las puedes amortizar a lo largo de la temporada, pero en un torneo como la Liga de Campeones la estrategia es por fuerza distinta, no se arriesga tanto, no hay probaturas y cada partido es decisivo, si la cagas ya no puedes rectificar.

No puedo decir que el Real Madrid haya tenido poca fortuna durante esos treinta larguísimos años que tuvo de sequía en volver a reeditar el máximo entorchado europeo de clubes, pero sí que da mucha rabia pensar cuántos buenos futbolistas merengues se merecieron haber conseguido una Orejona: Juanito, Santillana, Camacho, Del Bosque, Butragueño y su quinta… Sufrí tantas y tantas decepciones, tantos y tantos partidos en los que veías que el Madrid tenía muchas oportunidades, jugaba bien pero no llegaba, cuando no eran los postes, era el portero o éramos nosotros los que fallábamos cuando todo estaba a nuestro favor.

Y desde luego ni en el mejor de los sueños cualquier aficionado madridista se hubiera podido imaginar que después de 1998 el Real Madrid no solo dignificaría su historia sino que la superaría. Y es que desde 1998 ocho finales jugadas y ocho finales ganadas, ¿casualidad? De color.

Aquella final de 1998 fue la mejor que recuerdo, fue el éxtasis, el sueño hecho realidad, el gol de Mijatovic y el inicio, en ese momento inimaginable, de una época gloriosa del club de la capital de España.

No es fácil llegar a ocho finales y ganarlas, por más que se diga que las finales no hay que jugarlas sino que hay que ganarlas. Pues ya digo yo que casualidad no puede ser y aunque en los algo más de veinte años

han cambiado lógicamente los jugadores, la impronta se ha ido transmitiendo de plantilla en plantilla, de generación en generación.

Y por encima de todo es que cuando has ganado tanto en tan poco tiempo el factor presión queda francamente difuminado. El Real Madrid no tiene la presión de la historia, ni la de la final del 81 que se perdió porque mis oraciones no fueron escuchadas, ni la del 98 que por fin rompió el maleficio.

En estos últimos veinte años yo he visto, muy genéricamente, a un Real Madrid sobrado, sabedor de que llega muy lejos aunque no juegue bien, de que hace patatas de partidos y vence, de que tiene espíritu depredador, de que es capaz de levantarse ante las adversidades, de que genera miedo escénico en sus rivales.

No veo los partidos del Madrid, desde que no son en abierto no me preocupo especialmente, el fútbol profesional ha dejado de interesarme y me seducen más los equipos semiprofesionales o de aficionados, amén de mi consabida querencia hacia los deportes minoritarios. No obstante, este año vi alguno (pirateando) y es verdad que ha sido increíble, se ha analizado mucho y yo no voy a aportar mucho más, simplemente que es un equipo atípicamente a contracorriente, mientras la mayoría se crecen a favor de marcador y al contrario, el Real Madrid ha crecido cuando peor lo tenía, y todo eso no ocurría con uno o dos jugadores, sino con todo el equipo.

La final de este año fue, de algún modo, una continuación y un colofón a lo ocurrido en su participación en la Liga de Campeones. Si en cada eliminatoria hubiera habido un resultado a los puntos, por ocasiones, por dominio, el Real Madrid se hubiera quedado a las primeras de cambio, pero siempre consiguió levantar los partidos al límite. En la final también hubiera perdido claramente a los puntos.

Pero ese era su juego y era su estrategia, dar balón, campo, dominio y hasta oportunidades, aunque esto último es sumamente peligroso, es estar en la cuerda floja constantemente; pero el Real Madrid supo esperar su momento en esta final, no hizo nada en la primera parte pero la única que tuvo casi fue gol, de hecho lo fue…, el miedo escénico.

Atrás estaba Courtois, cuando tienes un gran equipo el portero tiene que ser superlativo, hay porteros buenos, muy buenos y excepcionales, Courtois es de los últimos y no hay muchos, no más de cinco en el mundo en la actualidad. Courtois gana partidos claramente, tiene colocación, reflejos, falla muy poco y esa energía de salvador se irradia al equipo.

Y bueno, en la segunda parte el Real Madrid ejerció como el cocodrilo que dormita todo el día al que su presa le está molestando picándole por aquí y por allá, y en cuanto tuvo una la aprovechó. El Real Madrid se ha ido especializando en los últimos años, casi como una filosofía de equipo, en ser uno de los mejores equipos al contraataque del mundo.

Benzema es un jugador veterano que sin duda está en lo mejor de su carrera, él es el líder y el que genera más pánico en las áreas, simplemente su presencia provoca angustia en las defensas, en el gol anulado se vio, aunque no intervino en el gol y no fue decisivo en el triunfo, él es uno de esos jugadores que genera intangibles, no es lo que hace sino la atención que las defensas le tienen que dedicar y que otorga espacios a sus compañeros.

Valverde es el estandarte del contraataque, un jugador que es una colección de respiradores artificiales, un pulmón y el que dio el pase a Vinicius. Un Vinicius que ha pasado de ser el chupóptero de recreo de colegio a un jugador más asociativo y que aunque ya falla menos en los regates y en los remates, sabe que es más jugador cuanto más mira a sus compañeros. El gol, por cierto, es una maravilla de jugada trenzada desde la defensa, no nos quedemos en el pase final y la transformación, el Madrid sabe a lo que juega.

Y el resto ya se sabe, el Real Madrid después de marcar enfrió el partido al más puro estilo de los equipos italianos de los 80 y 90, el catenaccio.

Ya no celebro ni las finales, no salgo a la calle, no es por la edad, es porque ya es, afortunadamente, una más, pero no por eso menos importante. Con mi padre viví aquella del 98, la única que viví con él, seguro que se alegraría de verme feliz, y seguro que de estar junto a mí en sus plenas facultades este año me habría soliviantado bastante.

Lo que le queda al Real Madrid y la Liga de Campeones es una final inédita contra el Barcelona, al tiempo.

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