"EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN", DE ALFONSO SALAZAR

Tengo esa querencia, seguro que ya lo he referido en esta bitácora, a pararme en cualquier librería y ver los títulos expuestos que suelen ser las novedades del panorama literario, pero también en esos clásicos tenderetes de feria donde te ofrecen libros que no son novedades y a un precio que deja en mal lugar a los que los escribieron y/o editaron.

Y me da cierta pena, en este sentido, que al final lleguen a estos tenderetes de paseo marítimo una inmensa congregación de saber que por una circunstancia u otra no ha tenido la salida adecuada. Como además en los últimos años lo de editar un libro está a la mano de cualquiera, casi uno da rienda suelta a su capricho personal y saca su tirada correspondiente aunque luego tenga que ir mendigando su adquisición entre amigos y conocidos, en los pueblos se da mucho. Por eso yo no edito un libro (tengo material para ello), porque no me creo tan importante y porque no quiero que mi libro acabe dentro de veinte años en un baratillo, adquirido por el vendedor prácticamente al peso (de papel).

A todo esto, como igual que asumo esta triste historia de libros olvidados o no debidamente exitosos, a veces las razones no son la calidad de la obra sino simplemente una difusión por parte de editoriales que tienen empuje mediático, siento mucha ternura y melancolía cuando me acerco a estos puestos, casi obligado a comprar algo, a recompensar a cualquier autor que deseó tener un mejor fin para sus libros que un tenderete playero de libros.

Me suelo tomar un rato en estas circunstancias para elegir mi presa, y esta vez fue más rápido, me llamó la atención rápidamente el título de este libro, «El detective del Zaidín», el Zaidín es un barrio popular y populoso de Granada, donde no es que yo haya tenido muchas correrías, pero algo lo he pisado, de hecho, es casi como una ciudad propia dentro de Granada.

No solo me llamó la atención el título, sino que el autor, Alfonso Salazar, rezaba en su biografía que había nacido cuando yo y que había estudiado Derecho en Granada, así que pensé que debía haberlo conocido y sinceramente me sonaba su cara, poco más. Además, al final de la lectura, descubrí que las labores de corrección de la novela las había asumido Mariano Maresca, a la sazón profesor mío de Filosofía del Derecho, y entiendo que de este escritor también.

Así que muchas evocaciones, amén de las motivaciones propias de buscar lectura ligera para esos tiempos muertos de unas vacaciones costeras, postpandémicas y necesarias; lectura para tiempos muertos, para disipar atisbos de aburrimiento, para no perder el hilo de lo que uno es.

Salazar nos propone una novela negra con tintes humorísticos, para ello se hace valer de unos personajes irreales e inventados que podrían ser auténticos en función de la superposición de caracteres humanos un tanto extremos.

Matías Verdón es el protagonista de la historia puesto que es ese detective con sede en el Zaidín, un detective venido a menos, o quizá nunca llegó a serlo, pero ahí está, llevando una vida un tanto perra después de haber dejado un negocio de fontanería que quebró. Es el prototipo de un perdedor, divorciado y cincuentón, bebedor y con tripa, vida no muy equilibrada y negocio poco próspero.

Su fiel amigo Desastres no le va a la zaga, conjuga casi los mismos males que su compañero, aunque al menos defiende un puesto de cartero.

Cuando Desastres se entera que un tío suyo se ha suicidado en el psiquiátrico, encomienda a su amigo las pesquisas para averiguar si hay algo más. Y sí que hay algo más, porque el anodino suicidio del tío de Desastres es la base para un asesinato que se ha cometido al poco en el mismo centro, la psiquiatra de la institución, y además en circunstancias extrañísimas, porque el guarda jurado del centro asegura que la vio salir con certeza con posterioridad a la hora de la muerte oficial.

De algún modo ahí empieza la racha de buena suerte de Verdón, que recibe el encargo de un profesor universitario que es, a su vez, padre del director del psiquiátrico, este último novio de la asesinada; el objeto es averiguar quién ha matado a su futura nuera y qué misterio se esconde en esa extraña salida de la chica de las instalaciones cuando oficialmente ya estaba muerta.

Las rápidas averiguaciones de Verdón lo llevan a investigar a Sevilla, en las vísperas de la inauguración de la Expo 92, que es en aquella época donde se sucede la acción, tras los pasos de los orígenes familiares de la psiquiatra, lo que generará situaciones un tanto esperpénticas para el dúo Verdón-Desastres.

El no muy hábil Verdón jugará con viento a favor dado que el encargado de la investigación en Granada es más «manta» que él, Domínguez, un funcionario policial también sacado de quicio por el autor y que hace bueno al detective protagonista.

En esa investigación plena de peripecias por tierras hispalenses, Verdón se revelará algo más hábil de lo que inicialmente se nos presenta, puede que también servido por esa ola buena de ir por delante de la policía y poder trabajar con métodos extraoficiales, o simplemente porque no es tan tonto y tiene ciertas habilidades para la profesión.

Al final el desenlace nos revela todo y se configura un relato redondo, fácil de entender y que, de vez en vez, es tachonado por Salazar con todo tipo de anécdotas y circunstancias histriónicas que hacen el libro bastante ameno y gracioso en ciertos momentos.

Una novela que ha cumplido varios objetivos, los consabidos de ocupar el tiempo, de recrear lugares y sensaciones de mi siempre querida Granada, y a posteriori, me place haber conocido a un escritor, a día de hoy es gestor cultural, que en 2009 construyó esta creación y que tiene más calidad que la desembocadura en el consabido tenderete ferial.

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