LA FALTA DE GRACIA LLEVADA AL EXTREMO, LOS QUE COPIAN CHISTES EN REDES SOCIALES

Es probable que lo haya comentado alguna vez en esta bitácora, que anhelo reírme a carcajadas y es algo que consigo muy rara vez. Sonrío o río, es verdad, con algún chiste, algo gracioso, algún golpe de ingenio, pero la carcajada…, la carcajada se me resiste muy a mi pesar.

Y es que abstrayendo un poco todo esto, siempre se ha comentado que es más difícil hacer reír que llorar y que los humoristas tienen un difícil trabajo para provocar la risa, sonrisa o carcajada de los que tienen enfrente. No debe ser casualidad, por otra parte, que las noticias malas superan siempre a las buenas, no hay más que ver los telediarios, y tal vez estamos instalados en una sociedad pesimista donde es muy fácil encontrar noticias negativas que positivas, y hacernos reír se convierte cada día en una rareza.

Desde luego que, tal vez por mi carácter, suelo ser duro para acoger con agrado todo tipo de humor, básicamente soy bastante clasista, y aunque tengo mis favoritos, a la mayor parte del humor que se ofrece hoy por hoy en cualquier medio de comunicación o plataforma le otorgo un suspenso o un aprobado por los pelos.

Y sí, puede que con el tiempo me haya vuelto más quisquilloso, pero igual que admiro el humor de esos mis favoritos, que se basa fundamentalmente en lo original y en lo inteligente, detesto cada vez más el humor copiado, impostado, forzado y falto de naturalidad.

Hoy por hoy tal vez mi humorista favorito sea José Mota, creo que a la vis cómica que propiamente tiene se une la evolución y originalidad que le ha ido proporcionando a sus espacios con el tiempo. No se ha estancado y ha seguido explorando en el mundo del humor donde parece difícil que se pueda seguir innovando y él, sin embargo, lo sigue haciendo, entiendo que también con un buen equipo de guionistas con el que cuenta.

Algunos otros humoristas podría citar, no muchos, a los que valoro enormemente, por posicionarse en esa senda de originalidad e ingenio, y porque de una manera egoísta forman parte de ese grupo selecto que conforman mi acerbo espiritual. Tan gran estima tengo de ellos como escasa hacia el inmenso grupo de humoristas malos, forzados, copiones, faltos de originalidad y ausentes de gracejo. Y en medio de todo ello hay una plétora de humoristas que ni fu ni fa, que me seducen a ratos y otras me aburren.

Pero sobre todo tengo mis notables reticencias con los malos, con los sosos, con los que copian. Hay sobre todo últimamente una legión de personas anónimas (o no), amparadas en las redes sociales y plataformas varias, a las que se les permite que introduzcan con el audio de un humorista, contando un chiste por ejemplo, su propia imagen, haciendo un vídeo con una voz que obviamente no es suya y que como resultado es un bodrio, que si el chiste es bueno no lo mejoran, es más lo estropean, y si es malo la resolución es vomitiva.

Mira que es difícil, como digo, hacer reír o sonreír, hay que ser auténticos profesionales, y encima para que ahora todo ese ejército de los que se creen graciosillos se apunte al negocio de hacer gracia con tan patéticos vídeos, con chistes que no son suyos y que muchas veces encima son malos, los chistes.

La cuestión no es bidireccional porque TikTok o Facebook proclaman el acto unilateral y la retroalimentación no tiene que ser necesariamente la adecuada. Y me explico, estos neojornaleros mediocres de la risa viven del «me gusta» o del corazoncito de turno, y como la mediocridad es un mal congénito de nuestra sociedad, encuentran mucho acérrimo, porque al que como yo, no le gusta, tiene la suficiente dignidad, incluso llámese educación, para no pulsar un «no me gusta», que no sé si realmente existe.

No solo esa mediocridad ha encontrado pábulo en las redes sociales, donde cobra más fuerza si cabe aquel aforismo de que «la ignorancia es muy atrevida», sino que las mismas han elevado a la máxima expresión el hacer el ridículo, porque la gente es capaz de hacer el ridículo en su propia casa, con vídeos y bailes chabacanos, algunos fronterizos con el mal gusto, con esa impropia sensación de privacidad, cuando luego son incapaces de llevar a cabo tales acciones en público.

Reconozco que con el confinamiento y posteriores meses de vuelta incierta y paulatina a la normalidad anormal consumí contenido de este tipo para evadirme de un presente tambaleante, y como yo mucha gente, y asistí al ridículo de mucha gente; gente que gracias a cuatro «me gusta» se han venido arriba y continúan esa senda de mediocridad, chabacanería y ausencia de gracia.

Que sí, que puede que con el tiempo me haya vuelto un poco abuelo Cebolleta pero también expreso esta opinión como una manera de ensalzar a los que realmente se lo curran para generar nuevos modos de hacernos reír, los humoristas auténticos y originales que tal vez no están suficientemente reconocidos.

Ah y también es conveniente recordar que todas estas redes sociales son gratuitas porque el negocio somos nosotros mismos y la ingente cantidad de información que les proporcionamos de nuestras vidas, y a lo mejor a los mediocres es más fácil pillarles o engañarles.

Y bueno, que conste que no todo el gaditano que cuentas chistes es gracioso, sobre todo si el chiste es malo, y un jiennense puede ser más gracioso incluso contando un buen chiste, que también es hora ya de ir echando abajo etiquetas.

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