"VODKA LEMON", DE HINER SALEEM

Me desperté en 2023 con película de temática armenia, lo cual ya va siendo habitual en los últimos años en mí; esta vez no busqué producciones relacionadas con la diáspora armenia de principios del siglo XX, teniendo en cuenta que creo que ya había recogido en este blog y, por consiguiente, visionado, las películas más importantes que reseñan este trágico acontecimiento histórico, tampoco he indagado más por el momento.

De tal manera que para no abandonar la estela me dije que por qué no ver algo directamente armenio y actual y, no necesariamente histórico. Así que me valí de la herramienta renombrada en este blog como es la web de filmaffinity y exactamente busqué la película mejor puntuada de dicha procedencia; no necesariamente tiene que ser la mejor, esta herramienta no es científica, es más, diría que es populista, pero me vale para el propósito y la tradición.

La película que surgió fue esta «Vodka Lemon» de 2003, dirigida por Hiner Saleem. Aunque originaria de armenia, digamos que es su sello nacional, la postproducción se hizo en Francia, la gran patria acogedora de los armenios emigrados en Europa y casi en el mundo; no obstante, está grabada enteramente en Armenia y por el contexto de la película es que no podría ser de otro modo para darle autenticidad a lo que se cuenta.

Saltando varias décadas tras la célebre diáspora, a principios del siglo XXI Armenia es ya un país independiente tras el desmembramiento de la Unión Soviética sucedido unos años antes; en una pequeña aldea recóndita de una zona rural rodeada de montañas heladas viven sus vecinos con notable humildad, pulsando a cada momento el valor de su existencia con escenas cotidianas que se convierten en una especie de poesía macabra.

Hamo (Romen Avinian) es un oficial retirado del ejército ruso que ha perdido recientemente a su mujer, todos los días coge un autobús que recorre unos cuantos kilómetros de carreteras heladas para estar un rato junto a la tumba de su mujer en un cementerio en medio de la nada más absoluta. Ese mismo trayecto lo hace una viuda, Nina (Lala Sarkissian) que igualmente recuerda cada día a su marido fallecido.

En esta aldea sometida por los rigores de un invierno crudísimo, sus vecinos se resisten a encerrarse en sus casas y toman el aire o el sol, como lo hacemos nosotros en el sur de Europa o España, con sillas que se encajan en montículos de nieve, allí ven pasar el tiempo, comentan sus pesares y sus anhelos.

Ya nada es como antes y los habitantes de este pueblo se lamentan de que la independencia les ha hecho más pobres. La madre patria anterior «subvencionaba» sus vidas, ahora la pensión de Hamo le da para malvivir, esperanzado en que uno de sus hijos que ha emigrado a Francia le mande un dinero que nunca llega, mientras tanto tendrá que vender con más pena que gloria, porque no sabe regatear, en el pueblo más cercano, los recuerdos de una vida anterior, un armario, una televisión o su traje de militar ruso.

Nina no le andará a la zaga pues el sueldo de dependiente de una taberna en medio de un desierto de nieve y rodeada de soledad no le es suficiente. En esa taberna fuera de lugar, quizá cruce de caminos, apenas vende unas botellas de «vodka lemon», que es una especie de oda al absurdo, mientras que su jefe la trata con desprecio y definitivamente la despedirá, cerrando un negocio que a todas luces no funciona. Nina casi no tiene con qué pagar al autobusero que la lleva cada día al cementerio y subsiste a duras penas porque su hija toca el piano en un bar (y es prostituta a ratos), pero el bueno de Hamo es honrado antes que pobre y pagará las deudas de ella.

La película se nos presenta como una especie de comedia, comedia negra si se quiere y, al fin y al cabo, es un drama. La desesperanza de la gente del medio rural, anclada en tradiciones, malviviendo del pastoreo o del subvencionismo, o del dinero que sus seres queridos le pueden mandar del exterior; unos venden su mobiliario, otros venden su cuerpo y si hace falta se venden hijos para el casamiento a cambio de un trabajo o directamente de dinero.

El surrealismo recorre de extremo a extremo la película, una ambientación sobrecogedora, tan heladora como lo que vemos en cada escena y que apenas da resuello salvo esas dosis de humor negro o unos sorbos de alcohol que nunca viene mal.

Empieza con una cama deslizándose por un camino helado y termina con un piano moviéndose solo por una carretera. Pero también la nieve se convierte en contrapunto, donde hace frío es dentro de las casas y parece haber buen ambiente en el exterior, el fresco es el calor porque ahí entre montañas y no en los hogares es donde se resuelve la vida. También disparos que no hieren, también ovejas que pastan sobre la nada, y para remate un tipo que cabalga en un caballo hacia ningún sitio.

¿Y el vodka lemon? Pues el vodka lemon es la ironía de todo este teatro de lo surreal, allí. «donde el Señor perdió el mechero, alguien es capaz de tomarse esta bebida, que es muy rusa, pero que es un guiño hacia lo caribeño, es esperanza y es desolación a la par.

Hiner Saleem construye un caleidoscopio donde los personajes son inocentes testigos de un devenir pesaroso y, al mismo tiempo, son felices de vivir en la incomodidad constante. Una historia donde a veces el valor de la tradición, del terruño, es más importante casi que la vida.

Comentarios