LA CAROLINA, JOYA DEL URBANISMO VIARIO Y EMBLEMA DE LAS NUEVAS POBLACIONES

Hoy hago reseña de esta localidad que, por más cercana que es para mí y para los de mi zona, supuso un punto de inflexión en mi vida. Tuve que ir hace unos años, no muchos, a llevar a cabo una actuación legal y vital que marcaría un antes y un después en mi devenir. Realmente era una cuestión mundana, no nos engañemos, pero con mucho calado espiritual para mí, apenas cinco personas sabían lo que iba a hacer, cuando terminé, ya absolutamente anónimo, un día cualquiera, me dediqué a pasear por La Carolina, a visitarla.

He ido varias veces en mi vida a La Carolina, de pequeño recuerdo haber visitado el Carnaval con mis padres, una fiesta esta poco arraigada en la provincia de Jaén (o menos que en otras para que no se enfade nadie) y que en esta ciudad siempre tuvo cierta relevancia; después de joven y adulto también estuve, aunque la mayoría de veces de paso. Así que era realmente la primera vez que daba un paseo por allí de forma pausada, madura y crítica, como suelo hacerlo cada vez que visito algún sitio.

Aunque ya sabía que La Carolina viene vinculada a las Nuevas Poblaciones de Carlos III, y ahora desarrollaré un poco, me di cuenta de que es una localidad que tiene un diseño urbanístico moderno aunque se fundara hace dos siglos y medio, porque básicamente se valió de un plan, un diseño, una organización, un reparto de parcelas con un criterio geométrico, que es el más racional que existe.

Reconozco que es muy bonito y hasta poético pasear por localidades antiguas donde las calles dan vueltas y revueltas, curvas imposibles, callejones estrechos que separan una avenida inmensa de una calle minúscula…, un lío maravilloso, pero un lío al fin y al cabo en el que te pierdes y hasta con plano te cuesta ubicarte.

Claro que si todo es cuadriculado, al más puro estilo de los romanos cardo y decumano, que obviamente no es una idea moderna ni mucho menos, todo parece más previsible, por así decirlo. Si yo fuera un arquitecto urbanista diría que el diseño geométrico de una ciudad es lo lógico, si en una casa todo es cuadrado, y esto sí son la mayoría, por qué no hacer las ciudades del mismo modo. Es evidente que si nuestras ciudades no son cuadrantes perfectos es porque hay una historia larguísima detrás de propiedades, herencias, divisiones y subdivisiones, de tal manera que uno se hacía una casa en el espacio que tenía y este podía ser y es cualquier cosa menos una figura geométrica perfecta, así hay casas de cien mil formas en el plano, estrecha de fachada y ancha en el fondo, u otras curiosas que tienen habitaciones que se meten como un quiste en la casa de otro.

La Carolina es esa ciudad donde no te vas a perder, basta con que tengas un poco de orientación, todo es cuadriculado. Y a mí eso me da paz, me dio paz aquel día, si necesitas orden en tu vida, y si tienes que elegir un paseo, un paseo por el campo quizá sea lo recomendable, pero si no puedes salir de tu ciudad, lo mejor es hacerlo, así lo entiendo yo, en un entorno donde las calles sean amplias, las aceras generosas y el arbolado esté ubicado de manera proporcional, equilibrio en las formas para conseguir el equilibrio de tu mente.

Así es La Carolina, calles amplias, todo geométrico, ves el fondo de las mismas, si tuerces a la derecha en la primera bocacalle y lo haces cuatro veces exactamente volverás al mismo sitio, con lo que puedes caminar y asomándote en medio de un cruce verás dónde estás, nunca estarás perdido.

Las Nuevas Poblaciones fueron una estrategia de repoblación humana que se generaron en algunos territorios españoles con el reinado de Carlos III, en esta zona de Sierra Morena fue allá por mediados del siglo XVIII. Se pretendía repoblar esas zonas que, en el caso de la que nos ocupa, habían quedado abandonadas por diferentes epidemias a lo largo de la Edad Media. El fin era ocupar terrenos, concediéndolos a los nuevos colonos para su explotación agrícola y ganadera. Lo curioso es que en esta zona los colonos fueron fundamentalmente de Centroeuropa: Alemania y Suiza la mayoría y, en menor medida, Francia, Italia o Bélgica.

Esa es una curiosidad que no ha abandonado La Carolina como capital de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y la más poblada hoy, que existe un porcentaje de población que son descendientes de aquellos colonos originarios, y apellidos alemanes y suizos siguen sonando por sus calles, algunos tal cual llegaron y otros españolizados o acortados porque ya se sabe que los apellidos alemanes suelen ser largos: Teclemayer, Ahufinger, Avi, Neff, Witt, Yégler… Pero no sólo eso, sino que, en algunos casos, esas familias de colonos no han sufrido demasiadas aportaciones de sangre «no colona», por lo que puedes pasear por La Carolina, o por alguno de estos pueblos del norte de Jaén, y ver rostros de alemanes con cabellos rubios hablando andaluz norteño, ese andaluz que ya tiene toques castellano-manchegos.

Cabe reflexionar acerca de esa colonización pretérita de centroeuropeos, porque hace dos siglos y medio no parece que las diferencias económicas entre países fueran tan acusadas como hoy, y en un mundo occidental muy rural y primario, sacar a gente de su entorno y trasladarlo a otro suponía un incentivo e incluso una necesidad, y además, localizar a familias en el sur de España también podría ser un atractivo desde el punto de vista de la calidad de vida, porque antes y ahora es consabido la gran cantidad de horas de sol que tenemos al año.

Además en esta zona del norte de la provincia de Jaén, aparte de esa concesión de tierras y las posibles explotaciones agropecuarias, esas gentes se encontraron con unas tierras que eran ricas en minerales y eso también provocó en torno al siglo XIX y principios del XX una segunda inmigración de extranjeros con destino a ese nuevo maná que venía del vientre de nuestras tierras.

Y precisamente toda esa conjunción se refleja en la fisonomía de La Carolina, no sólo que en un paseo por sus calles uno puede verse momentáneamente transportado a una ciudad centroeuropea, de hecho, algunas casas de aspecto levemente palaciego, son de un estilo ajeno a estos lares (lástima por cierto que en la peatonal calle Jardines existan algunas de ellas en un estado ruinoso), sino que rezuma ese legado minero en detalles levemente perceptibles.

Como ciudad fundada casi desde cero en 1767, los monumentos que los hay son relativamente recientes en el tiempo y, por ello, son de una factura muy cuidada y no han sufrido los avatares del tiempo ni de las guerras que son casi peores para nuestro patrimonio.

La Carolina funcionó como una especie de frontera, de aduana, y como ciudad nuclear en las Nuevas Poblaciones fue la vertebradora de todo el movimiento colonizador, apareciendo como figura clave en el desarrollo de este plan el Superintendente Pablo de Olavide que lo fue de estas Nuevas Poblaciones, y que durante temporadas estableció allí su residencia, habiéndose construido un palacio a tal efecto y de muy bella factura.

El propio Olavide fue el que impulsó el desarrollo urbanístico y las construcciones monumentales que salpican con sobriedad diferentes espacios carolinenses.

Aunque he comentado que la ciudad se fundó en el siglo XVIII, parece ser que antes si vivía gente, aunque por las epidemias referidas estaba o abandonada o escasamente poblada, ya que la iglesia principal, la de la Inmaculada Concepción, agradecidamente nombrada iglesia colonial, es un monumento que también evoca esos templos que nuestros conquistadores impulsaron en América.

También se pueden admirar una sucesión de torres, cada una de ellas de diferente época y uso original, pero que son solemnes, las de la Aduana, de la Munición o las de la Fundación.

El edificio del ayuntamiento y destinado también a otros servicios fue una antigua cárcel, de importantes dimensiones, hecha con piedra de asperón, es centro neurálgico del pueblo.

No querría olvidarme de la calle Madrid, también como eje de la ciudad, vía tradicionalmente comercial y que es el más claro ejemplo del urbanismo carolinense, donde lo paralelo y lo perpendicular se suceden. La pastelería Los Alpes es un icono en la ciudad, no sólo por la tradición del negocio, fundado en 1924, sino porque verdaderamente sus productos están para chuparse los dedos, todo un lujo; aparte el nombre del sitio evoca probablemente a sus fundadores que muy bien pudieron haber tenido ascendientes que vinieron de tierras alpinas.

Tal vez observo que La Carolina y, por ende, las Nuevas Poblaciones no están suficientemente explotadas desde el punto de vista turístico, por su urbanismo, por su historia, por sus detalles curiosos, por su legado minero, por su naturaleza serrana y por esa gastronomía de unas tierras que viven en las faldas del monte, de esa Sierra Morena tan bella y tan poco conocida. Ah, y se puede ir al cine, se ve de maravilla y se está muy a gusto.

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