OLIVE KITTERIDGE, LA REFLEXIVA HISTORIA DE UNA MUJER TÓXICA

Olive Kitteridge es despreciable, desagradable, una bestia, y no es una opinión, la propia Olive lo expresa en primera persona de sí misma. Pero es más, los personajes de esta serie de televisión definen a esta persona como maleducada, miserable, tacaña, ruin… Y yo añadiría que Olive Kitteridge es una mujer inmadura, infantil, problemática, que insulta, que eructa en público, que encima pega a niños o es infiel a su marido, en definitiva, el prototipo de persona tóxica.

Esta serie basada en el libro de la escritora estadounidense Elizabeth Strout que le valió en 2009 el premio Pulitzer, indaga en la vida de una mujer de provincias absolutamente misántropa y asocial, o lo que hoy se llama más modernamente como sociópata.

Olive Kitteridge es profesora en un centro de enseñanza media en una pequeña localidad rural del estado de Maine, es una mujer estricta hasta la saciedad y desagradable en el trato hacia los demás, vive con su marido Henry que regenta una farmacia y que es un cielo de persona, generoso, bueno y cariñoso. Tienen un hijo, con los problemas propios de un adolescente, muy normal, pero que vive lastrado por la difícil relación con cada uno de sus progenitores y un equilibrio desigual, que extienden en él su propia personalidad, el mal carácter de su madre y la bondad de su padre.

El gran hilo conductor de la serie es obviamente Olive, encarnada por una soberbia Frances McDormand (célebre por la película Fargo). Cuando ves su historia, a medida que la protagonista se va haciendo mayor, estás expectante porque en algún momento pueda rehabilitarse, mostrarse más humana, pero no es el caso. He leído críticas por ahí relativas a que Olive no es en el fondo mala persona o que su fondo es bueno aunque sus formas no, yo ni siquiera lo creo, y no pasa nada, porque no juzgamos a la actriz, juzgamos al personaje, y el personaje es de lo peor.

La raíz del problema de Olive no es que pueda ser tóxica para la sociedad, porque que eructe en público o que sea desagradable con la gente de forma puntual, pero que haga la vida imposible a su familia es lo inaceptable.

La historia está genialmente construida alrededor de su familia, un hombre bueno y una mujer mala, el ángel y el diablo, y el hijo en medio. No es raro ver en la vida normal este tipo de situaciones, este tipo de parejas, parece que en un extraño equilibrio a veces nos encontramos con una persona muy problemática y su marido o su mujer es su contrapunto, su apaciguador o su némesis, como dicen que los extremos se encuentran el matrimonio Kitteridge es el más puro ejemplo.

Henry Kitteridge es un santo varón y aguanta hasta el límite, porque la quiere, la ama incluso con esa forma de ser o por esa forma de ser, porque dentro de su bondad se erige en el salvador de su mujer, es la cruz que le ha tocado llevar con resignación, porque tal vez sabe que sin él sería un alma perdida, porque sin él Olive sería un ser mucho más angustiado de lo que ya lo es. Y sí, Henry incluso es capaz de aguantar, de soportar, que pese a su bonhomía y a que ama/protege a su esposa, ella cometa una la infame infidelidad, transigiendo.

Como no puede ser de otro modo, el hijo del matrimonio, ya adulto, aunque quiere a su madre, ha crecido alienado por ella, tratado desde la indiferencia, el ninguneo y un sentimiento de inferioridad, probablemente es sobre él sobre quien más traslada su toxicidad, contando con que Olive pegara a su hijo de pequeño, algo que le reprocha ya de mayor.

La vida de Olive y la del pueblo en el que vive se ve pasar a través de una especie de piano-bar, donde se come, se bebe y se socializa, mientras una cantante repasa la historia de la música norteamericana contemporánea. En ese lugar Olive Kitteridge personaliza su fobia a la sociedad, amén de sus consabidos eructos, es aficionada a empezar a comer cuando el resto de comensales aún no tienen el plato servido. Ahí expresa esa afición a decir lo primero que piensa, que aunque en ocasiones pueda ser verdad, en esos sitios y con los amigos que te acompañan eso no se puede decir, y algunos de esos pensamientos en voz alta rozan el insulto.

Y sí, pese al carácter de la protagonista, o gracias a él, la serie tiene un aroma a comedia, porque Olive es única, cada vez que se presenta algo nuevo tú te imaginas cómo puede reaccionar, y como es «la monda», pues eso provoca la hilaridad del televidente, porque es cabezona, retorcida, absurda…

Y también es infantil o inmadura, o ambas cosas a la vez, en uno de los capítulos Olive va a visitar a su hijo que vive con una chica divorciada, esta tiene dos niños pequeños, la familia decide ir a una heladería y el niño de unos cinco o seis años, que como niño protesta porque su helado no le gusta (lo tiene casi acabado) y quiere el de la abuela (no es su abuela) Olive, que tiene la tarrina casi llena, esta es fulminada con la mirada por su hijo y su pareja, y a regañadientes, como una niña, se rebaja a cambiar su helado. Y, por cierto, en esa visita relámpago, preñada de surrealismo, Olive da un bofetón al referido niño del helado.

La serie tiene cuatro episodios de una hora de duración aproximadamente, y en cada uno de ellos Olive pasa por una etapa distinta de su vida, desde la madurez a la decadencia; sobre la mitad de la historia Henry sufre un ictus y perderá el habla, la movilidad y probablemente la conciencia; en esa situación se revelarán ciertas características acusadas de su personalidad, para empezar el particular cariño hacia su marido, en esa situación tan delicada, muy movida por la compasión y por la culpa, y sobre todo que ahí es donde Olive se siente superior, porque controla toda la situación, porque ella está en su zona de confort cuando el que está al otro lado no tiene capacidad de contrarrestarla, por eso está cómoda cuidando a su marido, como quiere a los animales porque los domina o como ama las flores porque ella las domestica.

Las diferentes etapas vitales de esta mujer, muy serias, profundas, también muy tristes, se salpican con esos detalles cómicos que a veces suavizan el fondo del relato, como que Olive no quiera móviles, como que Olive se enfrente a guardias de seguridad porque no quiere quitarse los zapatos en un control de accesos, como que Olive confeccione sus patrones para hacer unos vestidos horribles, como que…

Olive Kitteridge sufre, y sufre mucho, y más cuando su mayor valedor, su marido, muere; de momento su mundo se viene abajo, porque además su hijo no perdona el maltrato psicológico de su madre, así que sus pilares son exiguos, sus flores y su perro, que espera que se muera de viejo, para pegarse ella misma un tiro y abandonar este mundo.

Y yo creo que ese es el gran mensaje de la serie y de este personaje, las personas tóxicas, que destilan el mal y encenagan todo lo que tocan, que no quieren a nadie, sobre todo a quien no quieren es a sí mismas, y salvo que sean seres desequilibrados, en algunos momentos de la vida, pocos o muchos, esas personas sufren severamente, porque toman conciencia de lo que son y de que no pueden hacer nada para evitarlo porque el personaje que se han creado se ha comido cualquier atisbo de humanidad que pudieran tener. Olive sufre mucho y casi no toma conciencia de lo que es hasta el final.

La serie es toda una introspección en una personalidad humana muy característica y la actriz Frances McDormand lo borda, y para mí consigue lo mejor, que sea despreciable desde el principio hasta el final, por más que siempre estemos atentos a algún gesto de bondad, que sea una especie de antihéroe, tal que incluso así tiene ese atractivo de las personas raras.

El producto vio la luz en 2014 por HBO, dirigido por Lisa Cholodenko, y entre sus productores se encuentran Tom Hanks y la propia Frances McDormand, así que como decía aquel, no es cosa menor.

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