SOLOMON KEAL, O RENDIRSE A LA MÚSICA POR SU BELLEZA

Hace años que me rebelé contra la música comercial, mis reseñas musicales en este blog son un claro ejemplo de ello. No la desdeño, no la odio, simplemente me gusta tener criterio y valorar lo que está bien hecho, o no, aunque esté hiperpromocionado, aparte de escuchar lo que no se encuentra por ahí y es maravilloso, eso que nadie escucha, y nadie es básicamente una nimia minoría.

Me da tanta pena del músico perdido que también recuerdo que hay una especie de aplicación, y hablé de ella en este blog, llamada Forgotify, que estuvo por un tiempo apagada y ahora funciona, que te permite buscar música alojada en Spotify y que han escuchado muy pocas personas, muchas veces poco más de mil escuchas, a veces unos centenares, y no necesariamente es mala, a veces es rara. Una experiencia recomendabilísima. Desde luego iniciar un blog con esta música rara rarísima estaría abocado al fracaso (mi blog de por sí ya es decadente), pero quedaría inmediatamente suscrito al friquismo más absoluto.

No sé si se habrán dado cuenta pero cuando alguien está en la cúspide de la música únicamente debe mantener el rumbo para mantener su estatus, puede que llegar arriba no haya sido fácil, a veces un golpe de suerte, otras un buen padrino y tantas y tantas variables que se suceden. Lo cierto es que un Alejandro Sanz, una Rosalía, una Shakira, un David Bisbal, lo único que tienen que hacer es sacar disco, desplegar velas y esperar a que sople el vientecillo suave de la difusión gratuita.

A Solomon Keal, el compositor del que hablo hoy, no lo conoce nadie, pero todo el mundo conoce a esos cuatro músicos que he apuntado. Rosalía saca un disco y no hace falta que ponga un cartel en una parada de autobús, porque los telediarios ya se encargan de promocionar su disco, en ese espacio al final del noticiero que se dedica a cultura y variedades. ¿No sería más edificante, en vez de abonar al poderoso, apoyar a talentos poco conocidos? Porque también tienen derecho, puestos a hacer una promoción «de gorra». Estamos dando de comer a los ricos, haciéndolos más ricos, vamos a dar bola a los pobres.

Estoy convencidísimo de que la difusión musical no es una ciencia exacta, es más una cuestión mercadotécnica, igual que en primera división de fútbol juegan los mejores y proporcionalmente va mermando la calidad a medida que bajas de categoría, en la música lo que más se escucha no es lo mejor, puede que esté muy bien diseñado y mejor promocionado, pero hay productos desconocidos que son joyas auténticas.

Echo de menos mis años estudiantiles en los que controlabas unas pocas cadenas de música, no había tantas, y conocías el dial a la perfección. Yo crecí aquellos años con Diálogos 3 de Radio 3, servido por el que por aquel entonces era la figura reconocible de la divulgación de la música New Age en nuestro país, el polivalente Ramón Trecet; también había otro que se llamaba Música privada, y que no recuerdo que cadena lo daba, pero que era incluso más interesante. Yo he soñado alguna vez, y no sé si lo he referido aquí, con hacer un programa de música rara en una emisora local, desde luego no se lo he ofrecido a nadie, pero sería mi segundo balcón, este es el primero, para mostrar esta música de minorías, porque no merece estar donde está, y en cualquier caso, es digna de salir del anonimato.

Antes tenía necesidad de descargarme la música que quería escuchar, acumulando decenas de cedés, para reproducir después, y reconozco que algunos ni los he escuchado y probablemente no lo haré jamás; hoy no hay tal necesidad, Spotify te abre el abanico y te sugiere artistas parecidos a los que estás oyendo en cada momento, y eso hago, en un periplo al azar que me acompaña en ratos de sosiego o concentración.

Ahí surgió el estadounidense Solomon Keal, porque también es una de las razones por las que elijo y escucho al azar música New Age, la de que desgranando por aquí y por allá, pueda disfrutar de lo bueno, de lo muy bueno y de lo excepcional, también hay cosas no tan buenas, y esas no las disfruto, las paso. Y ahí, entre lo excelente surgió un día este compositor y pinché como favorito uno de sus temas, y lo fantástico de esta historia aleatoria es que me ocurre de vez en cuando, y descubro talentos pululando por la red que me enternecen, que seducen mi corazón y que, en la medida de lo posible, deseo compartir.

«Surrender» (renuncia, cesión, rendición, sumisión), no sé el sentido que le quiso dar este joven (joven cuando la compuso) en esta palabra tan polisémica, pero yo sí que me rendí por su belleza, si ese era el propósito inopinado. Un piano y esa sucesión de notas que se suceden, que se combinan, que avanzan juntas varias de ellas, y una pieza bellísima, de esas que te hace llorar de verdad, ¿dónde estabas Solomon Keal que te hiciste de rogar para llegar a mi conciencia?

Este tema forma parte del disco con título tan sugerente como «Peace of Heaven» (Paz del Cielo) el cual Solomon Keal creó en 2006, es decir, tenía la insultante e irreverente edad de 29 años, y allí nació esta joya, y no era su primer trabajo, de hecho este era el cuarto, iniciándose con un prometedor «Thoughts and Affections», de 1998, que este si lo parió con 21 añitos.

La difusión limitada de la música de Solomon Keal lo es de tal calibre que cuesta encontrar reseñas escritas en Internet, más allá de la propia comercialización de su música, de algún modo, él es su propio paladín en la web. Suelo visitar las webs de los compositores que descubro pero esta me ha resultado más inspiradora que otras, primero porque su promoción es sencilla y sincera, y segundo porque coincide en mucho con la que a mí me ha inspirado, porque él define su música como emotiva y reflexiva, terapéutica para sobrellevar los altibajos de nuestra vida, para calmar tu alma mientras bebes el café de la mañana (ese precisamente, el de la mañana, acierta de todas todas) o antes de acostarte, con la idea de ayudar a conseguir un estado mental más pacífico. Y la recomienda para estudiar, dormir, leer, yoga, cenas tranquilas, prácticas espirituales.

Además todas estas recomendaciones entroncan con su proyecto «Peace of Heaven Music» que es, de algún modo, la filosofía de toda su discografía, de su horizonte musical, composiciones hechas exclusivamente para piano y con la misión de proporcionar paz.

Para que nos hagamos una idea de la dimensión limitadísima de la música de este artista, es que vive de la venta de sus discos y de «bolos» en bodas, fiestas privadas, cafeterías, eventos benéficos… Con respecto a eventos benéficos tengo que decir que, pese a que seguro que no es rico, en redes sociales es muy activo haciéndose eco de catástrofes de todo tipo, intentando ayudar económicamente a quien lo necesita, abanderando campañas de recogida de fondos. Por cierto, eso tendrá que ver con que es pastor de una congregación religiosa, no sé cuál, en su Pensilvania natal.

Aunque tomó clases de piano de niño, al parecer se cansó y su aprendizaje fue autodidacta, aprendiendo de oído y componiendo con ese don musical innato que tenía. No se ha quedado en el piano, sí como solista, puesto que ha realizado composiciones para otros instrumentos sumados al piano, y por lo último que he visto quiere adentrarse en el jazz y en el blues.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Acaba de justificar leer blogs.