"UBÚ PRESIDENT O LOS ÚLTIMOS DÍAS DE POMPEYA", DE ELS JOGLARS

Cuando el nombre de tu grupo trasciende la vertiente teatral para convertirse en un referente de la cultura, también de la contracultura, de la comunicación, de la sociedad y, por supuesto, de la política, algo bueno o mucho has tenido que hacer, o algo irreverente, o algo que suene; como decía aquel «que hablen de mí aunque sea mal».

Y es que tú nombras Els Joglars, a poco que hayas leído un periódico, escuchado la radio o vista la televisión, y algo te sonará. Y no ahora sólo, porque este grupo teatral lleva funcionando más de sesenta años, casi nada al aparato, o sea, que hasta mis abuelos pudieron oír hablar de ellos.

No es el cometido de esta entradilla realizar una exégesis de su trayectoria, sin duda, una labor ímproba y que daría lugar a páginas y páginas, u horas de sesudas tertulias. Baste decir que hacer teatro y llamar la atención han sido siempre señas de identidad de Els Joglars, y en el panorama de la escena contemporánea española es muy de resaltar.

Creo que merecía que le dedicara un espacio en este bitácora a este grupo a través de una de sus obras más reconocibles; y también en cierta manera porque uno de sus grandes pilares, Albert Boadella, ha sabido igualmente trascender su papel desde detrás de las candilejas, para convertirse en un personaje querido y odiado a partes iguales, según el signo político de quien lo juzgue.

En esta obra que hoy traigo a colación Els Joglars refleja la madurez y también la caradura que atesoraba ya a finales del siglo XX, la que reseño es «Ubú president o Los últimos días de Pompeya», la cual forma parte de una trilogía teatral y literaria, escrita por el propio Boadella.

Para los más avezados en la literatura, el título de Ubú evoca una obra teatral francesa de principios de finales del siglo XIX, «Ubú Rey», escrita por Alfred Jarry, que supuso una auténtica revolución en la concepción del teatro a nivel mundial, por la temática, por la puesta en escena, por sus disonancias en general.

Esta obra de Els Joglars es una relectura de aquella otra escrita por Jarry, pero con personajes reconocibles y con una puesta en escena mucho más actual; no en vano el personaje principal no es más que una caricatura del que fuera presidente catalán Jordi Pujol.

Más allá de las propias consideraciones de la obra teatral, siguiendo un esquema que se asemeja a «Ubú Rey», con un escenario minimalista, con abundancia de máscaras y con juegos de luces, la trama tiene un constante tono de comedia, absurda y surrealista, pero hilarante, histriónica, realmente delirante.

Els Joglars pone en escena en 1999 la última ensoñación o adaptación de aquel «Ubú Rey» decimonónico, que años antes se iniciaría con «Operación Ubú», «Ubú president», y finalmente esta «Ubú president o Los últimos días de Pompeya», al parecer cada una es una reconversión de la anterior. En ese año 1999 con Pujol todavía en el poder como presidente de la Generalitat, donde estuvo al frente durante casi un cuarto de siglo, estos «titiriteros» se encargan de hacerle un traje a medida a Pujol, erigiéndose como una crítica explícita al Molt Honorable, a sus chanchullos, a su política, a sus políticos y a su familia.

Se habla de esta obra como la premonición de lo que luego ocurrió; en la obra ya se reflejan los maletines, el papel de la mujer, los hijos como extensión de una corrupta epopeya familiar y la gestación de esa Cataluña que determinados políticos han convertido en odiosa para muchos españoles.

También nos muestra los temores del President, de todo punto fundados, de que le movían la silla desde dentro y desde fuera, en su seno con el que luego fuera su sucesor en el partido y en la presidencia Artur Mas, con ese estilo neoconservador pero igualmente segregacionista; y un Pasqual Maragall convertido en el psiquiatra de cabecera de nuestro President, que era a buen seguro la verdadera tortura de Pujol en sus años de máxima actividad.

A Jordi Pujol lo ponen fino fino filipino, además de que todo el entramado de la obra gira alrededor de lo que luego resultó ser «el procés», de aquellos barros estos lodos. No sin razón se nos muestra un clan político que pretende reescribir Cataluña como centro del universo, que busca demostrar la superioridad de una inexistente raza que reside allí, desdeñando a los no nativos o a los no afines, prácticamente apuntalando una tierra elegida por designio divino. Todo ello con un tono más que sarcástico, es evidente que nos suena hoy mucho, tal vez demasiado, o demasiado mal, porque los políticos gobernantes catalanes han pervertido el nombre de Cataluña, a los catalanes y a su bella tierra.

Es obvio que el pujolismo fue la base de lo que vino después, fueron muchos años de relato, y de ir cebando todos los ámbitos posibles para conseguir el adoctrinamiento de una parte muy sustancial de la población. Cuando la burguesía catalana, primero con CiU, después fue con Convergencia y ya con la maquinaria perfectamente engrasada, rompieron la baraja para construir el engendro de Junts per Cat y posteriores revisiones, fue el momento de lanzarse al estrellato; y es que el adoctrinamiento sobre la población es siempre posible, sólo se necesitan dos factores unidos: tiempo y dinero, y de ello ha gozado la burguesía catalana.

La delirante paradoja, que se apunta en esta versión de Ubú, es que para poder llegar a todo el constructo en que se convirtió la Cataluña de Pujol y sus distintas descendencias, se permite justificar cualquier cuestión ideológico-histórica, con mentiras, con medias verdades y con argumentaciones sacadas de quicio, que mostradas con sesuda seriedad aparente, han ido provocando las risas en el conjunto de la población.

Retomando la corrupción que rezuma la obra, esta refleja lo que tristemente evidenciamos en Andalucía durante muchos años y es que, aun considerando que Els Joglars nos estuvieran apuntando premonitoriamente lo que después sucedió con los Pujol, era más que claro que cuando el río suena agua lleva. La gente en Cataluña y en Andalucía votamos y votaron durante décadas al mismo partido, asumiendo que nos robaban, que montaban chiringuitos para sus cercanos, que desviaban fondos, que subvencionaban a los de su misma cuerda…, era el mal menor, no tan menor pero bueno, y que hacía que mucha gente repitiera el voto, a sabiendas de que conocían el percal, pero estaban cebados con cincuenta mil cosas, con el PER en Andalucía, con la economía sumergida nunca atacada, con el miedo a que el contrario se llevara por delante un cierto estado de bienestar, o con que no recibieran la subvención para la famosa asociación de la sardana o del castell del barrio.

Los personajes de esta comedia hablan castellano con un fuerte acento catalán, forzado obviamente, y representan, en su fundamento, los males de los políticos apoltronados, pequeños aprendices de dictadores, cuando no son realmente dictadores del todo. De hecho, la obra hace un guiño evidente a Chaplin en su película «El gran dictador», cuando el personaje principal con una máscara de Pujol juega con una bola del mundo en forma de globo.

Pues larga vida a Els Joglars y a su fresca irreverencia, para que podamos seguir riéndonos del mundo que nos rodea y para que sus críticas sigan haciendo pupa a los que pervierten los poderes.

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