"EL AROMA DEL CHOCOLATE", DE EWALD ARENZ

No pocos libros de la literatura universal son los que han buscado trascender el espectáculo puramente imaginativo de que a través de la lectura uno se monte su propia película mental, de todo punto visual, y que es toda una maravilla para aquellas personas que, como yo, tienen afición a los libros y además tienen, tenemos, un mundo paralelo en la mente y los sueños. Ese trascender supone que algunos autores den un paso más y busquen estimular otros sentidos más allá de nuestra imaginación visual u onírica, en este caso, intentando que removamos, por ejemplo, el olfato o el gusto. Una de las autoras más dotada para esta genialidad es Isabel Allende, también lo percibimos en «Como agua para chocolate» de Laura Esquivel, sin olvidarnos de la novela cumbre de la literatura germana, «El perfume», de Patrick Süskind.

En esta novela que hoy traigo a colación, su título no puede ser más evocador, no da lugar a interpretaciones ambiguas, es un recorrido por el chocolate, por los dulces, por la magia de la confitería, a través de una historia pasional, romántica y que nos hace reflexionar sobre las dimensiones del amor y sus formas de entenderlo.

«El aroma del chocolate» es una novela actual pero ambientada en el pasado, no es cuestión baladí, porque en ese recorrido por los olores y sabores de dulces, bombones y pasteles, tal vez el autor Ewald Arenz buscó esos aromas reales, esa experimentación manual y esa elaboración artesana que hoy se ha perdido notablemente debido a la mecanización, los ultraprocesados y la creación de una industria que desvirtúa los sabores de antaño.

En la Viena de finales del siglo XIX el teniente del ejército austríaco August Liebeskind se licencia tras una década de servicio, sigue siendo un tipo joven y tal vez sin excesivas ambiciones; en el horizonte está trabajar como comercial de una fábrica de chocolates de la que es propietario un adinerado tío suyo.

Mientras ultima los detalles para su incorporación al mundo laboral, su tío le permite que se tome unos meses sabáticos. En esas jornadas de asueto, un día en una confitería observa a una joven un tanto extraña que entra en la misma tras aparcar en la puerta un biciclo de esos de antiguamente. Comienza a captar el olor de la chica entremezclado con todos los que hay en la tienda.

Posteriormente se encontrará con ella camino del hipódromo, y lo que comienza siendo una relación en la que hay bastante antipatía por parte de ella, se convertirá en una relación más o menos informal entre August Liebeskind y Elena Palffy.

August se va de vacaciones al campo y allí empezará a añorar a la chica, a enamorarse perdida y casi platónicamente de Elena, a la que mandará cada día a Viena dulces variados envueltos en todo tipo de hierbas, flores y maderas, a modo de pequeños de mensajes acerca de sus nobles y pasionales intenciones.

Tampoco es que pueda ser una relación especialmente abierta porque la extravagante e inusual Elena está casada con otro oficial del ejército que está legalmente desaparecido, y ello tuvo lugar en Estambul, en el Bósforo concretamente. Elena confiesa a August que, en realidad, no amaba a su marido y que se casó con él como una manera de liberarse de su familia, y que estando ambos en Turquía lo retó a cruzar a nado aquel estrecho (de entre 0,7 km y 3,7 km) que separa geográficamente Europa de Asia. Ella llegó y él no, y precisamente por la extraña desaparición ella está siendo investigada.

Así que, de algún modo, tienen que ir un poco a escondidas, porque no parece muy edificante que una bella mujer casada se vea con otro hombre mientras su marido permanece oficialmente desaparecido.

Una noche visitan la ópera y mientras August lleva los abrigos al guardarropa nota un olor que le traslada a un oscuro episodio de su niñez; al poco se dará la voz de alarma de que un fuego se ha generado en el teatro, y ya no puede volver adonde dejó a Elena. Las consecuencias del incendio son terribles y fallecen más de cuatrocientas personas.

En la identificación de cadáveres, la mayoría calcinados y difícilmente reconocibles August observa en las pertenencias que se han dejado al lado de cada finado un escarabajo dorado que Elena siempre llevaba al cuello y el fin de todo es imaginable.

Esta horrible tragedia deja tocado a August que tras un período de crisis comenzará a salir del agujero dándole creatividad a un don que cada vez lo tiene más depurado como es el de identificar múltiples olores, que le generan imágenes y eso a la par lo lleva a los dulces. Nuestro protagonista se convertirá en un reputado confitero y comenzará a crear los más delicados dulces de Viena.

En ese ínterin conocerá a Louise Brenner una actriz de teatro bastante atractiva con la que comenzará a congeniar, aunque nunca borrará el recuerdo de su difunta Elena.

La fama trascenderá fronteras y viajará a Berlín con la intención de ampliar el mercado de su balbuciente industria repostera. Mientras está alojado en un hotel aparece por sorpresa Elena, sí Elena, que le explicará las razones por las que desapareció, entre otras porque era una manera limpia de librarse de los asedios de la justicia, pero también reconocerá que pensaba que, igualmente, August había fallecido.

En una vuelta de tuerca de la intriga, Louise anunciará por sorpresa que viene a Berlín a visitar a August, y habrá un momento en que los tres estarán presentes en una situación ciertamente incómoda, sobre todo porque es obvio que Louise sospecha que hay algo entre August y Elena. No obstante, en una secuencia un tanto rocambolesca los tres deciden hacer un pícnic en uno de los parques más famosos de Berlín, allí Elena, tirando siempre de una personalidad díscola y levantisca, retará a August, como antaño hizo con su exmarido, a nadar de orilla a orilla de un gran lago. August aceptará y en mitad del mismo, con unas condiciones climáticas adversas, Elena desvelará las razones reales de su desaparición y apela a valores del más profundo amor.

No desvelo más porque creo que hasta aquí ya he avanzado y destripado bastante, pero lo cierto es que en ese punto del lago es donde yo saco la reflexión más importante del libro. Yo le digo a mi amada en no pocas ocasiones, en un pensamiento repetitivo y que no puedo negar que me perturba de vez en cuando, que me gustaría saber cómo ella percibe el mundo que le rodea, ella o cualquier persona, yo solo tengo mi visión, aunque sospecho que la conciencia que tenemos acerca de nuestra vida tiene que ser parecida a tenor de las emociones similares que experimentamos y verbalizamos.

Entre Elena y August se percibe que tienen distintos modos de experimentar su amor, y eso es inquietantemente real, el amor que se tienen el uno al otro, ¿es realmente comparable e igualmente mutuo?, ¿hay uno que quiere más que otro?, ¿hay alguno que ama de verdad o es simplemente una cuestión de conveniencia o de seguridad? Se me generan una cantidad de cábalas importantes, porque el amor tiene tal complejidad y más aún las relaciones humanas que las posibilidades son infinitas. Como conclusión buena y satisfactoria me quedo con que cuando ves a la persona que está a tu lado en una situación crítica o que sufre es un fantástico barómetro para saber la realidad, naturaleza y tamaño del amor.

Ewald Arenz nos proporciona un relato entretenido, pasional y que nos provoca para que sigamos teniendo la necesidad de oler todo lo que nos rodea, porque probablemente el olfato sea el sentido que menos desarrollado tenemos.

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