"LA CASA DE PAPEL", LA SERIE ESPAÑOLA QUE MARCÓ UNA TENDENCIA MUNDIAL

Reconozco que me enganché a «La casa de papel» durante la pandemia, ya no recuerdo exactamente si durante el confinamiento. Sin duda la propuesta era tan pegadiza como una canción de verano, y fue el pasatiempo perfecto para evadirse de lo que estaba ocurriendo a nuestro alrededor. Y para colmo es una de las series españolas más vistas de la historia, probablemente la primera, eso son palabras mayores.

Es seguro que visioné casi hasta la mitad de la cuarta temporada o así y me paré, y no porque no tuviera intención de verla, sino porque no soy de seguir series actuales con tropecientas temporadas, quiero ver generalmente series terminadas, para cerrar ese capítulo, y porque así también puedo hacer la debida reseña en esta bitácora. Tampoco es que sea mucho de reseñar series recientes aquí pero esta merecía la pena por variadísimas razones.

Es obvio que se han escrito ríos de tinta sobre «La casa de papel» y la trama es archiconocida, la de una banda de ladrones de guante blanco pulquérrimo que en la dos primeras temporadas de la serie asaltan la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre para elaborar sus propios euros, millones, y posteriormente en las temporadas tercera a quinta vuelven a hacer una jugada similar, en esta ocasión, entrando en el Banco de España para llevarse el oro de la Reserva nacional.

Por eso, porque mi razón de esta reseña no es la de resumir el argumento, por lo popularísima que ha sido la serie, sí que me gustaría subrayar aquí los aspectos que a mí más me han llamado la atención; y es que con una serie de tanto fuste y con una influencia clara en la tendencia de las series españolas futuras creo que es relevante dejar esto reflejado para observar a lo largo del tiempo si efectivamente la estela dejada ha sido fructífera.

Es manifiesto que una serie de estas características nace de un gran presupuesto, con el guion en la mesa o se hace bien o no se hace, y se hizo. Tampoco es que entienda mucho yo de esta materia, pero es evidente que estamos ante una de las series españolas con más presupuesto de la historia, cuando lo que se cuenta es interesante y el dinero que se invierte en contarlo van de la mano, hay muchos mimbres para asegurar el éxito.

La serie ha trascendido no solo fronteras geográficas, puesto que se ha doblado a un montón de idiomas y ha sido vista por millones de personas, sino que de algún modo, la pequeña gran revolución que se generó dentro de la serie, en el que se encumbra socialmente a unos ladrones por rebelarse contra el poder (cientos de carteles de seguidores apoyan a la banda de atracadores con lemas tan llamativos como «Nos van a quitar hasta lo bailao»), también persuadió a miles de personas que se vistieron con monos rojos y máscaras como una forma de reivindicación y no en carnavales, que también. A este respecto el mensaje es engañoso y hasta diría que perverso, porque nos quieren hacer pensar que estamos ante una banda romántica, intelectual, preñada de valores, una especie de Robin Hoods modernos que roban a los ricos para dárselo a los pobres, no, están robando el dinero de un país democrático (todavía tendría cierta comprensión en un país oligárquico o dictatorial), el dinero de todos para llevárselo ellos, unos pocos.

Y es que la serie es un engaño dentro de un engaño, también es verdad que es un engaño maravilloso, porque como consecuencia de lo descrito en el párrafo anterior también se nos persuade con la idea de que los buenos son los malos y al revés. Es obvio que los buenos están defendiendo la riqueza de un país, de todos, pero los malos se hacen nuestros amigos, como televidentes sufrimos una especie de síndrome de Estocolmo, que nos hace desear que ganen. Son unos ladrones, llenos de poesía, pasionales, ingeniosos, pero ladrones al fin y al cabo. La policía y el Estado se abonan a los defectos que en unas circunstancias tan críticas podrían ser hasta proporcionados, la corrupción, la tortura, la injusticia, la violencia, la ilegalidad, y ese sutil engaño provoca que algunos de esos buenos, reconvertidos, se pasen al lado de los malos que son buenos; sí, es una especie de trabalenguas, pero es la realidad.

Por otro lado, la serie goza de esos instrumentos icónicos que la hacen enormemente atractiva, el objeto de los atracos, grandioso e inconmensurable; la maquiavélica planificación de los golpes, plena de inteligencia y de giros sorprendentes; los apelativos de la banda que son nombres de ciudades; o el amor y la pasión entre ellos, algo que no solo se percibe en la acción real sino en los innumerables saltos al pasado que tiene la trama.

Y por encima de todos, y esto me hubiera gustado ponerlo al principio, el Profesor, el estereotipo de genio superdotado, un ser algo tímido, incluso débil, transformado en prestidigitador durante toda la serie, capaz de sacar un conejo de la chistera en cada episodio. Álvaro Morte se ha coronado, ha hecho el papel de su vida, y tengo una curiosidad sobre él, resulta que mi cuñado, que es de la localidad cordobesa de Bujalance, lo conoce de su juventud, porque Morte que es algecireño de nacimiento, vivió en varios sitios y también en Bujalance donde su familia regentaba una joyería (hete aquí la casualidad de lo que ocurre en la serie), y estuvo con mi cuñado en un grupo de teatro juvenil, el actor por aquel momento era conocido como Alvarito; y es obvio que mi cuñado y Álvaro Morte siguieron derroteros muy diferentes. Aunque Álvaro Morte tenga un acento castellano puro, hasta los veinte años vivió en Andalucía, y sus padres son los dos cordobeses.

Sin duda es un magnífico producto de entretenimiento, no hay que darle vueltas, y si queremos pensar en la hipotética credibilidad de la acción es absolutamente imposible que eso ocurra, no hay visos de realidad por ningún sitio. De hecho, por sacar algún dato positivo y tranquilizador de la serie, tenemos unas fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado tan efectivos y coordinados que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, de hecho en la serie la sucesión de chapuzas policiales es de tal calibre que la policía o el ejército reales quedan, bajo mi punto de vista, en muy buen lugar gracias a los personajes de la serie.

Quizá pondría alguna peguilla a la serie en que se ceban los guionistas en las tramas de amor y sexo que no creo que aporten gran cosa, no porque no tengan sentido, sino porque a veces no pintan y en algunos puntos a mí me han aburrido; en el último capítulo una pareja de personajes se acuesta en el Banco de España, en mitad de todo el fregado, incomprensible.

Tampoco me termina de agradar esa propensión de los personajes a sobreactuar, imagino que por obra y gracia también de los guionistas, a este respecto Berlín (Pedro Alonso) parece estar constantemente declamando un poema, otros gritan cada dos por tres, desaforadamente, sin casi venir a cuento, como el personaje de Denver (Jaime Lorente) que abusa del papel de macarra de barrio chungo. Creo que el personaje de la inspectora Murillo después convertida en Lisboa (Itziar Ituño) va de más a menos, es de lo menos convincente de la trama, sobre todo en la última temporada; tal vez desplazada por una soberbia Najwa Nimri, en el papel de la inspectora Sierra, también reconvertida al lado de los buenos-malos.

Como gran espectáculo de fuegos de artificio muchos personajes reales han querido tener su minuto de gloria y hay varios cameos más que curiosos, y es que se está convirtiendo en un barómetro de la calidad y popularidad de la serie el contar con invitados ajenos a la pequeña y gran pantalla que aparecen aportando su granito de arena.

Estamos ante una serie que está marcando una época, con un guion exquisito y magistral, un producto de entretenimiento genialmente concebido y con un detalle brutal, el final. El final es apoteósico, una buena serie necesitaba un final entendible, sorprendente y hasta lógico, casi tan lógico que puede ser pueril, pero ¿y qué?, estoy cansado de series y películas americanas con finales tan rebuscados que no se llegan a pillar por ningún lado.

Una sexta temporada hubiera sido posible pero sería forzar mucho la máquina, de hecho, los creadores de la misma han pensado en hacer una precuela con algunos personajes, en concreto con Berlín (Pedro Alonso), imagino que en su faceta de ladrón de guante blanco, inteligente, culto y dotado para la poesía, veremos lo que dice la crítica, pero pinta bien, y ya si eso le meteremos mano.

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