PROFESIONES ILUSTRES Y PROFESIONES SIN LUSTRE

Cada poco tiempo los programas de televisión tipo magacín suelen hacerse eco de homenajes a personas que se jubilan, dejando atrás años de sacrificio y abnegación a su oficio, a su profesión. Y voy a ser sincero, se repiten algunas profesiones y otras, muchas, no salen nunca. 

Salen muchos médicos, profesores, homenajeados en su retiro profesional, agasajados por sus vecinos, pacientes o sus alumnos y exalumnos, por lo bien que lo han hecho, y yo añadiría que por haber hecho bien su trabajo, trabajo que es por otra parte el que les corresponde hacer.

Y esto lo relaciono con el título de esta entradita, que hay profesiones ilustres y profesiones sin lustre, hay profesiones estrella y profesiones estrelladas. Porque yo me pregunto, cuando homenajean a un profesor jubilado, y tengo amigos del gremio y amigos ya jubilados, si es que en el bagaje de su vida profesional no han hecho lo que debían y estaban obligados, esto es, impartir educación de la mejor manera posible.

En este mundo premiamos a las personas por lo bien vista que esté social o históricamente la profesión en cuestión, la educación es una de ellas; esas personas que cuidan de nuestros vástagos, como no puede ser de otro modo, están tocadas con la varita del éxito o por lo menos de lo bienintencionado.

O un médico, que ha salvado vidas, que eso nadie lo discute, pero es que eso va implícito en su profesión, alguien que se dedique a este oficio tan importante para la comunidad, salvará vidas y mejorará la salud de la gente, qué menos, lo peor o lo malo es que no hiciera su trabajo bien y matara gente de forma negligente, son los menos por fortuna. Y ya si encontramos un médico excelente en una profesión con tan buena estrella, pues ya es el remate del tomate.

Y ahora denle la vuelta a la tortilla, profesión poco brillante socialmente, llámenla incluso vulgar, un agricultor, un camionero, un basurero, un barrendero…, profesiones que, por cierto, estuvieron dando el callo en aquellos meses terribles e inciertos del confinamiento pero a las 8 de la tarde no era a ellos precisamente a quien aplaudíamos.

Yo mismo, empleado público de una administración local, no dejé de trabajar ni un día, pero parecía que en esa batalla que estábamos llevando a cabo contra un enemigo invisible y poderosísimo, mis compañeros y yo éramos unos privilegiados, lo éramos, aunque todo esto es una maquinaria perfectamente engrasada y si una pieza falla la montaña de naipes se podría desmoronar. Por eso para que un médico pudiera curar el COVID tenía que comerse un filete que había salido de la granja de un ganadero, y que pudo transportar un camionero, pasando por una calle limpia gracias a un barrendero, en una calle que, por cierto, estaba bien arreglada gracias a la logística del ayuntamiento de turno, pero el premio no era, no fue, ni será de la cadena, sino del usuario final.

Hace ya casi un año, con ocasión de la fiesta de graduación de mi hijo, la enésima, asistí a un espectáculo de enorme autocomplacencia y autobombo. Me irrité un poco en aquel momento y no escribí aquí por darle la debida distancia temporal y asentar mi opinión. Vayamos por partes, cuando digo la enésima es que es así, en apenas veinte años se han multiplicado las graduaciones (en preescolar, infantil, básica, secundaria obligatoria, universidad…), todavía lo acepto en la universidad, copiando lo que se hace en Estados Unidos y visto en infinidad de películas, pero lo veo lógico, es el cénit de un proceso educativo. Yo terminé la universidad en 1991 y no hubo graduación, unos cuantos compañeros hicimos una cena, fue quien quiso, no más de un tercio de la clase, invitamos a todos nuestros profesores y vinieron solo dos, y lo pasamos genial.

En aquella fiesta de graduación de mi hijo, que fue soporífera por su duración, y empalagosa por su ejecución, los alumnos agradecían a sus profesores lo buenos que eran, los profes que pelillos a la mar que se quedaban con los buenos ratos y que todos ellos sin excepción era el culmen del alumno ideal. En esta fiesta «happy flower» no faltó el detalle de regalo a su tutor, cada año uno, pagado democráticamente por todos los padres, placas por aquí y flores por allá. Ya en el colegio pagaba también cada año el regalito al maestro de turno: relojes, mochilas, carteras, pulseras… adornarán sus vidas; no sé, alguna vez me hubiera gustado alguna norma del colegio prohibiendo o rechazando un poco estas cuestiones.

En esta sociedad, si me apuran, hay profesiones llamadas a ser heroicas, la de médico por antonomasia, pero también policías en general, bomberos, militares…, y no es que estos reciban un homenaje al final de su vida profesional, pero sí que, de vez en cuando, con una frecuencia que no diría escasa también salen en los medios de comunicación alabando acciones que teóricamente forman parte de su trabajo. Policías, bomberos o guardias civiles en algún momento de su vida profesional les puede ocurrir que salven vidas, lo noticioso y, por otra parte, delictivo sería omitir el deber de socorro, que en cualquier persona sería reprochable, en estas profesiones sería verdaderamente para sancionarlo. Así que no puedo por menos que mosquearme cuando veo la noticia de que un policía ha salvado la vida de alguien. Y efectivamente lo que sí que es noticiable es que haya miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que ponen su vida por delante de los demás, como mi paisano Dámaso Guillén que murió para salvar a un grupo de niños en Asturias hace unas semanas.

O sea, que si los policías hacen cosas de policías no veo que aplauso social deben tener. Por poner un ejemplo, el otro día vi a un policía local de Sevilla que había acercado a un niño a su colegio porque iba de excursión, sustituyendo a su madre que, creo, se había caído al llevarlo; esto que parece normal y hasta razonable que lo haga un policía, saltó a los medios de comunicación como un acto encomiable y lleno de generosidad, lo sorprendente y no sé si la gente se dio cuenta de esto, es que una persona, tal vez otro policía, se encargó de grabar detalladamente todo esto con un móvil, o sea, si esto no es afán de protagonismo...

Hay un programa de televisión que no veo y que se titula «Gente maravillosa», es de Canal Sur, en él hay una cámara oculta y el objeto es someter a examen a un famoso (creo que en el pasado se hacía con gente anónima pero los famosos venden más), poniéndolo en una situación de compromiso para obligarlo a salir en defensa de alguien que está en una posición incómoda o injusta. Esto es una pantomima absoluta porque lo noticioso sería justo lo que no se busca, que alguien no entrara al trapo y no surgiera en defensa de esa otra persona que en está en una situación desigual. Pero entiendo que eso no ocurre jamás, es decir, que todo famoso reacciona convirtiéndose en inopinado héroe por un rato, pero el engaño es que casi todo el mundo haría lo mismo, nada heroico. La gente es maravillosa por otras razones, no porque reaccionan de esa manera mientras una cámara oculta graba todo.

Al final de su vida profesional mucha gente sí que es maravillosa y se merecerían no solo el homenaje de sus cercanos, familia y compañeros, sino de buena parte de la sociedad a la que han dedicado su trabajo abnegado y callado.

Tengo un compañero, mi particular corrector de este blog, N.L., lo siento compañero, que fue el prototipo de profesional intachable, no sólo durante la jornada laboral, sino que supuraba el trabajo en casa, sabedor de que manejaba una materia donde no solo era crítico equivocarse, sino que la actualización casi diaria era obligada, y en el trabajo no le daba tiempo. Cuando se jubiló no quiso homenaje, a duras penas accedió a tomarse unas cañas con unos cuantos compañeros, y me acuerdo de ese día más que homenajes más ostentosos de otros compañeros. Dejó su trabajo con la misma humildad y discreción con la que se desempeñaba cada día. Y gracias por ayudarme humildemente a hacer más correcta esta bitácora.

Pues eso, falta en esta sociedad que no nos fijemos tanto en determinadas profesiones estelares que por el hecho de ser las que son merecen la congratulación de la ciudadanía, cuando hay otras que merecerían por justicia mayor admiración y no pasan de ser profesiones mal vistas o, en el mejor de los casos, invisibles.

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