SHERLOCK, LA ACTUALIZACIÓN DE UN MITO LITERARIO EN EL SIGLO XXI

No creo que haya detective de ficción más fascinante y popular que Sherlock Holmes, ese personaje salido de la pluma y la imaginación de Arthur Conan Doyle. Un personaje que explota a través de su sagacidad e inteligencia una serie de dotes innatas para deducir y resolver los casos más complicados a los que puede enfrentarse un ser humano y, por ende, abordando esos casos que la policía, con todos sus medios, es incapaz de solucionar.

Yo no he leído jamás ninguna novela de Sherlock, pero su estela es de tal importancia que conocemos con solvencia sus aventuras sin necesidad de haber leído ni una sola de sus líneas. Las diferentes películas, series, cómics, reinterpretaciones…, su presencia en infinidad de expresiones culturales marcan casi un género propio; Sherlock es, de algún modo, y con las obvias distancias argumentales, el Quijote británico.

Dentro de la amplia oferta audiovisual que ha producido el personaje yo me centré hace ya un par de años en la serie británica que lleva por nombre «Sherlock» y que está protagonizada por Benedict Cumberbatch (Sherlock) y Brian Freeman (Dr. Watson), un proyecto colosal y que marca un antes y un después en la revisión de este personaje y que siendo de cuño británico no podría tener un padrino más adecuado como es la BBC.

Y cuando digo que marca un antes y un después y califico como lo hago el proyecto de esta serie, colosal, en realidad es que es sasí como yo lo entiendo. El mejor homenaje que se le podía hacer al personaje algo más de un siglo después de su creación era revisarlo pero con un personaje situado en el siglo XXI y con las herramientas digitales de hoy en día.

Sus creadores Steven Moffat y Mark Gatiss se encargan de inventar un Sherlock de la nada, es decir, un Sherlock actual sin ninguna conexión con el pasado, en principio. Esto es así tal cual, nada hay del personaje mítico del siglo XIX, y lo único es que los creadores se inspiran en ciertas tramas del Sherlock antiguo para llevarlo al mundo actual.

En este mundo actual Sherlock es obviamente un hombre de hoy que se retroalimenta de los avances de hoy. Es un tipo sagaz, inteligente, deductivo y reflexivo, pero también es un personaje con ciertas taras sociales, probablemente con algo de Asperger, excéntrico, también un tipo que se droga con cierta conciencia, y quizá como consecuencia de esto es un sociópata, o sea, un personaje al que no se le dan bien especialmente las relaciones humanas. Watson es, por su parte, un médico retirado que ha servido en el ejército, siempre a la estela de Sherlock, aguantando hasta la saciedad a un compañero tan peculiar y que no lo trata de la manera más jovial; por cierto que Watson se encarga de plasmar en un blog las hazañas de su compañero-jefe.

En esta serie que, como digo, se inspira en las novelas de antaño, integra personajes y lugares de las mismas, pero también genera otros nuevos. En esta serie Sherlock colabora con Scotland Yard en la resolución de los casos más complicados, mientras alterna esta labor como «asesor externo» con su despacho en el célebre 221B de Baker Street.

Al respecto de esa dirección, cabe decir que como tal no existe o no existía urbanísticamente dicho número en la calle. Tuve la fortuna de estar en Londres hace unos años y visitar la calle y ese número que se generó a caso hecho para rendir homenaje a tan ilustre personaje de la literatura británica y universal; en el inmueble se sitúa un museo, que no visité, pero sí pude acceder a su tienda de recuerdos y lógicamente ver el exterior de la casa.

Los personajes que sí que son recurrentes en la serie son lógicamente Sherlock y su compañero Watson, así como Mycroft, que curiosamente es Mark Gatiss, es decir, uno de los creadores y guionistas de la misma, y también su archienemigo James Moriarty (Andrew Scott). También hay otros nuevos que se repiten a lo largo de su desarrollo.

La serie tiene un recorrido cronológico, es decir, va avanzando en cada episodio, aunque todos ellos son independientes entre sí, pero en cada uno de ellos se advierte un hilo discursivo.

Al hilo de lo anterior es muy relevante señalar un aspecto notablemente curioso de la serie, y es que no tiene una duración al uso, en realidad el metraje es de tal dimensión que cada capítulo es casi una película en sí, porque dura unos noventa minutos. De hecho, aunque tiene ese punto de partida que engancha con el capítulo anterior y en algún pasaje recuerda algo del pasado y al final también deja alguna puerta abierta a la continuación, el desarrollo de la acción es tan redondo y además con tan magnífica factura que podría ser una brillante película cada una de sus entregas.

Cuando refería al principio que Sherlock se vale de los métodos más novedosos para la resolución de los casos, también la producción de la serie no escatima en medios digitales para presentarnos un producto muy atractivo en cuanto a su imagen. Eso se complementa con algo que no debe faltar en una serie que se precia de homenajear constantemente al personaje de Conan Doyle y es que tiene mucha tensión y mucha acción, muchas sorpresas también, con lo que te mantiene en vilo durante todo el rato, amén de que es sumamente entretenida en general.

Quizá como reflexión en voz alta sobre este Sherlock moderno, este es especialmente asocial, tanto como sobrado y soberbio, un cóctel tan brusco que él mismo parece casi inhumano, algo que se visualiza con el desprecio con el que, como he comentado, trata a su escudero Watson. No obstante dentro de esa inhumanidad Sherlock se convierte en divino, pero sobre todo en terrenal en cada capítulo, porque como buen superhéroe que se precie, y este lo es porque su superpoder es la inteligencia, siempre tiene su némesis, su antagonista, su kriptonita, en este caso, Sherlock está en el infierno en cada episodio, está en el fondo, al límite, y al final siempre tiene su momento de inspiración y logra resolver, aunque a veces sea de un modo poco ortodoxo, el asunto que tiene entre manos.

Tal vez pondría un pero a la serie, que no empaña la formidable puesta en escena y lo bien diseñados que están los guiones, es que pretenden hacer tan intrincados los mismos que a veces son liosos de entender, tanto que no son concebibles, algo en lo que yo siempre me fijo, porque una serie, por mucha ficción que tenga, debe tener una cierta base de verosimilitud.

¿Es una serie terminada? Esto es algo que me marcó a la hora de sacar una reseña en mi bitácora, pues la respuesta es sí y no. Por un lado la serie permite una continuación, porque el último capítulo de 2017 no hacía un cierre radical. Ahora bien, desde su creación en 2010 nunca ha habido un parón tan largo en la producción como este tras cuatro sucesivas temporadas, con pocos capítulos bien es cierto, teniendo en cuenta que, como he manifestado, son más películas que capítulos de una serie. Uno de sus creadores, Steven Moffat, ha dicho que si los actores están dispuestos él escribiría un nuevo guion en nada.

Tal vez ese sea un problema no menor, y es que el gran actor Benedict Cumberbatch, que por cierto, es el gran hacedor de la serie y probablemente el mejor Sherlock de la historia televisiva y cinematográfica, está inmerso en un montón de proyectos, dado que es una de las estrellas actuales más rutilantes, y no es fácil encajar su agenda para hacer nuevos capítulos que estoy seguro que ocupan bastante tiempo.

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