"EL CRIMEN DE ASUNTA", DE CRUZ MORCILLO

Hace no mucho viajaba a Galicia en una experiencia difícil de olvidar y que tendrá en esta bitácora su debida reseña; estaba en la sobremesa tomando un cafecito en un apacible local de Boiro, ciudad que trascendió a los medios de comunicación por ser uno de los lugares de la investigación del crimen de Diana Quer y localidad natal del autor del crimen, «el Chicle». Pero mire usted por dónde, que leyendo el periódico, si no recuerdo mal La Voz de Galicia, justo se cumplían diez años de otro asesinato más asqueroso, si cabe, el de la niña Asunta, la niña de origen chino adoptada por Rosario Porto y Alfonso Basterra.

Aquel 21 de septiembre yo estaba a pocos kilómetros del lugar de los hechos, una década después. El periódico hacía una reflexión sobre la situación del único encarcelado actualmente por la causa, el padre de la niña, ya que cabe recordar que la madre se suicidaría en 2020 en su celda de la prisión abulense de Brieva.

Aparte de hacer una retrospectiva muy resumida del caso, que fue bastante mediático y conocido con detalle por la opinión pública, el diario analizaba el hecho de que Basterra, tras su años de encarcelamiento, tenía ahora posibilidad de pasar a un nuevo grado, mediando la solicitud, y que este había declinado explorar la posibilidad de obtener permisos de fin de semana, al parecer por el miedo a su denegación, a lo que el periodista que hacía el análisis argüía acertadamente que, en realidad, no quería pasar por la ignominia e indignidad de ser llamado asesino, una vez más, en cuanto traspasara los muros de la cárcel.

Pues bien, yo ya tenía este libro que hoy reseño desde hace meses, puesto que a su autora la veo en televisión y la había escuchado varias veces en radio. Cruz Morcillo, una profesional muy sesuda, seria, rigurosa y que huye de los fuegos de artificio para fundamentar sus argumentos, una periodista especializada en sucesos y, dicho sea de paso, comprovinciana mía, natural de la jiennense localidad de Castellar. Así que me parecía un momento más que idóneo para meterle mano a este valioso documento y hacer la necesaria reseña en esta bitácora.

La triste historia de Asunta, o más bien su triste final, se nos desvela en este libro documental, casi ensayo, como una sucesión de causas incriminatorias, de pruebas indiciarias, que llevan a Alfonso Basterra y Rosario Porto a la cárcel, no es solo cómo lo hicieron que tal cual se cuestiona el o los móviles no se saben con certeza ni probablemente jamás lleguemos a ello, sino también toda la historia que había detrás de una pareja con episodios vitales nada comunes.

En este caso, y dado mi perfil jurídico, el derecho penal no requiere expresamente saber cómo ha sido la muerte y sí que todos los datos alrededor de un delito no den más resultado que el de la muerte de la víctima por parte de los acusados, como aquí ocurrió. Ciertamente que nunca sabremos el cómo porque, en este sentido, los autores del mismo fueron más culpables por lo que callaron que por lo que declararon.

Desde el principio fueron poco colaboradores, la madre fue incapaz de ofrecer un relato coherente de lo que hizo en la tarde del sábado 21 de septiembre de 2013, entre las 4 y las 8 de la tarde, que es cuando se calcula que murió la niña, con supuestas idas y venidas, a la casa en el campo que tenía la familia en el término municipal de Teo, localidad cercana a Santiago, o también a un Decathlon. El padre, por su parte, parecía tener una coartada más sólida y no habría salido de su domicilio en toda la tarde; no obstante, se le inquirió para que aportara su ordenador personal y este no apareció sorprendentemente hasta tres meses después con el supuesto borrado de información más que delicada que contendría el mismo.

Otras pruebas se sucedían tales como el tipo de cuerda con el que se ató a la niña, coincidente con restos que había en la casa y que torpemente quiso ocultar Rosario Porto en la primera inspección a la casa de Teo, donde se habría cometido el crimen.

Probablemente la clave de bóveda de este crimen abominable estribó en el macabro hallazgo de las diferentes pruebas que se hicieron a la niña, y es que se había detectado la presencia de Orfidal (lorazepam) en su cuerpo, manifestándose que se le habrían administrado dosis muy elevadas en los últimos meses, y muy particularmente en los tres días anteriores a la muerte, con un claro plan preconcebido de debilitarla a la hora de cometer el asesinato que sería por estrangulamiento. En ese punto ninguno de los padres reconoció ese hecho, aun cuando Alfonso Basterra procedió a hacer acopio de este medicamento para la dispensación a su exmujer, aquejada a lo largo de su vida de diversos episodios que afectaban a su salud mental.

Y esa es otra, en esa convulsa relación de Alfonso y Rosario, cabe decir que estaban oficialmente divorciados y que Rosario tenía una nueva relación, pero que Alfonso, un periodista de medio pelo o escaso éxito profesional, aunque con la suerte de haberse casado con una chica bien (Rosario era hija de dos profesores universitarios y su padre además regentaba un prestigioso bufete de abogados), quería mantenerse ligado más allá de lo razonable en una pareja de divorciados, tanto que no solo atendía a la niña, lógico, sino también a la madre en cuestiones tan básicas como la medicación que debía tomarse.

Trayendo al caso el juicioso principio de «la navaja de Ockham», que básicamente alude a que la explicación más simple o sencilla puede ser la más probable, lo cierto es que los padres de Asunta habían pasado olímpicamente de la niña en los meses de verano, más de un mes estuvieron sin verla, dejada al cargo de amigos íntimos y sin ir a verla en fechas más que señaladas. Y eso que ni Rosario Porto trabajaba, había dejado la abogacía hacía unos años pues no se sentía realizada y era una rentista, y Alfonso Basterra era un hombre sin apenas recursos ni perspectivas profesionales. El juez, en su escrito de acusación, había señalado poco menos que la niña estaba dejada de la mano de Dios.

La niña era un portento, tenía altas capacidades, estudiaba varios idiomas, era brillante en sus estudios, tocaba varios instrumentos musicales y practicaba danza, muy probablemente fuera un estorbo para sus padres que tenían que estar atrapados por la amplia actividad diaria de su vástago, lo que les impedía a ellos tener una vida más desahogada sin estar condicionados por una niña que, a la vista está de lo que ocurrió, no amaban.

Bien es cierto que aparte de ese móvil se barajaron otros, uno económico, otro sexual y toda una serie de teorías que apenas arrojaron luz y sí que sembraron de dudas las investigaciones; aunque lo que es palpable es que no solo no hubo contradicciones entre una pareja, que teóricamente no se llevaba bien y no tendrían por qué coincidir en matar a su hija, sino que ninguno incriminó al otro, lo cual aventuraba un plan preconcebido.

Para más inri, es obvio que los antecedentes del Orfidal y la cuerda encontrada en la casa rural de Teo, eran dos elementos muy fuertes, pero es que si no hubieran sido ellos no hubo sospechosos externos (salvo un problema con una contaminación de una camiseta de la niña con un colombiano que vivía en Madrid y que no salió de allí el día de la muerte), con lo que nadie tenía ningún interés en matar por matar.

Aquel periodista de La Voz de Galicia terminaba diciendo con cierta rabia que tampoco estaba mal que Alfonso Basterra no pidiera salir a la calle, a ver si el peso de los años sin tener el mínimo de atisbo de libertad le ayudaban a reflexionar sobre lo que hizo y contarnos de una vez cómo y por qué lo hicieron. Y ¡ojo!, que le cayeron dieciocho años, o sea, que antes de que queramos acordar un psicópata como este estará en la calle, no volverá a intentar nada pero sí recibirá la sanción de la sociedad, que no olvida.

Comentarios