LUCETTE BOURDIN, LA PINTORA QUE CONVIRTIÓ EN MÚSICA SUS CUADROS

Creo que hace ya unos tres años que emprendí un viaje personal en la búsqueda de los orígenes de la música New Age y ambiental, desde luego de una manera nada científica, y sí más como un entretenimiento y como un modo de hallar la sorpresa, por ejemplo, temas compuestos hace más de medio siglo y que por su técnica y por los sintetizadores utilizados bien podrían haberse creado ayer mismo.

Desde luego de un juego de sorpresas se trata porque el universo de la música ambiental es tan grande como la de aquellos compositores que van a permanecer en el anonimato para siempre, o constreñidos a un público muy selecto que casi está ajeno a sacar esas obras del ostracismo. Yo, como siempre digo, tentado por llevar a cabo una compensación minúscula, y humilde, no se me tenga por selecto, no me resisto a traer a esta bitácora de vez en cuando a músicos de los que nadie jamás ha oído hablar.

Lo curioso de esta creadora que hoy traigo a colación es que tiene varios escenarios que sorprenden y que casi me abocaron a escribir sobre ella. El primero tiene que ver con el momento en que la conocí, rebuscando en esos orígenes de la música New Age se coló Lucette Bourdin, y digo se coló porque estaba yo muy afanado con su escucha, horas de escucha para ser sinceros, y muy al final de ese recorrido comprobé que sus composiciones eran actuales, aunque lo que escuchaba me había despistado y todo tenía un cariz de experimento, como aquellos experimentos sonoros que se hicieron en los años 50 y 60 del siglo pasado.

Y luego el descubrimiento y la sorpresa a partes iguales vinieron de la mano, Lucette Bourdin es pintora, y en una expresión más de su arte, quiso de algún modo convertir en música lo que plasmaba en sus lienzos, así que la propuesta no era nada desdeñable.

A decir verdad me refiero a Lucette con un presente cuando debiera utilizar el pasado, esto es, esta compositora falleció en 2011 a causa de un cáncer de mama, aunque bien es cierto que en esa inspiración tardía por la composición musical le dio tiempo en sus últimos años a dejarnos unas cuantas joyas sonoras en forma de discos.

De hecho fue esta enfermedad la que, de algún modo, proyectó su deseo por crear música, como si la certeza del peor de los destinos, la cercanía de una meta prematura fuera el resorte que necesitaba para soltarse en un arte que tal vez tenía latente en sus entrañas. Fue con ese diagnóstico, con esa lucidez que te podría ofrecer el sentirte que tienes que hacer en este viaje efímero lo que siempre deseaste, cuando se dijo algo así como «si no es ahora, ¿cuándo?».

Tal vez haya comentado en alguna ocasión en esta bitácora que de haber podido nacer con un don me hubiera gustado saber pintar, el deseo es tan fuerte que diría que es directamente proporcional a lo mal que pinto, y tan mal lo hago que ya ni siquiera dibujo un monigote por vergüenza propia. Y en mi persona puedo reconocer que cuando uno no nace artista, no es capaz de ser artista de nada.

Lo que quiero decir con esto es que los que son artistas lo son para todo, o parecen tener una especial predilección para crear en muchas disciplinas. Hay pintores que son escultores, que también son arquitectos, u otros que cantan como los ángeles y pintan, y tantas y tantas asociaciones llamémoslas mágicas.

El caso de Lucette Bourdin es un claro ejemplo de persona sinestetésica, algo que además ella misma reconocía, una variación no patológica de la percepción humana, que tiene innumerables expresiones. Nuestra protagonista ya antes de componer la música, lo que oía en su cabeza era capaz de plasmarlo en un lienzo, y posteriormente lo que componía lo convertía en una creación pictórica.

Es relativamente fácil entender su música al escucharla, intentando hacerlo como si le estuviéramos dotando de banda sonora a un cuadro. Los cuadros que ella nos ha dejado tienen una temática bastante centrada en el paisajismo y con un estilo impresionista, por lo que no se me ocurre otra música que la ambiental, absolutamente adecuada para contemplar con serenidad una obra de arte de este perfil.

Nacida y criada en Francia, se casaría con un estadounidense y en Estados Unidos se asentaría y allí fue donde descubrió su vena artística, ya que en su infancia y juventud no pasó de explorar y de garabatear como creo que todos hemos hecho, en mi caso con notable frustración. En ese descubrimiento artístico se sintió especialmente libre de expresarse mediante las acuarelas y el gouache. El gouache es una acuarela a la que le incorporan tizas para hacer más luminoso el color, toda una declaración de intenciones para lo que nuestra pintora después transformada en compositora nos quería transmitir.

La gran sorpresa que yo adelantaba al principio es que después de casi tres décadas de producción pictórica, Lucette Bourdin se hizo famosa en los últimos ocho años de su vida, con esa expresión tardía y lúcida, en una vocación in extremis provocada por su enfermedad. Es decir, se hizo relativamente famosa no por su pintura, ese arte al que había dedicado la mayor parte de su vida, sino por su música, la historia no puede ser más maravillosa aunque tenga un puntito cruel.

Y se me ocurre avanzar en la interpretación de su música, que es ambiental y cósmica, como una búsqueda de la eternidad, de lo infinito. Bourdin evocaba el futuro, ese espacio estelar donde las almas circulan libres en busca de la omnisciencia.

La música de Lucette Bourdin es relajante, hermosa, trascendente, reflexiva, dulce, el eco de sus sentimientos se nos cuela en nuestros oídos, el sonido que ella nos dejó, sabedora de que probablemente nunca encontraría el reconocimiento público. Allá donde esté nos sigue sanando.

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