MILDRED PIERCE, UNA MUJER EN LA ENCRUCIJADA DE LA GRAN DEPRESIÓN

Basada en el libro del mismo nombre de James M. Cain, esta miniserie narra la historia de una mujer en los Estados Unidos posteriores a la Gran Depresión provocada por el sonoro Martes Negro (el crack del 29) y sus vicisitudes tanto en su vida familiar, sentimental y laboral.

Existe una película de 1945 protagonizada por la grandísima Joan Crawford y en esta revisión más reciente, de 2011, al amparo de la profusión de las plataformas digitales, esta la ha producido HBO. Dado que es un relato profundamente feminista donde el rol de mujer fuerte está bastante acentuado se eligió a una actriz que siempre estará marcada por su aparición estelar en Titanic, Kate Winslet.

Antes de reseñar la serie me quedaría con dos detalles que invitan a verla serenamente, el primero reconozco que es un pelín machista, y es que la sobria belleza de una Kate Winslet enmarcada en mujer madura te enamora sin apasionar, pero te engancha; el segundo es la sensacional fotografía de la producción, perfectamente ambientada y decorada, con una elegancia que da gusto ver los escenarios más allá de su narración.

Y es que Mildred Pierce de primeras tiene que luchar no solo con esa situación económica delicada que más que menos, a buena parte de los estadounidenses afectó por la crisis social y laboral que sobrevino tras aquel martes de octubre de 1929. El sueldo limitado de su marido es reforzado gracias a las excelente manos de Mildred, capaz de elaborar unas sensacionales tartas que hacen las delicias de sus vecinos más hacendados del barrio de Los Ángeles donde vive y donde se desarrolla la acción.

Pero pronto empezarán los problemas para Mildred, su marido le pone los cuernos, y de un día para otro la deja a su cargo con las dos hijas pequeñas que tiene el matrimonio. En aquella época se ve que no estaban cubiertos los gastos compensatorios o alimenticios por parte del marido y la protagonista lo pasará mal. A nuestra protagonista se le suma al dolor del abandono, los problemas económicos y, por supuesto, tener que llevar una casa con dos niñas, Veda la mayor y Ray la pequeña, que tenían lo suyo.

Mildred comenzará a rehacer su vida en todos los sentidos, en lo sentimental y en lo económico; empezará a tener sus escarceos amorosos con hombres y tratará de darle cuerda a esa excepcional capacidad para hacer tartas, primero cogiendo más pedidos y posteriormente emprendiendo un negocio y abriendo un restaurante.

En mitad de esa ascensión personal, estando un fin de semana en uno de sus «rollos» sentimentales, la avisarán de que su hija pequeña Ray está hospitalizada con una fiebre altísima. Inicialmente remitirá la temperatura pero los medios de la época no llegarán para salvar la vida de la pequeña.

Mildred lógicamente se sentirá algo culpable de no haber estado con la niña cuando sufrió el ataque, pero la vida tiene que seguir y se centrará en sus negocios (abrirá nuevos restaurantes y le irá muy bien), y en su pareja más estable hasta ese momento, el vividor y atractivo Monte Beragon, y por supuesto, en su hija Veda.

Veda ya era desde pequeña una niña bastante díscola y Mildred tal vez no contribuye a atemperar el natural egoísmo de la joven, y tal vez menos ahora que se ha convertido en hija única y se ha convertido en una caprichosa insaciable que siempre encuentra la respuesta de su madre, lo cual es una mala estrategia pedagógica. La relación entre madre e hija será de constante amor-odio.

En Veda descubriremos en un primer momento que tiene cierto don para tocar el piano, pero será más la obsesión de la madre que otra cosa la que intentará llamar a las puertas de los mejores maestros, que al final le confirmarán que la chica no es excepcional. Este será un punto de inflexión porque madre e hija en esa fase de odio mutuo, se separarán.

La relación con Monte irá bien hasta el momento en que Mildred asumirá que detrás del atractivo de su amante y su don de gentes reside un tipo que no le da un palo al aire, que ha vivido de las rentas, hasta donde han llegado, y ahora es ella la que lo mantiene a él. Y Mildred decidirá con buen criterio que no puede seguir ni un minuto más con ese hombre.

Mildred volverá a volcarse en sus negocios aunque sufriendo en su interior esos vacíos que tiene en su vida. Por casualidad descubrirá un día que Veda se ha convertido en una excepcional cantante, fundamentalmente de ópera, Veda ha encontrado su verdadera vocación pero la sensibilidad que demuestra a la hora de cantar es antagónica con su estado de ánimo, convirtiéndose aún más en una joven materialista, egoísta y exenta de afecto hacia los demás, y lo que es peor, que empatiza muy poco con su madre.

Quizá en un penúltimo intento de resarcirse con una vida no fácil para Mildred donde muchos de los pilares de su existencia no se sostienen, volverá a encontrarse con el rompecorazones Monte y decidirán retomar su relación, y también el reencuentro con su complicada hija, porque una madre lo es siempre, en un esfuerzo por no perder el endeble vínculo que las une, pero todo saldrá mal, por un lado y por otro.

En la última entrega, son cinco capítulos de unos setenta y cinco minutos de duración cada uno, veremos cómo a Mildred le acucian las deudas, especialmente por los excesos de los que tiene a su alrededor y que le dan mala vida a su manera. La serie terminará con un nuevo vuelco sentimental a su vida pero sin el referente de una hija desagradecida y cruel, porque la vida no es fácil.

Una serie muy pulcra, que se ve con facilidad y que tampoco obliga a hacernos muchos calentamientos de cabeza, los negocios te pueden ir bien, la salud también, pero si te falla lo sentimental todo se distorsiona.

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