"ALGO NUEVO EN LOS CIELOS", DE ANTONIO MARTÍNEZ RON

Tengo descuidadas últimamente las lecturas divulgativas, por esa máxima que tengo de que todo en la vida no va a ser novela y me gusta alternar, aunque la realidad es que no es tan así que las haya dejado a un lado. Mientras leo varias novelas a la vez también tengo conmigo algunos ensayos relativos a materias que no controlo demasiado o, por el contrario, que me gustan mucho. Este libro que abordo hoy es precisamente de esas materias en las que soy un lego, y por la densidad de su lectura me ha tomado unos cuatro o cinco meses al ir leyéndolo a ratos.

Claro que algo bueno tiene la lectura divulgativa y es que no te está contando un relato, sino que te quedes donde te quedes puedes pausar y seguir cuando quieras sin haber perdido el hilo de lo que te cuenta; lógicamente tú luego ya vas sacando lo nutritivo que te va proporcionando cada rato de lectura y consiguiente reflexión.

Creo que a Antonio Martínez Ron lo conocí durante la pandemia, comencé a seguirlo en Twitter porque me parecía que ofrecía información divulgativa que me servía para ese momento concreto y se revelaba como un tipo bastante coherente, un periodista con afán de informar y no de manipular, un divulgador versátil al que merecía la pena leer lo que colgaba en la famosa red social hoy llamada X.

Si bien no recuerdo con exactitud qué ofrecía en la pandemia, fue en aquel momento cuando decidió hacer una especie de experimento, en el verano de 2020, como era el de enviar un globo desde su casa en Madrid hasta una altura de 27 kilómetros con diversos dispositivos y encontrar respuestas en miniatura acerca de la inmensidad del cielo, en un viaje divulgativo que había iniciado cinco años antes y que tenía que ver precisamente sobre eso, sobre el cielo que vemos cada día, tan cercano, tan doméstico, pero tan inmenso.

Ese viaje divulgativo fue el que trasladó a este ensayo. Es un libro que podría ser de meteorología pero que es, en realidad, de mucho más, es de astronomía, es de geología, es de química, de ciencias ambientales…, es multidisciplinar. Aborda en un recorrido ameno la historia de los pioneros del estudio de nuestros cielos para hacernos hoy en día la vida sobre este planeta al que maltratamos por doquier, un poco más entendible y más amable.

Es un volumen considerable aunque bien es cierto que algo más de la mitad del mismo está dedicado a bibliografía y notas a pie de página, en ese afán por demostrarnos que todo lo que nos muestra el autor está contrastado.

El estudio de los cielos desde un punto de vista científico tiene un recorrido muy corto, apenas tres siglos, hasta ese momento los pensadores que miraban hacia arriba con un afán descubridor eran excepciones históricas. En esas casi setecientas páginas de lectura hay capítulos que me han atrapado más que otros, tal vez el más interesante para mí sea el de los distintos hitos de la meteorología, una historia igualmente reciente en el tiempo y que no está cerrada a día de hoy, y que ha tenido como fin entender mejor la climatología y, cómo no, hacer mejores predicciones que nos permitan prepararnos, especialmente cuando las condiciones son adversas y un ciclón o lluvia torrencial amenaza nuestras propiedades y nuestras vidas.

La comprensión de las nubes ha sido esencial para avanzar en esas predicciones y para ello alguien tuvo que subir arriba para ver de qué estaban compuestas y qué mecanismos físico-químicos se conjuraban para que unas posibilitaran precipitaciones y otras no.

También ha sido objetivo de los científicos saber la composición del aire en diferentes escenarios, información absolutamente crucial para enfrentarnos a un planeta donde las condiciones ni la calidad del aire son iguales en todos sitios. De hecho, muchos científicos se empeñaron en subir montañas donde el aire se iba a enrareciendo y por qué era esto así. Esos logros permitirían conquistar las montañas más altas de nuestro planeta pero también subir en globos aerostáticos a alturas impresionantes en las que prácticamente desde el suelo les perdemos el rastro con nuestra vista.

Buena parte del libro se centra en esos pioneros de los globos, de la conquista y domesticación del cielo, no solo cómo había de equiparse para subir sino qué componentes permitirían ascender y luego bajar a esos aparatos tan llamativos que aún hoy nos siguen atrayendo, ya fuera por sus materiales como por la combinación de gases que debían incorporarse al globo.

Por supuesto y casi como conclusión de todo lo anterior, en cierta forma también retrata la historia de la aviación, algo que obviamente se inspiró en el vuelo de las aves que nos rodean. La forma de un avión es la de una gran ave metálica, es la naturaleza la que no da pistas sobre cómo superar la resistencia de los cielos, y a día de hoy, tras décadas de avances que nunca se cierran, es fascinante que podamos volar de distintos modos, casi convirtiéndonos nosotros mismos en seres alados que compiten con los pájaros en una sinfonía pictórica que nuestros ancestros jamás se hubieran imaginado.

De algún modo el trabajo de Martínez Ron es también un pequeño homenaje a esos pioneros de la investigación. En cada avance, en cada logro, en cada descubrimiento, casi hubo alguien que se quedó en el camino, porque el afán del ser humano por conquistar lo desconocido nunca ha tenido límites aunque la propia vida estuviera de por medio.

El colofón del libro es el relato de ese experimento con su propio globo, en el que con ciencia y los medios a su alcance pudo probar algunas de las realidades que su propio libro nos narra, en un recorrido fabuloso por esos cielos que nos rodean tan cercanos y tan lejanos a la vez.

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