ARVO PÄRT, GENIO CONTEMPORÁNEO DE LA MÚSICA SACRA CON TOQUES DE VANGUARDIA

Aunque parezca increíble y como demostración palmaria de que mis ramalazos friquis ya me alcanzaban desde bien jovencito, tengo que decir que cuando empecé la enseñanza media (el Instituto de toda la vida) no hubo asignatura que me influyera más y que hoy recuerde con mayor viveza que la de Música. Mientras que otros chavales se la tomaban como la típica «maría» que ibas a aprobar sí o sí, lo cual era cierto, y a la par se afanaban en burlarse de una profesora muy elegante y bastante culta, a mí me parecía que me estaba abriendo los ojos a un mundo que desconocía y del que después me enamoré.

No recuerdo el nombre de esta señora pero le estaré eternamente agradecido, y es que en aquella época de vulgaridad y de borreguismo juvenil, que esta mujer me hablara del impresionismo pictórico conectándolo con el dodecafonismo, me parecía tan extraño como profundamente interesante. El dodecafonismo yo lo había escuchado como un tipo de música vanguardista en películas, en la radio..., aunque obviamente no lo identificaba con ese título de movimiento musical, pero que me gustaba por raro (sí, porque lo raro me ha atraído siempre). Y es que aparte de que los nacimientos del impresionismo y del dodecafonismo fueron contemporáneos, existían claras conexiones entre ambos, eso me transmitió la de Música, los cuales tenían su foco en las experiencias subjetivas de los artistas, rompiendo con la tradición anterior, centradas en el timbre uno y en la pincelada el otro, como elementos interpretativos, como si de algo desenfadado se tratara, improvisado.

No sé por qué la música clásica se tiene que llamar tal cual así, es un concepto aceptado, pero además no solo en nuestro idioma, sino que así se la llama en inglés, francés, italiano, alemán, portugués, ruso o chino. Lo clásico nos evoca lo antiguo, especialmente en la música, nos traslada a esa música de Bach, Wagner, Mozart, Beethoven, Strauss…, hace varios siglos atrás; y claro atendiendo a nuestro docto diccionario «Dicho de la música y de otras artes relacionadas con ella: De tradición culta», me temo que nuestros académicos no aciertan o debieran replantearse el concepto, porque desvían el tiro y porque sería tan clasista que casi eliminaría a mucha gente que no se acerca a esta música por lo limitativo y a otra mucha gente a la que le gusta esta música y no es culta, entre los que me tengo.

Ese conceptualismo lingüístico ha fabricado la realidad de una música clásica que se nos antoja antigua y elitista. En puridad la música clásica persiste hoy, atendiendo a cierto grado de cultura, a determinado elitismo y a un punto de continuidad cronológica de los compositores de música orquestada a lo largo de la historia que sigue vivo.

La música clásica del XIX y principios del XX tuvo su punto neurálgico en Rusia, dicho esto de una manera bastante genérica, con ellos también explotaron un nutrido grupo de compositores franceses influidos por el impresionismo pictórico: Ravel, Debussy, Messiaen, Satie; y ya más avanzado el siglo XX la secuencia continuista de los «clásicos» se centraría en Estados Unidos. Algunos de ellos fueron inductores del dodecafonismo o bebieron de sus fuentes.

Uno de esos continuadores del clasicismo como concepto es el estonio Arvo Pärt, uno de los compositores más fascinantes del siglo XX y si me apuran de inicios del XXI. Pärt también es uno de los mayores valores del dodecafonismo. Me gustaría saber más de teoría musical pero mis conocimientos, algunos, son escasos. Hasta donde llego las notas musicales son siete pero, en realidad, con los semitonos, son doce; la escala natural (o diatónica) siete y la cromática doce; pues el dodecafonismo pretende, como contraposición a la música tradicional que no exista una jerarquía tonal, sino que hay una serie dodecafónica que funciona como base de toda la composición y la serie no se puede repetir hasta que todas las notas se hayan utilizado una vez. Dicho todo esto de una forma muy teórica, y de lo que me he tenido que ilustrar, la música dodecafónica suena extraña como si careciera de ritmo, de sincronía, y se nos presenta como una sinfonía tétrica, misteriosa, incluso estridente, propia de una película de terror.

Arvo Pärt comenzó con la música dodecafónica y se convirtió en uno de los grandes revolucionarios de esta música en la década de los 60, casi del parangón de los padres de la misma Arnold Schoenberg y Anton Webern. La música de su primer período es muy experimental, compleja de escuchar, pero a mí me inspira mucho porque me recuerda cuando era pequeño, también cuando era ese joven estudiante de BUP, prendado por esa asignatura de Música tan poco valorada.

No obstante, si por algo ha sido conocido y reconocido Arvo Pärt es por su música sacra; es lo que más impacta de su biografía, que empezó en vanguardia y acabó en lo clásico más estricto (con las limitaciones conceptuales e interpretativas que ya he referido), como si fuera un camino al revés, aunque sus razones tendría, las cuales yo intentaré apuntar. Porque es que además a Pärt se le tiene como uno de los padres de la música antigua creada en la actualidad.

Y es que aunque este compositor naciera en Estonia en 1935, dicho país comenzó a formar parte de aquel conglomerado que se llamó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1940 y, por tanto, vivió varias décadas de comunismo y de notable cerrazón y ostracismo de una patria impostada. Eso desde luego influyó en Pärt que no encontraba la libertad para expresar lo que deseaba y tal vez por eso se centró en el dodecafonismo, una música carente de significado político por así decirlo.

Poco antes de finales de los años 70 fue cuando su música evolucionó más hacia la vanguardia, hacia una New Age, incipiente en todo el mundo, y a buen seguro que escuchó a Eno, Nyman, Vangelis o Jarre y a otros coetáneos, y produjo unos discos bastante experimentales e inspiradores. De esa época yo destacaría el genial tema «Spiegel im spiegel» (Espejo en el espejo).

En 1980 abandonaría su tierra natal después de haberse dedicado a la docencia y teniendo también períodos de crisis en los que no compuso, y se exilió primero en Viena y después en Berlín, aunque adquiriría la nacionalidad austríaca. Con esta nueva vida es cuando se pudo liberar de las cadenas que lo oprimían, y tuvo una regresión o más bien una reinvención dedicándose al minimalismo sacro. Es muy probable que la escasa avenencia entre el comunismo (la URSS era oficialmente un estado ateo) y la religión en general y la ortodoxa en particular, habría reprimido al estonio para componer lo que era su verdadera vocación estilística.

Fue cuando comenzó a componer esa música de coros y destinada, no necesariamente, a ser cantada en iglesias y catedrales. Y aunque parezca una regresión podríamos darle una vuelta y pensar que fue una progresión, porque se apoyó en el dodecafonismo, es como si hubiera sido su mejor aliado para construir sus nuevas composiciones. Curiosamente a esa música sacra Arvo Pärt la denominó «titilante».

Su período de composición más fértil fue, pues, ya con su exilio, muy centrado en la música sacra y, por supuesto, con el reconocimiento internacional del que es uno de los compositores de música clásica actual más influyentes del siglo XX y de lo que llevamos de siglo XXI.

Como curiosidad destacaría que ha colaborado con uno de los compositores españoles más importantes igualmente de los siglos XX y XXI, Jordi Savall, contemporáneo del estonio, y ambos han preparado proyectos conjuntamente. Esa colaboración ha sido verdadero caviar para nuestros sentidos. La música de Arvo Pärt toda ella es un goce para nuestra alma.

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