"LAS GOTAS DE DIOS", LA EXALTACIÓN DE LA CULTURA DEL VINO

No sé si será casualidad exactamente o no, últimamente las serendipias inundan mi vida y otras vidas cercanas a mí. Lo cierto es que tenía esta semana la ocasión de asistir a un curso de verano de la UNED, primer curso de este carácter en el que me he matriculado en toda mi vida, el cual versaba sobre la cultura del vino, más en concreto su título era «Tierra de Jaén: otras miradas sobre el vino», y justo unos días antes de su inicio yo había terminado de ver el último capítulo de esta serie, toda una exaltación de la cultura del vino, y tocaba justo en este momento hacer la consabida reseña.

A toro pasado, es decir, con el curso ya realizado, puedo reforzar algo que siempre he pensado acerca de la cultura del vino, y es que siendo un producto tan mágico es inevitable que se haya generado alrededor del mismo toda una narrativa y una historia que pocas bebidas o pocos alimentos tienen. Qué mejor ascendente que el de la tradición cristiana que se nos ha revelado a través de las Sagradas Escrituras, y es que es el vino el que se convierte en la sangre de Cristo y cada domingo o fiesta de guardar se vuelve a producir el milagro, para el que tiene fe, de que el contenido de ese cáliz pierde su condición terrena o humana y se sustancia en el líquido que nos purifica, que nos salva.

En el curso, que por su temática ya denota cierto desenfado, un ponente refería con acierto que beber con moderación hasta una cantidad razonable es el «punto», ese punto en el que nos abrimos, contamos secretos, exaltamos la amistad e incluso la trabamos, fortaleciendo tantas y tantas relaciones sociales. Reconozco que como persona que defiende la comida sana sé que no hay ninguna cantidad de alcohol que no sea tóxica, si el alcohol no lo fuera tendríamos alegría asegurada cada día, por eso, porque hay que beber en ocasiones especialísimas, seguiré consumiéndolo con más que medida moderación.

El plantar viñas, cuidarlas a lo largo de todo el año (tareas sucesivas que casi agotan, en contraposición a, en nuestra provincia, las más livianas labores del olivar), vendimiar, prensar, fermentar, embotellar, vender, degustar…, si todo ello lo desarrolla una sola persona es propio que se destile una pasión desmedida. Precisamente tuve la oportunidad de conocer en este curso a Blanca María Serrano de las Bodegas Marcelino Serrano de Alcalá la Real, que resume en ella misma lo que es la pasión del viticultor, del enólogo convertido en una especie de alquimista.

A Blanca le refería esta serie que me comentó que no había visto pero que sabía de su existencia. En esta serie la pasión por la cultura del vino está presente a lo largo de sus ocho capítulos de unos cincuenta minutos de duración cada uno. Esa pasión vivida de una manera selecta, la de los enólogos que manejan botellas que son joyas incalculables por el proceso de elaboración que hay detrás y, por supuesto, por su precio. Pero también hay terruño, hay cercanía con la viña, amor de los agricultores por sus plantas, traslado casi de sus propias personalidades en la elaboración de los vinos y magia a la hora de madurarlos, conservarlos, obsequiarlos.

De todo eso hay y mucho más en esta serie. El vino es el hilo conductor de dos historias paralelas que se entrelazan para proporcionarnos unas horas de mucho entretenimiento como producto televisivo, pero que también le dota de ese aspecto un tanto esotérico, el de una bebida que es más un elixir por las connotaciones culturales o históricas que tiene y por la ingente cantidad de olores y sabores que puede evocar.

Alexandre Léger es el enólogo más prestigioso del mundo, célebre por la no menos prestigiosa guía que lleva su nombre. Padece una enfermedad incurable y en su lecho de muerte promueve que su herencia, la mejor colección de vinos del mundo con un valor de millones de euros, sea o bien para su hija Camille (interpretada por la actriz Fleur Geffier), con la que estuvo muy unido a ella durante la infancia pero que luego con la adolescencia hubo un desapego tras la separación con su mujer; o bien para su discípulo Issei Tomine (papel protagonizado por Tomohisa Yamashita), un joven japonés que se convirtió en el mayor valedor del legado del señor Léger.

La serie es una coproducción franconipona y, en realidad, es una adaptación de una serie de similar argumento pero de producción y contenido completamente japonés y titulada Kami no Shizuku que, a su vez está basada en una historieta de manga.

La colección se encuentra en Japón, donde Alexandre se asentó hace muchos años y desde donde dirigía la edición anual de su famosa guía. La decisión de a quién de los dos le ha de corresponder esa herencia pasa por una serie de pruebas relativas a conocimientos sobre el vino que les llevarán a recorrer física y mentalmente medio mundo para descifrar esa especie de trabajos de Hércules que, tal vez, el egocéntrico Alexandre Léger propone a sus dos competidores como una manera de sacar de quicio sus voluntades.

Cada prueba se va revelando a través de un abogado convertido en notario de este inopinado concurso, acontecimiento que ha despertado la expectación de la opinión pública, especialmente en Japón. Hasta allí se tiene que desplazar Camille a regañadientes para despedir a su moribundo padre y conocer el contenido sorprendente del testamento; para Camille es un choque sentimental, tiene que lidiar con el recuerdo de un padre con el que mantuvo una relación bastante distante pero con el que de pequeña estuvo muy unido, aparte las pruebas tienen mucho que ver con la cata y la chica lleva años sin probar ni una gota pues le genera una especie de reacción alérgica. Por su parte, Issei, tiene que lidiar con una familia de la alta sociedad nipona, y la misma no ve con buenos ojos que el chico se rebaje a una tarea poco digna como es la cata de vinos, dando la espalda a un imperio familiar de elaboración de joyas.

Mientras se van sucediendo las primeras pruebas, la cual tiene cada una de ellas su puntuación, la serie nos llevará al pasado, cuando la madre de Issei conoció a Alexandre en un curso de cata y como después este recibiría la oferta para trabajar como profesor universitario en Japón; acontecimiento este, el de la relación entre la madre de Issei y Alexandre, que marcará el devenir de la serie.

La sucesión de pruebas, superadas las cautelas iniciales de ambos competidores, se convertirá efectivamente en una auténtica lucha enconada, en la que ambos mantienen las distancias, una creciente rivalidad y el empeño de ser mejor que el otro.

La contraposición entre la elegancia, el simbolismo, la ceremonia y la pulcritud japonesas contrastan con las escenas en que la trama se desplaza a Europa y se representa la alegría mediterránea y cierta improvisación vital que sustentan tanta cultura del vino que bendice terrenos italianos o franceses donde veremos paisajes evocadores y casi oleremos los caldos que allí se elaboran, contagiándonos de las tradiciones de las gentes que son tan parecidas a nosotros.

Camille e Issei descubrirán que hay algo más que los une amén de la pasión por cultura del vino, será el momento de la última prueba, intentar descubrir qué son «Las gotas de Dios».

Mientras descubrimos ese misterio y lo que hay en cada una de esas pruebas que proyecta el vino hacia el arte, la naturaleza, la música, las costumbres, los climas…, también nos adentraremos en varias historias de amor en pequeñas dosis pero intensas, cómo hay que beber el vino, paladeándolo y disfrutándolo, para que no se acabe nunca.

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