"EL ARTE DE ENGAÑAR AL KARMA", DE ELÍSABET BENAVENT

Casi ya llegué a adelantarlo en mi penúltima entrada de este blog cuando refería el ensayo de Jesús Marchamalo «Tocar los libros», y si no lo plasmé aquí a lo mejor lo planteé levemente y, desde luego, lo intuí, y es que uno recibe estímulos de una novela en función de su estado de ánimo. El cómo afrontas la lectura te dejará mella o no, te hará experimentar determinadas sensaciones que serán de diferente intensidad en justa proporción a ese momento vital en que te pille.

Más o menos una persona madura suele tener los pies en el suelo, y esas sensaciones no son o no deben ser radicalmente opuestas si estás eufórico o ligeramente deprimido, pero sí que hay matices. Con este libro me ha pasado algo parecido a mi vida, lo he experimentado como una subida y bajada de emociones, también es cierto que lo ha permitido la temática y la larga duración del relato, que ha ido jalonando mis últimas semanas.

Ya tenía a Elísabet Benavent en el punto de mira desde hace tiempo, es esa clásica escritora (moderna) cuyas novelas ves en centros comerciales, librerías, revistas, espacios televisivos…, y a veces uno se mueve también por la moda, si está ahí puesta en los escaparates algo bueno debe tener, aunque sea por ese falso aforismo de que «tanta gente no puede estar equivocada». Ya lo sabemos, la literatura hoy tiene un claro componente comercial y mercadotécnico, y confieso que no todo lo que aparece como «lo más vendido» es bueno, al igual que hay una razonable oferta de otros productos literarios que son buenos y que no tienen la debida difusión o una editorial de tronío que pueda impulsar esas obras.

Cuando empecé a leer esta novela «El arte de engañar al karma» ya me di cuenta del perfil de novela al que me enfrentaba, una historia ligera, de hoy en día, hasta cierto punto cotidiana, y yo diría que dirigida a un público muy concreto, como entre 20 y 30 años, en números redondos, yo no pertenezco a esa diana. Mientras iba leyendo las primeras páginas no sabía si me había equivocado, nuevamente, porque me dije que el estilo de narración y la temática tenían ciertas similitudes con lo que leí meses atrás de la escritora La vecina rubia, novelitas entretenidas pero de usar y tirar, con ese modo de presentarnos una sociedad donde todo es muy guay, todos son guapos, triunfadores, guay, pasan historias tan increíbles como superficiales y… la realidad no es esa, por eso, estos relatos tan buenistas y elitistas no terminan de convencerme.

Y aun así continué, y continué porque si hay una cosa buena que tienen este tipo de novelas es que no aburren y enganchan, aunque el poso que te dejen al final sea escaso, y con un componente que facilita la popularidad, y es que prácticamente todo tiene un tono cómico, desenfadado y triunfalista. No obstante, lo que empezó siendo una comedia, y esta me parecía, como he referido, un tanto superficial y demasiado juvenil, luego abrió paso a una subtrama que es la que más me marcó.

Pues resulta que Catalina Beltrán es una joven de treinta años, aspirante a actriz, no ha tenido hasta ahora demasiada suerte con su faceta artística y sus pinitos en las tablas prácticamente se cuentan por fracasos; mientras espera una oportunidad en la vida trabaja en una centralita de esas de llamadas comerciales donde obviamente no se siente nada realizada. El sueldo no le da para mucho y comparte piso en Madrid con tres chicas más y la dueña del piso que es casi como la hermana mayor de todas ellas, se llevan muy bien, en este punto todo es muy chupiguay.

Por continuar el relato de las personas perfectas, compañeras de piso perfectas, dueña perfecta, pues su familia es de pueblo pero también perfecta, con su madre convertida en psicóloga de cabecera. Un día tienen que ir a casa de una tía que ha muerto y descubren un legado artístico que desconocía, cerca de una treintena de cuadros que la buena de Catalina decide ir a vender a El Rastro. Un joven marchante de arte, Eloy Hernando, descubre que lo que pretende vender tiene mucho arte detrás y que puede sacar una fortuna por esas obras y, por supuesto, Catalina se atribuye la autoría de las mismas.

Ahí comenzará el gran papel de su vida, hacerse pasar por lo que no es, una artista que pintó esos cuadros hace unos años y ahora ha perdido la inspiración. Pero claro Catalina no entiende de arte y su incursión en el mundillo empieza haciendo aguas, se le ve el plumero.

Conocerá también a Mikel Avedaño un artista reconocido con el que, de inicio, tiene un trato más que violento, de hecho, él será el primero que le dirá que esas obras no son suyas, dado que una artista que no puede expresar mínimamente con palabras auténticas lo que ha pintado es como el que escribe un libro y luego no sabe explicar las motivaciones.

Pero Catalina se repone del sopetón inicial y se cree artista, habla como artista, se viste como artista (ha cogido «prestados» los kimonos de su tía, la auténtica pintora, tratando de mimetizarse con ella) y se ha leído unos cuatros libros que unido a sus dotes para la escena comienzan a permitirle manejar el papel de una falsa artista pero muy resultona.

Mientras, avanza la historia de vender los cuadros en una exposición que promueve Eloy Hernando, en ese papel de actriz ha pasado a llamarse Catalina Ferrero como nombre artístico. También el inicial enfrentamiento con Mikel se tornará en una relación amorosa llena de pasión pero también de aristas. La primera historia es una comedia, muy graciosa, la segunda es la vida real, aunque tal vez demasiado buenista.

Y cuando la comedia avanza, de momento la autora nos frena y nos deriva ese amor pasional en decepcionante desamor, y justo yo vi similitudes increíblemente serendípicas con mi vida real, y lo que me iba pareciendo un libro tonto pues mejoró a partir del segundo tercio del mismo. A lo mejor no es serendipia y sí el malvado sesgo de confirmación.

Lamentablemente la realidad supera siempre a la ficción, es más cada vez estoy más convencido de que lo que leemos o lo que vemos en la tele está inspirado en historias reales, pero por muy retorcida que sea la ficción, y es que la realidad tiene matices como el sufrimiento mental que no se pueden expresar más que en una conversación íntima.

La historia de esta novela termina bien, diría que muy bien, en todos los sentidos, y en la vida real, como me dijo un amigo una vez, el karma no es justo, hay gente mala a la que le ocurren cosas muy buenas y gente buena que la vida le premia con calamidades. Y de las peores cosas del karma es sentirse como el gato de Schrödinger, y aquí no hay sesgo de confirmación.

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