"LA LUZ QUE NO PUEDES VER", UNA MINISERIE DONDE LA LUZ ESTÁ EN LAS ONDAS

Hace poco tuve que convertirme por un rato en un personaje de época, de dos siglos atrás en el tiempo, en una experiencia que para mi cabeza funcionó como uno de los episodios más surrealistas de mi vida, en su concepción y en su desarrollo, y que para los que me respaldaron les supo a originalidad y genialidad. Más allá del alarde teatral hubo un momento en que nos salimos de los personajes y afloró el análisis de la historia, pero vista con los ojos de hoy y obviándose que nunca se contará igual la historia de los ganadores que la de los perdedores.

Y sí, hace apenas nada ya me decía que iba a tratar de deshabituarme del consumo de productos relacionados con la 2ª Guerra Mundial, pero es que esta serie ya la había comenzado a ver por entonces, y sólo escribiría de ella si realmente me llegaba y sobre todo si me daba una nueva perspectiva acerca de aquel acontecimiento bélico, lo cual se ha cumplido, obviamente.

Pues eso, las guerras son mayoritariamente escritas por los que las ganan, y se nos hace llegar a esta netamente manipulada conclusión: las guerras las ganan las buenos y los malos las pierden; o lo que es lo mismo de los que pierden las guerras nadie habla o, en todo caso, se habla mal. Tiene una lógica argumental aplastante, y es que el que gana goza del tiempo, el poder y el dinero para escribir esa historia a su gusto y, de paso, puede cercenar los testimonios de los perdedores hasta el límite. Yo he hablado mucho en este blog del holocausto nazi pero muy poco de Hiroshima y Nagasaki, y hoy lo primero genera muchísima más información que lo segundo.

Siempre me he dicho, y alguna vez lo he referido en el blog, que más allá de quien gane o quien pierda, una guerra es el fracaso del ser humano, perdemos todos, y simplemente por ser algo indulgente creo que el culpable originario es el que lanza la primera piedra, generalmente en un egoísta afán imperialista.

Encontré en esta historia «La luz que no puedes ver», una historia contada por los ganadores, pero con una perspectiva poética, y también con un componente que no podemos olvidar en cualquier guerra, y es que los perdedores no son malos en su conjunto por ser miembros de un ejército, la mayoría de los que combaten están sometidos a la obediencia debida y tal vez a muchos ni le importen las ideas ni las razones por las que luchan, están o estuvieron en el lugar y en el momento menos propicios, como imagino que les ocurre hoy, por ejemplo, a soldados rusos o ucranianos que son llamados a filas en contra de su voluntad.

Y es que esta miniserie basada en una novela de Anthony Doerr tiene ese punto poético y antibelicista que la hace diferente; no se recrea en el horror y busca belleza y trascendencia entre las ruinas, a la par que nos acerca a esos soldados alemanes que preveían el fracaso de su misión, y aun con la historia reescrita hoy, eran capaces de percibir que los suyos eran los malos, que estaban en el lugar equivocado, claro, en una reescritura sesgada, y que debían perseguir la belleza aunque estuvieran en el bando contrario.

Aunque la acción central se sitúa en la costera localidad francesa de Saint-Malo, casi al fin de la 2ª Guerra Mundial, hay numerosos saltos en el tiempo que ilustran adónde hemos llegado en el presente. El presente es la vida de una chica ciega, Marie-Laure, que desde el ático de una casa emite desde una emisora mensajes en clave para la resistencia y los aliados. Mientras, la obsesión de las tropas nazis y especialmente de un oficial muy siniestro es encontrarla no solo porque es una amenaza constante sino también porque existe una oscura razón.

En ese salto en el tiempo inicial, Marie-Laure está con su padre en el Museo Etnológico de París preparándose para su huida ante la inminente llegada de los nazis. Su padre, como director de dicho centro, procura preservar las piezas de más valor y mandarlas a un lugar seguro y neutral, fundamentalmente joyas. Una de ellas, tal vez la más importante y mítica de la colección, «el mar de llamas», se la guarda porque sobre ella hay una especie de maldición o de dicha, según la cual cura a aquel que la tiene, aunque también se supone que hay toda una historia de muerte y traiciones; de hecho parece que estaría basado el referente en una joya denominada «la amatista maldita» que habría inspirado al novelista.

Marie-Laure y su padre huyen a Saint-Malo a casa de unos tíos con una nueva identidad y en busca de cierta seguridad que la capital no les daba. Allí encontrarán al tío Etienne, encarnado por el célebre actor Hugh Laurie (el doctor House) y aquí muy irreconocible por su personaje dramático, convertido en todo un líder de la resistencia, pero también en una especie de profesor que a través de las ondas de su emisora clandestina lleva varios años proporcionando conocimiento y paz a todos los que le escuchan.

Su sobrina lo escuchaba desde París, pero a la vez también un joven alemán, Werner, que desde muy chico se convirtió, desde el orfanato donde vivía, en todo un talento de la tecnología, capaz de hacer radios, arreglarlas y encontrar emisoras de lo más rebuscadas.

Werner será captado por el movimiento nazi y se convertirá en una pieza esencial en Francia en la búsqueda de esas conexiones secretas; aunque también muy a su pesar porque en esa emisora de Saint-Malo ya hace tiempo que no transmite «el profesor» y es ahora una chica (Marie-Laure) la que ha tomado el relevo. Para Werner esa emisora siempre fue su refugio y su esperanza y ahora él se siente en medio de una traición.

Mientras ese oficial que busca «el mar de llamas» va cerrando el círculo sobre la joven en una despiadada carrera contrarreloj donde

lo importante no es ya ganar la guerra sino el puro egoísmo de aferrarse a un objeto convertido en una especie de piedra filosofal y, de paso, dotar de crueldad y tiranía todo lo que toca en una suerte de intercambio de papeles.

Por supuesto Werner, que es un pacifista de libro, se rebelará y conseguirá pasarse al bando contrario y él sí que encontrará su propia joya, la del profesor, la de esa emisora que le ayudó cuando era niño y también conocerá a la joven Marie-Laure.

En definitiva, una serie sin demasiadas pretensiones, no es una obra maestra, es una visión de los buenos donde se dulcifica a una parte de los malos y, por supuesto, también tiene es punto nostálgico para los que nos criamos con aquellas radios, aquellas emisiones de onda corta, media o marina, que tenían impresas en la delantera todo un universo de lejanísimas ciudad y donde jugábamos moviendo la ruedecita del dial para intentar atrapar alguna emisora exótica o a alguien que transmitiera algún mensaje extraño y que a ti se te podía antojar que eso pudiera ser de otro planeta.

El título de «La luz que no puedes ver» da lugar a múltiples interpretaciones, yo me quedaría con esa de que la luz que más ilumina tu vida es precisamente la que tienes en el pensamiento.

Comentarios