"DR FOSTER", CUANDO LAS CONSECUENCIAS DE UNA RUPTURA SON INFINITAS

Voy a empezar con algo que no viene a cuento pero que si no lo hago reviento, y es que la serie que hoy traigo a colación se llama Dr Foster, una serie británica de la BBC; y aquí mientras en España estamos en un debate absurdo probablemente alimentado por algún giliprogre con poder dando por saco que si doctor, doctora (y doctore, que manda hue…), en el idioma inglés hay muchísimas menos diferenciaciones de género como en el español y nadie se rasga las vestiduras, se trata simplemente de tener la mente abierta y comprobar si esa persona a la que se alude es un hombre o es una mujer.

Dr Foster es una mujer y como no se ha dado un nuevo título en español a la serie porque su aportación sería irrelevante, pues nos quedamos con ello y aquí termina la anécdota lingüística y la estéril polémica.

Cualquier cadena de televisión pública del país que sea te proporciona cierto marchamo de calidad, pero si, encima, es la BBC la que está detrás, esa televisión de la que hemos visto series de todo tipo desde que éramos chicos y que forma parte de nuestro imaginario colectivo, casi podríamos decir que es garantía que el producto no va a defraudar.

Desconozco si esta serie se llegó a emitir en España en alguna cadena generalista, producida en dos temporadas entre 2015 y 2017, desde luego no me sonaba de nada, y he de decir que me ha sorprendido agradablemente, y que gozaría de una elevada nota de calificación por mi parte que excede ampliamente de la escasa repercusión mediática que creo que ha tenido.

La temática fundamental de la serie es un divorcio, ¿otro más?, pues sí, otro más, y además diría que con las características intrínsecas de muchos de los que vemos en nuestra vida cotidiana: infidelidad, traición, utilización de los menores, venganza, malos rollos… O sea, que el cóctel no es nada que debiera sorprendernos y, sin embargo, mezcladas las piezas adecuadamente se puede llegar a obtener un producto de tensión creciente y con la debida dosis de dinamismo argumental que no nos deja indiferentes.

Tampoco es que se salga mucho de la norma que se trata de una familia bien, con cierto estatus, él arquitecto, ella doctora y el niño que va a un colegio de pago, como tiene que ser. Buena casa, amigos pijos, y una pareja que se quiere y que se desviven por el niño, pero como todo en esta vida, o más exactamente, como la vida misma, entre la normalidad y la tormenta no hay más que cruzar una esquina, quién sabe lo que hay en la mente de una persona si ni nosotros mismos nos entendemos a veces con nuestro ser.

Y es que nuestra doctora empieza encontrando un pelo rubio en la ropa de su marido, todo un clásico sin duda, y a partir de ahí a tirar del hilo. Y todo se muestra con los tópicos propios, la sospecha, la reivindicación, la negación, la verificación y ¡zas!, todo el edificio familiar tan aparentemente perfecto hasta ese momento se desmorona.

La primera temporada se nutre de todo este proceso en el que hay ese tira y afloja y esa búsqueda de la verdad, y obviamente, y como tampoco podría ser de otro modo, cuando todo estalla es muy desagradable, muy feo, y la doctora Foster intenta de todas las maneras contraatacar, sin éxito, para salir victoriosa en una batalla donde la experiencia nos dicta, me dicta, que todas las partes salen perdiendo.

La infidelidad, con connotaciones económicas y familiares, con una chica joven, será la puntilla más dolorosa si cabe por esa característica siempre opresiva de sentirse rechazada y «cambiada» por una mujer que te supera en físico y en lozanía porque tiene veinte años menos que tú, una completa humillación para la cornuda y un chute de egoísmo y vanagloria para él.

Es obvio que la historia había quedado incompleta, como que la venganza se respiraba en el ambiente, y en esa segunda temporada todo podría hacernos sospechar que se podría forzar la situación para aprovechar el éxito de la primera, estirando como un chicle la trama. Pero no, diría que se resuelve con la brillantez que se le presume a una producción que debe esmerarse en no hacer buena la primera y una decepción su alargue.

En esta segunda tenemos venganza y también tenemos el papel decisivo del hijo de ambos, que ya ha dejado de ser un niño y que ahora es un adolescente con la problemática que ello conlleva, subrayada por la siempre difícil situación de afrontar la separación de unos padres, que es inevitable que suponga un trauma mayor o menor, porque es complicado concebir que esas personas que son las que más te quieren y que, en muchos casos, te fabricaron y que se quisieron pues ahora son enemigos o, en el mejor de los casos, permanecen ausentes.

Sí diría que es verdad que la trama de esta segunda temporada es más rebuscada, más irreal, más sofisticada, pero dentro de lo poco creíble solo hay algo que le da cierta veracidad, y es que el ser humano es capaz de sacar de quicio cualquier situación, y en un divorcio se generan muchas escenarios críticos que devienen en acciones que podrían ser objeto de una película o de una serie, y lo vemos cada día, y no nos queda más que decir que la realidad supera a la ficción. Por eso la serie tiene esa enseñanza de que cuando todo puede ir mal en un matrimonio, que llega al divorcio y que este tiene sus aristas, todo es susceptible de empeorar y mucho, porque la toxicidad termina por emponzoñarlo todo.

Como resumen cabría señalar que es una serie estupendamente producida, interpretaciones muy convincentes y escenarios muy cuidados, agradables de ver, con lo que la atmósfera caótica de las escenas se compensa con esas dosis de armonía y equilibrio del entorno.

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