"LA PIRÁMIDE DEL FIN DEL MUNDO Y OTROS TERRITORIOS IMPROBABLES" Y "LA TORMENTA DE CRISTAL", DE PEDRO TORRIJOS

No han transcurrido ni dos años desde que leí y reseñé por estos fueros el ensayo «Territorios improbables» del arquitecto y divulgador Pedro Torrijos, y ya aventuraba que sus acercamientos a las curiosidades de la arquitectura a lo largo y ancho del mundo darían para varios libros más, pues son extensiones de unos hilos de Twitter que semanalmente nos va ofreciendo con puntualidad y que convenientemente editados se explaya para pormenorizar lo que ha obviado en las redes sociales. También decía yo que si seguía escribiendo me vería obligado, afortunadamente, a seguir leyéndolo.

En realidad Torrijos ya los tenía en mente para mi deleite y el de miles de personas que lo siguen, porque Pedro Torrijos había tomado una de sus historias de «Territorios improbables» para hacer una novela, «La tormenta de cristal» de 2023, en la que da rienda suelta a su inventiva literaria con una de esas «curiosidades arquitectónicas» que más juego podían darle por lo excepcionalmente atípica y singular.

También, a principios de 2024 sacaría una continuación de su primer ensayo que ha venido en titular, a modo de segunda parte, como «La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables». Como me gusta tanto lo que escribe los he leído ambos de un tirón.

Yo no sé si Pedro Torrijos será de los mejores arquitectos de España, probablemente no lo sea, pero como divulgador de los logros de su profesión le está dando un caché impagable al gremio. Probablemente la arquitectura sea una rama del arte que no goza de recompensas inmediatas, es con el tiempo cuando vemos una obra de un arquitecto en perspectiva y empezamos a darle su valor, al fin y al cabo la arquitectura y el arte van unidos, y por aquello de que lo antiguo es lo que dinamiza culturalmente pueblos y ciudades necesariamente hemos de acudir a la rúbrica de los hacedores de tantas y tantas maravillas cuando los visitamos.

Fueron arquitectos los que diseñaron y estuvieron a pie de obra en infinidad de iglesias y templos que vertebran cada núcleo de población de nuestro país, y de medio mundo, pero porque las Iglesias en su conjunto siempre han tenido poder económico y sus edificios son los más suntuosos. Aunque sea simplificar en exceso, con la Revolución Industrial comenzó a abrirse paso la burguesía que fue el anticipo de un gran clase media, y obviamente eso provocó que la distribución de la riqueza tuviera más ramificaciones. Las construcciones civiles y/o públicas de los últimos dos siglos serán las referencias culturales de pueblos y ciudades de nuestras generaciones venideras, unidas a esas construcciones religiosas que hoy podemos contemplar.

En «La pirámide del fin del mundo y otros territorios improbables», su segundo ensayo, Pedro Torrijos vuelve a sorprendernos con curiosidades de la arquitectura, de la geopolítica, de la antropología, que no sé si lo comenté en mi anterior entrada, realmente llaman la atención porque dándole valor a esa especie de juego de palabras «territorios improbables», bien podrían ser escenarios cuya probabilidad de que se construyeran en ese lugar y en esas circunstancias era mínima o nula. Así que Pedro lo vuelve a hacer y nos maravilla con esas historias que él solo sabe rebuscar y ponerlas en valor para deleitarnos con lo que el hombre puede hacer en remotos confines o a la vuelta de la esquina y a lo que jamás le hemos prestado atención.

Su otro libro, este sí una novela, su primera novela, «La tormenta de cristal», supone la plasmación literaria de una de esas historias sorprendentes que formaron parte de esos «territorios improbables», de hecho, era uno de esos capítulos que incluyó en su primer ensayo y narra la historia de la construcción de un rascacielos supermoderno en Nueva York allá por principios de los años 70 del pasado siglo, esa centuria cada vez más distante. Un edificio que podría ser un rascacielos como otro cualquiera pero con la particularidad de que debía construirse, en vuelo, sobre una iglesia, dado que la congregación religiosa no se avino a razones para cambiar de ubicación su templo, con lo que fue todo un ejercicio de ingeniería constructiva porque no se podría construir con columnas en las esquinas, o no al menos en la esquina que ocupaba el edificio religioso, por cierto, sin ningún valor arquitectónico más allá del hecho de que esa sede llevaba décadas allí. De tal manera que en ese ejercicio de pericia un potente equipo de arquitectos e ingenieros crearon una estructura que se asentaba sobre una cruz y que debía barajar la eficiencia, la economía y los vientos, que en Nueva York suelen ser huracanados cada cierto tiempo.

El Citicorp Center fue y es una maravilla de la arquitectura, y lo es por algo tan simple como que porque existe, sí, porque al tiempo de terminarse su construcción una joven estudiante de ingeniería de estructuras realizando su trabajo de fin de carrera quiso conocer los entresijos de ese monstruo y a base de curiosidad y cabezonería llegó a descubrir que había un fallo estructural, un fatal error de cálculo, terrible y que ponía en riesgo no solo la vida de las personas que trabajaban en el edificio sino la de otras muchas de los edificios de alrededor en caso de que se viniera abajo.

La novela tiene aspectos muy técnicos pero intentando acercarme muy resumidamente a lo que yo he entendido, los cálculos se habían hecho teniendo en cuenta vientos frontales y no los diagonales, y a todo esto en la ejecución se obviaron una serie de soluciones técnicas en las soldaduras de la estructura que hacían que el Citicorp Center fuera apenas una cabaña hecha de bambú absolutamente a expensas de cualquier ráfaga de viento medio fuerte.

Le costó no poco esfuerzo a esta joven (Diane Hartley) el llamar la atención de alguien responsable de la construcción del edificio para advertir del grave problema. Cuando, por fin, la información fluyó y se verificó, se hicieron los refuerzos necesarios, casi en secreto, porque además en una fecha muy concreta del verano de 1978 se esperaba un huracán en Nueva York y las previsiones apuntaban a que daría de lleno contra el Citicorp Center. Y se salvó y se salvaron vidas sin que nadie lo advirtiera, más allá de los que estaban en el meollo, para el resto de la gente que trabajaba allí, esos trabajos extraordinarios apenas pasaron por labores de mantenimiento.

Esa curiosidad de Diane Hartley casi quedó relegada al ostracismo y solo veinte años después un reportaje de la BBC América contaba esa historia, sin que se nombrara a esta mujer por ningún lado, porque ella fue simplemente la que pulsó el botón del pánico, y fue al ver su historia en la tele cuando ella se reconoció como la artífice de aquella obra de rectificado que bien pudiéramos decir que salvó miles de vidas.

Obviamente Pedro Torrijos ha tomado los personajes y la historia real para contarnos una historia a contrarreloj, apasionante, entretenida, muy técnica en ciertos puntos pero esa parte no me ha resultado árida, para construir otro edificio literario bien resuelto, fresco y con el caudal de pasión que este arquitecto ahora metido a escritor nos proporciona en cualquier cosa que nos cuenta. Y seguiré sus pasos.

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